24.4.08

Gelman que fue será





Documental "Juan Gelman y otras cuestiones" (Ver vídeo de Cervantestv.es)




Texto íntegro del discurso de Juan Gelman en la entrega del Premio Cervantes.

Alcalá de Henares, 23 de abril de 2008.

Majestades, Señor Presidente del Gobierno, Señor Ministro de Cultura, Señor Rector de la Universidad de Alcalá de Henares, autoridades estatales, autonómicas, locales y académicas, amigas, amigos, señoras y señores:

Deseo, ante todo, expresar mi agradecimiento al jurado del Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes, a la alta investidura que lo patrocina y a las instituciones que hacen posible esta honrosísima distinción, la más preciada de la lengua, que hoy se me otorga. Mi gratitud es profunda y desborda lo meramente personal. En el año 2006 se galardonó con este Premio al gran poeta español Antonio Gamoneda y en el 2007 lo recibe también un poeta, esta vez de Iberoamérica. Se premia a la poesía entonces, “que es como una doncella tierna y de poca edad y en todo extremo hermosa” para don Quijote, doncella que, dice Cervantes en “Viaje del Parnaso”,

“puede pintar en la mitad del día
la noche, y en la noche más escura
el alba bella que las perlas cría...
Es de ingenio tan vivo y admirable
que a veces toca en puntos que suspenden,
por tener no se qué de inescrutable”.

A la poesía hoy se premia, como fuera premiada ayer y aun antes en este histórico Paraninfo donde voces muy altas resuenan todavía. Y es algo verdaderamente admirable en estos “Dürftiger Zeite”, estos tiempos mezquinos, estos tiempos de penuria, como los calificaba Hölderlin preguntándose “Wozu Dichter”, para qué poetas. ¿Qué hubiera dicho hoy, en un mundo en el que cada tres segundos y medio un niño menor de cinco años muere de enfermedades curables, de hambre, de pobreza? Me pregunto cuántos habrán fallecido desde que comencé a decir estas palabras. Pero ahí está la poesía: de pie contra la muerte.

Safo habló del bello huerto en el que “un agua fresca rumorea entre las ramas de los manzanos, todo el lugar sombreado por las rosas y del ramaje tembloroso el sueño descendía”, Mallarmé conoció la desnudez de los sueños dispersos, Santa Teresa recogía las imágenes y los fantasmas de los objetos que mueven apetitos, San Juan bebió el vino de amor que sólo una copa sirve, Cavalcanti vio a la mujer que hacía temblar de claridad el aire, Hildegarda de Bingen lloró las suaves lágrimas de la compunción, y tanta belleza cargada de más vida causa el temblor de todo el ser. ¿No será la palabra poética el sueño de otro sueño?

Santa Teresa y San Juan de la Cruz tuvieron para mí un significado muy particular en el exilio al que me condenó la dictadura militar argentina. Su lectura desde otro lugar me reunió con lo que yo mismo sentía, es decir, la presencia ausente de lo amado, Dios para ellos, el país del que fui expulsado para mí. Y cuánta compañía de imposible me brindaron. Ese es un destino “que no es sino morir muchas veces”, comprobaba Teresa de Avila. Y yo moría muchas veces y más con cada noticia de un amigo o compañero asesinado o desaparecido que agrandaba la pérdida de lo amado. La dictadura militar argentina desapareció a 30.000 personas y cabe señalar que la palabra “desaparecido” es una sola, pero encierra cuatro conceptos: el secuestro de ciudadanas y ciudadanos inermes, su tortura, su asesinato y la desaparición de sus restos en el fuego, en el mar o en suelo ignoto. El Quijote me abría entonces manantiales de consuelo.

Lo leí por primera vez en mi adolescencia y con placer extremo después de cruzar, no sin esfuerzo, la barrera de las imposiciones escolares. Me acuciaba una pregunta: ¿cómo habrá sido el hombre, don Miguel? Conocía su vida de pobreza y sufrimiento, sus cárceles, su cautiverio en Argel, su Lepanto, los intentos fallidos de mejorar su suerte. Pero él, ¿quién era? Releía el autorretrato que trazó en el prólogo de las Novelas Ejemplares: “Este que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada”, que nada me decía, salvo la mención de sus “alegres ojos”. Comprendí entonces que él era en su escritura. Me interno en ella y aún hoy creo a veces escuchar sus carcajadas cuando acostaba al Caballero de la Triste Figura en el papel. Sólo quien, desde el dolor, ha escrito con verdadero goce puede dar a sus lectores un gozo semejante. Cómico es el rostro de la tragedia cuando se mira a sí misma.

Declaro que, en verdad. quise recorrer ante ustedes, con ustedes, los trabajos de Persiles y Sigismunda, o la locura quebradiza del licenciado Vidriera, o compartir la nueva admiración y la nueva maravilla del coloquio de los perros, o el combate verdaderamente ejemplar entre los poetas malos y los buenos que tiene lugar en “Viaje del Parnaso” y en el que cualquier buen poeta podía caer herido por un pésimo soneto bien arrojado. Pero tal como la lámpara alimentada a querosén que los campesinos de mi país encienden a la noche y alrededor de la cual se sientan a cenar, cuando hay, y luego a leer, cuando hay y cuando hay ganas, y a la que mosquitos y otros seres alados acuden ciegos de luz y la calor los mata, así yo, encandilado por don Alonso Quijano, no puedo sustraerme a su fulgor.

Muchas plumas hondas y brillantes han explorado los rincones del gran libro. Por eso, parafraseando al autor, declaro sin ironía alguna que, con seguridad, este discurso carece de invención, es menguado de estilo, pobre de conceptos, falto de toda erudición y doctrina. Sólo hablo como lector devoto de Cervantes, pero quién puede describir los territorios del asombro. Con mucha suerte y perspicacia, es posible apenas sentarse a la sombra de lo que siempre calla.

Cervantes se instala en un supuesto pasado de nobleza e hidalguía para criticar las injusticias de su época, que son las mismas de hoy: la pobreza, la opresión, la corrupción arriba y la impotencia abajo, la imposibilidad de mejorar los tiempos de penuria que Hölderlin nombró. Se burla de ese intento de cambio y se burla de esa burla porque sabe que jamás será posible terminar con la utopía, recortar la capacidad de sueño y de deseo de los seres humanos. Cervantes inventó la primera novela moderna, que contiene y es madre de todas las novedades posteriores, de Kafka a Joyce. Y cuando en pleno siglo XX Michel Foucault encuentra en Raymond Roussel las características de la novela moderna, éstas: “el espacio, el vacío, la muerte, la transgresión, la distancia, el delirio, el doble, la locura, el simulacro, la fractura del sujeto”, uno se pregunta ¿qué? ¿No existe todo eso, y más, en la escritura de Cervantes?

Su modernidad no se limita a un singular universo literario. La más humana es un espejo en el que podemos aún mirarnos sin deformaciones en este siglo XXI. Dice Don Quijote: “Bien hayan aquellos benditos siglos que carecieron de la espantable furia de aquestos endemoniados instrumentos de la artillería a cuyo inventor tengo para mí que en el infierno se le está dando el premio de su diabólica invención, con la cual dio causa que un infame y cobarde brazo quite la vida a un valeroso caballero, y que sin saber cómo o por dónde, en la mitad del coraje y brío que enciende y anima a los valientes pechos, llega una desmandada bala (disparada de quien quizá huyó y se espantó del resplandor que hizo el fuego al disparar la maldita máquina) y corta y acaba en un instante los pensamientos y la vida de quien la merecía gozar luengos siglos”.

Desde el lugar de presunto caballero andante quejoso de que las armas de fuego hayan sustituido a las espadas, y que una bala lejana torne inútil el combate cuerpo a cuerpo, Don Quijote destaca un hecho que ha modificado por completo la concepción de la muerte en Occidente: es la aparición de la muerte a distancia, cada vez más segura para el que mata, cada vez más terrible para el que muere. Pasaron al olvido las ceremonias públicas y organizadas que presidía el mismo agonizante en su lecho: la despedida de los familiares, los amigos, los vecinos, el dictado del testamento ante los deudos. La muerte hospitalizada llega hoy con un cortejo de silencios y mentiras. Y qué decir de los 200.000 civiles de Hiroshima que el coronel Paul Tobbets aniquiló desde la altura apretando un simple botón. Piloteaba un aparato que bautizó con el nombre de su madre, arrojó la bomba atómica y después durmió tranquilo todas las noches, dijo. Pocos conocen el nombre de las víctimas cuya vida el coronel había segado. La muerte se ha vuelto anónima y hay algo peor: hoy mismo centenares de miles de seres humanos son privados de la muerte propia. Así se da en Irak.

Creo, sin embargo, como el historiador y filósofo Juan Carlos Rodríguez, que el Quijote es una gran novela de amor. Del amor imposible. En el amor se da lo que no se tiene y se recibe lo que no se da y ahí está la presencia del ser amado nunca visto, el amor a un mundo más humano nunca visto y torpemente entrevisto, el amor a una mujer que no es y a una justicia para todos que no es. Son amores diferentes pero se juntan en un haz de fuego. ¿Y acaso no quisimos hacer quijotadas en alguna ocasión, ayudar a los flacos y menesterosos? ¿Luchando contra molinos de aspas de acero, que ya no de madera? ¿Despanzurrando odres de vino en vez de enfrentar a los dueños del dolor ajeno? ¿“En este valle de lágrimas, en este mal mundo que tenemos –dice Sancho–, donde apenas se halla cosa que esté sin mezcla de maldad, embuste y bellaquería”?

He celebrado hace dos años, con ocasión de la entrega del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, mi llegada a una España que no acepta las aventuras bélicas y que rompe clausuras sociales que hieren la intimidad de las personas. Hoy celebro nuevamente a una España empeñada en rescatar su memoria histórica, único camino para construir una conciencia cívica sólida que abra las puertas al futuro. Ya no vivimos en la Grecia del siglo V antes de Cristo en que los ciudadanos eran obligados a olvidar por decreto. Esa clase de olvido es imposible. Bien lo sabemos en nuestro Cono Sur.

Para San Agustín, la memoria es un santuario vasto, sin límite, en el que se llama a los recuerdos que a uno se le antojan. Pero hay recuerdos que no necesitan ser llamados y siempre están ahí y muestran su rostro sin descanso. Es el rostro de los seres amados que las dictaduras militares desaparecieron. Pesan en el interior de cada familiar, de cada amigo, de cada compañero de trabajo, alimentan preguntas incesantes: ¿cómo murieron? ¿Quiénes lo mataron? ¿Por qué? ¿Dónde están sus restos para recuperarlos y darles un lugar de homenaje y de memoria? ¿Dónde está la verdad, su verdad? La nuestra es la verdad del sufrimiento. La de los asesinos, la cobardía del silencio. Así prolongan la impunidad de sus crímenes y la convierten en impunidad dos veces.

Enterrar a sus muertos es una ley no escrita, dice Antígona, una ley fija siempre, inmutable, que no es una ley de hoy sino una ley eterna que nadie sabe cuándo comenzó a regir. “¡Iba yo a pisotear esas leyes venerables, impuestas por los dioses, ante la antojadiza voluntad de un hombre, fuera el que fuera!”, exclama. Así habla de y con los familiares de desaparecidos bajo las dictaduras militares que devastaron nuestros países. Y los hombres no han logrado aún lo que Medea pedía: curar el infortunio con el canto.

Hay quienes vilipendian este esfuerzo de memoria. Dicen que no hay que remover el pasado, que no hay que tener ojos en la nuca, que hay que mirar hacia adelante y no encarnizarse en reabrir viejas heridas. Están perfectamente equivocados. Las heridas aún no están cerradas. Laten en el subsuelo de la sociedad como un cáncer sin sosiego. Su único tratamiento es la verdad. Y luego, la justicia. Sólo así es posible el olvido verdadero. La memoria es memoria si es presente y así como Don Quijote limpiaba sus armas, hay que limpiar el pasado para que entre en su pasado. Y sospecho que no pocos de quienes preconizan la destitución del pasado en general, en realidad quieren la destitución de su pasado en particular.

Pero volviendo a algunos párrafos atrás: hay tanto que decir de Cervantes, de este hombre tan fuera del uso de los otros. De sus neologismos, por ejemplo. Salvo él, nadie vio a una persona caminar asnalmente. O llevar en la cabeza un baciyelmo. O bachillear. Don Quijote aprueba la creación de palabras nuevas, porque “esto es enriquecer la lengua, sobre quien tienen poder el vulgo y el uso”. Hace unos años ciertos poetas lanzaron una advertencia en tono casi legislativo: no hay que lastimar al lenguaje, como si éste fuera río coagulado, como si los pueblos no vinieran “lastimándolo” desde que empezaron a nombrar. Cuando Lope dice “siempre mañana y nunca mañanamos” agranda el lenguaje y muestra que el castellano vive, porque sólo no cambian las lenguas que están muertas. La lengua expande el lenguaje para hablar mejor consigo misma.

Esas invenciones laten en las entrañas de la lengua y traen balbuceos y brisas de la infancia como memoria de la palabra que de afuera vino, tocó al infante en su cuna y le abrió una herida que nunca ha de cerrar. Esas palabras nuevas, ¿no son acaso una victoria contra los límites del lenguaje? ¿Acaso el aire no nos sigue hablando? ¿Y el mar, la lluvia, no tienen muchas voces? ¿Cuántas palabras aún desconocidas guardan en sus silencios? Hay millones de espacios sin nombrar y la poesía trabaja y nombra lo que no tiene nombre todavía.

Esto exige que el poeta despeje en sí caminos que no recorrió antes, que desbroce las malezas de su subjetividad, que no escuche el estrépito de la palabra impuesta, que explore los mil rostros que la vivencia abre en la imaginación, que encuentre la expresión que les dé rostro en la escritura. El internarse en sí mismo del poeta es un atrevimiento que lo expone a la intemperie. Aunque bien decía Rilke: “[...] lo que finalmente nos resguarda/es nuestra desprotección”. Ese atrevimiento conduce al poeta a un más adentro de sí que lo trasciende como ser. Es un trascender hacia sí mismo que se dirige a la verdad del corazón y a la verdad del mundo. Marina Tsvetaeva, la gran poeta rusa aniquilada por el estalinismo, recordó alguna vez que el poeta no vive para escribir. Escribe para vivir.

Juan Gelman

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- De Villa Crespo a Alcalá, por Horacio Verbitsky


- Cervantinas para Gelman, por Joaquín Sabina



Dictamen sobre los estudios universitarios del Dr. Hipólio Yrigoyen



A petición del señor Vicedecano de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, profesor doctor Tulio Ortiz, se emite opinión fundada acerca de la cuestión relativa a la condición del Dr. Hipólito Yrigoyen de egresado de la mencionada alta casa de estudios superiores.

Corresponde señalar en primer término que Hipólito Yrigoyen ingresó a la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires en 1874. Sus biógrafos han coincidido en afirmar que inició sus estudios de abogado cuando se desempeñaba como comisario de Balvanera. No coinciden sin embargo con referencia al resultado final de sus estudios universitarios.

Carlos J. Rodriguez, quien lo frecuentó y fue su ministro, dijo que completó el curso teórico de abogacía, señalando que ello constaba en la página 1° del Libro de Actas de exámenes de la Facultad de Derecho, año 1878; pero estimó que no obtuvo el doctorado, faltándole los procedimientos y la tesis.

El historiador Luis V. Sommi, de nula filiación radical, sostuvo que "era por supuesto abogado" pero no se doctoró, agregando que "es muy posible que las personas que pretendieron perjudicarlo hayan hecho desaparecer los asientos de sus últimos exámenes".

Algo similar aseveró quizá quien fue su más importante biógrafo, Manuel Galvez quien se pregunta en "El Hombre del Misterio": "¿Alguna mano enemiga arrancó tal página para perjudicar al político que, según sus adversarios, se dejó llamar doctor sin serlo? Todo ha de ser misterio en la vida de Hipólito Yrigoyen".

Y Félix Luna, su otro gran biógrafo, asegura que rindió todas las materias teóricas faltándole los procedimientos, anotando que ellos se consideraban satisfechos dando examen ante la Academia de Jurisprudencia o practicando como "meritorio" en los tribunales.

En la revista "Todo es Historia" en su número 2, el autor Felipe Cárdenas (h), que es un seudónimo de su director, el ya citado Félix Luna, sostuvo "parece que Yrigoyen terminó sus estudios de abogacía, aunque no presentó la tesis indispensable para ser stricti juris, un doctor".

Por su parte, Alberto González Arzac afirma en "Hipólito Yrigoyen doctor", revista Todo es Historia N° 35, que "Yrigoyen tenía título habilitante...porque está confirmado en una nota donde Alem le pidió a Dardo Rocha que nombrara a Yrigoyen en algún puesto vacante, diciendo que "auditor de Marina podría ser también", cargo para el que como es obvio resultaba indispensable ser abogado.

Vale señalar que sus muchos amigos y correligionarios muchos de ellos graduados universitarios y aún adversarios políticos de renombre como Carlos Pellegrini, le discernían el tratamiento de "doctor", siendo improbable que se le adjudicase con habitualidad un grado del que carecía.

Como dato adicional se agrega que en la sesión especial de la Cámara de Diputados de la Nación del 3 de julio de 1958 (Diario de Sesiones, Año 1958, Tomo II, Imprenta del Congreso de la Nación), el diputado Carlos Ernesto Camet sostuvo "tengo sobre mi banca, por gentileza del señor Decano de la Facultad de Derecho, el Libro de Exámenes de Derecho Civil que se comenzó a usar en 1876. El Plan Alberdi que regía en ese entonces y comprendía cuatro cursos y por la modalidad de los exámenes, Derecho Civil IV, se daba después de Economía y de Derecho Constitucional que eran las restantes materias del mismo. El acta es del 28/03/1878; en ella consta que el examen comenzó a las 8 de la noche y terminó a las 11 p.m. La mesa examinadora estaba integrada por Leopoldo Basavilbaso como presidente y José María Moreno y Pedro Goyena como vocales. Se tomaron exámenes en el mismo acto del III Curso y de los finales de Derecho Civil correspondientes al IV Curso a los alumnos Daniel Escalada, Eduardo French, Hipólito Irigoyen, todos aprobados con 13 puntos". El informe en cuestión obra en el libro "Los reelegidos. Roca, Yrigoyen, Perón", del Dr. Eduardo Bautista Pondé, que fuera por varios lustros presidente del Instituto Yrigoyeneano antes de su nacionalización mediante Ley N° 26.040.

De resultas de ello, se infiere que para rendir Civil IV se necesitaba haber aprobado previamente las otras dos materias, de modo que la aprobación de Civil IV implicaba la graduación como abogado.

Puede considerarse que la negación de su condición de abogado fue más bien un artilugio o un recurso tendiente a denostarlo, de los tantos a los que recurrió la oposición política de Yrigoyen en su lucha contra él.

La obra política de Yrigoyen reviste un hondo contenido jurídico. Conociendo y encontrándose comprobada su inveterada costumbre de tomar directa participación en los proyectos de leyes, mensajes al Congreso y aun sus memoriales a la Corte Suprema, escritos de puño y letra anciano y enfermo en su confinamiento en Martín García (sólo auxiliado por un ejemplar del Diccionario de la Real Academia Española) denotan la profunda versación jurídica del hombre a quien reiteradas veces con ánimo denigratorio se ha negado la condición de hombre de derecho, algo que pareciera cuando menos injusto, si no ridículo.

Por las razones expuestas, este Consejo se expide en el sentido de recomendar el reconocimiento de la condición de egresado de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires a Hipólito Yrigoyen.

Firmado:

El Consejo Directivo del Instituto Nacional Yrigoyeneano

Víctor Martínez, Diego Barovero, Fernando Blanco Muiño, Miguel Angel Mieres, Pablo Díaz, Alberto Gónzález Arzac, Renzo Breglia, Miguel Angel Espeche Gil, Fiz Antonio Fernández, Jorge Reinaldo Vanossi, Osvaldo Alvarez Guerrero, Guillermo Gasió.

19.4.08

"Aquel año Mayo duró 12 meses..."





La efervescencia revolucionaria de 1968 terminó con diferentes derrotas, pero dejó la prevalencia de la cultura de la sospecha y la autonomía del individuo. Cuarenta años después de aquella revuelta civil protagonizada por los jóvenes, el reto de la sociedad global es recuperar las actitudes que permitan enfrentarse a las nuevas formas de autoritarismo.

1 La efervescencia revolucionaria

El 68 fue en diversos lugares del mundo un año de ?efervescencia revolucionaria?. La expresión es de Claude Lefort y me parece que define mucho mejor la realidad de los hechos que la palabra revolución. Ni en Berkeley, ni en Tokio, ni en Roma, ni en Berlín, ni en París, ni en Varsovia, ni en México, por citar los principales escenarios de aquella movida, estuvo en juego el poder político ni su ocupación entraba realmente en las expectativas de quienes llenaban las calles con sus protestas. La única excepción fue Praga, pero no se trataba de un proyecto revolucionario sino de un proceso de cambio desde el poder. Y fue la contrarrevolución ?la ocupación del país por los tanques del Pacto de Varsovia, dirigida desde el Kremlin? la que echó a los que pretendían que el socialismo evolucionara hacia formas democráticas, en sintonía con los ciudadanos.

A lo sumo podría hablarse de revolución cultural, como hizo Fernand Braudel, en la medida en que los tres ámbitos principales de la cultura ?la familia, los media y la enseñanza? sufrieron una sacudida que les cambiaría profundamente. La gran movida fue breve y en la mayoría de los lugares se impuso el retorno al orden, la reacción restauradora. De forma brutal en Polonia y en Checoslovaquia, de forma democrática en Occidente: basta recordar que en junio el general De Gaulle arrasó en las urnas y en noviembre, Nixon gana las elecciones en Estados Unidos. La revuelta por tanto se saldó con un fracaso. Pero se había puesto en marcha un proceso, lento pero imparable, de cambio de costumbres y modos de vida, cuyos efectos políticos y legales se fueron concretando lentamente. Hoy todavía se está dando cuerpo jurídico (en España en la pasada legislatura, por ejemplo) a derechos y libertades que tienen su origen en aquel impulso. El año 1968 fue el inicio de la transición liberal que culminaría en el año 1989 con la caída de los regímenes de tipo soviético. Después vino la revolución conservadora que ha hecho de la supuesta herencia de mayo el enemigo a batir. Con la cristalización de una nueva hegemonía autoritaria se cierra, a los cuarenta años de su inicio, el paradigma que entonces se abrió.

2 La dimensión universal

Aquella efervescencia revolucionaria mundial tenía obviamente peculiaridades específicas en cada lugar. En plena guerra fría, con el mundo dividido en dos bloques, la gran contestación se enfrentaba a dos formas de poder, el imperialismo americano y el imperialismo soviético. De modo que distintas eran las formas de opresión contra las que se movilizaban unos y otros y distintas eran las condiciones en que la agitación se producía. El periodista polaco Adam Michnick, en una entrevista en Le Monde, lo explicaba así: ?Los eslóganes que se gritaban en La Sorbona o en Berlín oeste estaban dirigidos contra el capitalismo, la sociedad de consumo, la democracia burguesa y también contra Estados Unidos y la guerra de Vietnam. Para nosotros era una lucha por la libertad en la cultura, en las ciencias, en la memoria histórica, por la democracia parlamentaria y, en fin, especialmente visible en Checoslovaquia, contra el imperialismo soviético, no el americano?.

Muchas de aquellas movidas tuvieron su origen en el mundo universitario. Así fue en Berlín, donde desde el año anterior se habían producido múltiples acciones estudiantiles por la reforma de la Universidad, contra la gran coalición que gobernaba Alemania y contra la guerra de Vietnam. Un grave incidente, la muerte de Benno Ohnesorg a tiros de un policía, durante una manifestación, el 2 de junio de 1967, radicalizó el proceso. Los estudiantes lanzaron una dura campaña contra los medios de comunicación del grupo Springer a los que acusaron de manipular los hechos: la prensa entraba en el campo de visión de los contestatarios. Un año más tarde, en abril de 1968, el principal líder del movimiento, Rudi Dutschke, sufrió un atentado perpetrado por un joven ultraderechista, Josef Bachman.

En México, también fueron los estudiantes con voluntad de liberalizar el mundo universitario los que protagonizaron las movilizaciones que acabarían trágicamente el 2 de octubre del 68 con la matanza de la plaza de Tlatelolco, en vigilias de los Juegos Olímpicos. Nunca se ha sabido el número de personas que murieron allí, cuando un Batallón Olimpia progubernamental empezó a disparar contra la multitud. También en Estados Unidos, los estudiantes del campus de Berkeley tuvieron un protagonismo destacado en una movida de carácter contracultural. Pero la guerra de Vietnam y la cuestión de los derechos civiles desbordaron en mucho el ámbito universitario. En 1964, bajo la presidencia de Lyndon Jonson, se aprobó la Civil Rights Act, que reconocía a los negros los derechos de los que estaban desposeídos. Fueron años en que las organizaciones proderechos civiles adquirieron mucha fuerza en la lucha por los derechos de las minorías. Pero el 4 de abril de 1968, Martin Luther King fue asesinado por James Earl Ray en Memphis, un atentado que nunca ha quedado plenamente esclarecido. El 17 de octubre, en los Juegos Olímpicos de México, los atletas americanos Tommie Smith y John Carlos, medallas de oro y bronce en doscientos metros lisos, al subir al podio levantaron el puño con un guante negro, mientras sonaba el himno americano para manifestar su pertinencia al Black Power.

Por supuesto, en París fue la Universidad, Nanterre, concretamente, el motor de la movida por cuestiones que tenían que ver con la liberalización de las costumbres. Las primeras protestas fueron contra la separación de sexos en las habitaciones de la residencia de estudiantes. El 22 de marzo la ocupación de la Universidad acabó con una acción disciplinaria contra algunos líderes estudiantiles. Ante un tribunal universitario, según ha relatado Alain Touraine, que ejerció de defensor, se dio este diálogo entre el presidente y Daniel Cohn-Bendit:

?¿Estaba usted el 22 de marzo en la Facultad?

?No, no estaba en la Facultad.

?¿Dónde estaba entonces?

?En mi casa.

?¿Y que hacía usted en su casa a las tres de la tarde?

?Hacía el amor, señor presidente, algo que a usted seguramente no le ha ocurrido nunca.

Después el movimiento iría creciendo, ocupó La Sorbona, se hizo fuerte en las calles y callejuelas del Barrio Latino, consiguió la alianza con los trabajadores que dio lugar a una huelga general sorpresa y a la gran manifestación del 13 de mayo.

Incluso en Polonia, el origen de las movilizaciones estuvo en los estudiantes y los intelectuales. Fue la suspensión de la representación teatral de una obra de Adam Mickiewicz, el más reconocido de los autores polacos, en el Teatro Nacional de Varsovia, la que desencadenó un movimiento contra la dictadura comunista que fue liquidado en tres semanas con una fuerte represión.

Pero con todas sus peculiaridades y diferencias, había un doble factor común a casi todas estas contestaciones, que es el que permite hablar de una gran contestación liberal: la crítica al autoritarismo y el antisovietismo. Y una doble novedad: el protagonismo de los jóvenes y el carácter civil ?alejado de las estructuras de poder? de la revuelta.

3 El nuevo sujeto político

Por primera vez, los jóvenes, en diversos lugares del mundo asumían el papel de sujetos del cambio social. Sin duda, tiene ello que ver con el bienestar de los años de posguerra, con la demografía ?que consolidaba la juventud como un periodo singularizado de la vida? y con la extensión social de la enseñanza superior. Casi todas las movidas del 68 tienen en las universidades su punto de partida. Casi todas ellas eran la reacción frente a formas cristalizadas de autoritarismo.

Hay cierta tradición filosófica que explica la sociedad como un compuesto de tres partes: el ámbito familiar (la vida privada); el espacio intermedio en que los individuos tejen relaciones e intercambian mercancías e ideas (lo que se acostumbra a denominar como sociedad civil) y el ámbito del poder político (el espacio público por antonomasia). La contestación del 68 fue un intento, desde este espacio civil intermedio, de romper la presión asfixiante de un espacio familiar y un espacio político claramente retardatarios, que empezaban a ser un obstáculo para el desarrollo de las sociedades modernas. Estados Unidos y Europa vivían momentos de expansión económica. Una generación de jóvenes se encontraba ante la posibilidad de pensar en algo más que los problemas de subsistencia, pero chocaba con una cultura y unas costumbres muy rígidas a derecha e izquierda (la moral de la cultura comunista, incluso en Europa occidental, no era menos restrictiva que la moral de la cultura conservadora). Las universidades crecían y se masificaban y el choque entre los estudiantes y el viejo orden académico era inevitable. La sociedad cambiaba pero el mundo familiar y el mundo político se regían por normas cada vez más obsoletas. Los estudiantes buscaban crear espacios libres donde romper los esquemas de la moral dominante. El Barrio Latino parisino se convertía así en una metáfora topológica: un lugar común en el que cada cual pudiera actuar con plena autonomía. La contestación terminó mal en todas partes, pero la liberalización de las costumbres, la desjerarquización de las relaciones sociales y la consolidación de los movimientos en defensa de los derechos civiles no dejaron de hacer camino desde aquel momento.

Es verdad que en las movidas europeas había un importante componente anticapitalista en el discurso y una empanada ideológica en la que coincidían los acentos libertarios con diversas familias de extrema izquierda, desde el trotskismo hasta el maoísmo, con discursos situacionistas y con muchas dosis de espontaneísmo crítico. Pero el principal elemento común era el antiautoritarismo, en todos los ámbitos: familiar, social y político. Lo que se traducía en una desconfianza en las instituciones, empezando por el Estado. Naturalmente, en los países comunistas el antiautoritarismo apuntaba directamente a los regímenes de tipo soviético y el marco de la contestación era la respuesta desesperada a la opresión totalitaria. Pero en Europa occidental, donde la revolución, como dijo Raymond Aron, tenía algo de quermés, el antisovietismo acompañaba al discurso anticapitalista, especialmente en aquellos países en que los partidos comunistas eran muy fuertes ?como Italia y Francia? y se les consideraba parte del mismo establishment retardatario contra el que iban las movilizaciones. En ambos países, los partidos comunistas jugaron un papel fundamental en la restauración del orden.

4 Las derrotas

La contestación terminó mal en todas partes. Si de una revolución convencional se hubiese tratado, habría que decir que la derrota fue total y absoluta. Puesto que distintas eran las circunstancias, distintas fueron las derrotas y sus consecuencias.

En los países del Este se impuso la represión. Pero en Varsovia ?aunque el movimiento fue desmantelado en sólo tres semanas? aquellas movilizaciones están en el inicio de lo que después sería el sindicalismo cristiano tan decisivo en la caída del régimen comunista. En Checoslovaquia, el retroceso fue extraordinario. La sustitución de Dubcek por el colaboracionista Husak un año después de la entrada de los tanques impuso una brutal normalización que hundió al país en una especie de purgatorio. Pero Checoslovaquia era realmente diferente de los demás porque allí sí que lo que estaba en juego era el poder, el intento de transformar el socialismo iniciado por un grupo de dirigentes comunistas.

En Estados Unidos, la tensión se desplazó a la guerra de Vietnam. 1968 fue el año de la matanza de My Lai. La tremenda herida, todavía hoy no suturada, del desastre de Vietnam marcó un par de generaciones americanas. La movilización universitaria perdió fuerza y los movimientos de derechos civiles también. La victoria electoral de Nixon cerró las esperanzas de una década que había empezado con el optimismo kennedyano. Los setenta fueron años muy amargos en Norteamérica.

Los acuerdos entre el Gobierno y los sindicatos dinamitaron Mayo del 68 en Francia al sacar a los trabajadores de la movida. La derecha ganó arrolladoramente las elecciones, después de una masiva manifestación de apelación al orden en cuya primera fila resulta todavía hoy llamativa la presencia de un rebelde convertido al gaullismo como André Malraux. De Gaulle, herido de muerte, se fue un año más tarde. Y con él quizás el símbolo más imponente de la vieja cultura social y política. Una parte de los jóvenes de Mayo alimentó a los partidos de extrema izquierda, que todavía hoy tienen presencia electoral en Francia. Algunos grupúsculos desaparecieron pronto, como los encuadrados en el delirio maoísta, pero nos dejaron la imagen de Sartre inculpado por vender La Cause du Peuple y una frase memorable del general De Gaulle: ?No se puede condenar a Voltaire?. Otros buscaron la ruptura con la sociedad en el mundo rural, donde todavía quedan restos de las comunas de la época. La violencia política no cuajó. Action Directe, el grupúsculo terrorista más importante, tuvo vida efímera. La mayoría se incorporó paulatinamente a la normalidad democrática.

Donde el día después resultó más doloroso fue en Alemania y, especialmente, en Italia. En Alemania, la Baader-Meinhoff puso el terrorismo en escena, aunque fue un fenómeno limitado a un número pequeño de personas. Italia viviría la experiencia de los años de plomo, en que la violencia de extrema izquierda y de extrema derecha hizo estragos en una espiral que degradó profundamente la vida civil y alcanzó las tripas del Estado italiano, ya por sí muy corrupto.

La matanza de la plaza de las Tres Culturas de México fue en cierto modo el anuncio de una enorme contracción autoritaria en América Latina.

5 Las herencias

La gran contestación del 68 fue una sorpresa. Había una cierta sensación de estancamiento, de inmovilismo, en la Europa de las treinta gloriosas, un balneario protegido por el paraguas nuclear de la guerra fría. De maneras distintas, Daniel Bell y Herbert Marcuse habían advertido sobre la capacidad del sistema de integrar sus contradicciones. El desenlace de la efervescencia revolucionaria del 68 confirmó sus hipótesis. El sistema fue perfectamente capaz de asumir, trillar y triturar aquella negatividad que por unos meses alimentó el sueño del gran cambio. Y el proceso de liberalización que se puso entonces en marcha siguió caminos a veces contradictorios y, a menudo, lejanos de aquel impulso inicial. El discurso del 68 tenía mucho de libertario y de crítico con el Estado, más tarde la crítica del Estado, en manos de los liberales conservadores que pusieron en marcha la revolución de los ochenta y noventa ?ésta sí que concernía directamente a la conquista del poder? se convirtió en desprestigio y debilitación del Estado en lo económico y en despliegue del control social en lo político.

La amalgama ideológica era tal que se hace difícil establecer los referentes ideológicos de aquellas movidas. Las apelaciones al marxismo, al trotskismo y al leninismo eran abundantes. Pero fue significativo el énfasis en la relación entre sexo, psicología y política que llevó a nombres como Freud o Reich. También el situacionismo tuvo su voz. Y en América cuajó la vía contraculturalista que acompaña a la cultura hippy. Herbert Marcuse por sus análisis de la relación entre economía, tecnología, cultura y subjetividad y por su crítica al marxismo ortodoxo fue considerado uno de los referentes. Raymond Aron habla de Les heritiers, de Pierre Bourdieu, como libro de cabecera de la movida francesa. También de la noción de grupo de fusión de la Crítica de la razón dialéctica, de Sartre. En cualquier caso, los filósofos de la sospecha, el trío Marx-Freud-Nietzsche, articularon, especialmente en Francia, buena parte del pensamiento de la época.

Aquella experiencia marcó a la generación de los que el año 1968 rondábamos la veintena. Por un lado, pesó sobre nosotros ?lo digo así, porque es mi generación? el habernos autoungido como la generación moderna por excelencia. Ha costado entender que el tiempo pasa para todos y que la patente de modernidad no tiene dueño. Por otra parte, la pulsión antiautoritaria ?probablemente la mejor herencia de aquellos años? también generó monstruos. He dicho, a veces, que fuimos mucho mejores hijos ?en la medida en que supimos plantar cara a nuestros padres? que padres ?en la medida en que no hemos osado plantar cara a nuestros hijos?. Con nuestra actitud ?y la potencia integradora de las contradicciones que el capitalismo tiene? les hemos dejado sin espacio para la transgresión. Otros perdedores, víctimas de cierta frivolidad que acompañó a la contestación, de los que nunca se habla, son la generación de la droga, los que pensaron que la fiesta continuaba en la heroína y lo pagaron con la vida.

El paradigma que se abrió hace cuarenta años con la contestación de las formas de autoridad dominantes, a uno y otro lado de la guerra fría, se ha agotado. La transición liberal culminó con el hundimiento de los sistemas de tipo soviético y con la fantasía de que el triunfo de la democracia liberal significaba el fin de la historia. Después vino la restauración conservadora que se estrelló en la guerra contra Irak tras imponer el discurso de la seguridad como forma del autoritarismo en la sociedad de la información. Como ha escrito Fred Halliday, ?la invasión norteamericana de Irak en 2003 supuso para los ideales y para la legalidad de la intervención humanitaria lo mismo que supuso la invasión de Hungría en 1956 y de Checoslovaquia en 1968 para el comunismo internacional?. Un ciclo se cierra.

Para mí, lo mejor de la herencia del 68 es la cultura de la sospecha, la actitud que consiste en poner siempre en cuestión cualquier enunciado que se nos ponga por delante y no dar nunca por definitivas las ideas recibidas; y el acento libertario, la autonomía del individuo frente a todas las promesas comunitaristas, culturales o religiosas. Cuarenta años después estas dos actitudes se echan de menos a la hora romper las nuevas formas de autoritarismo basadas en el triángulo que forman la seguridad como ideología, la competitividad como principio de vida y el sálvese quien pueda como destino.

JOSEP RAMONEDA 19/04/2008. EL PAÍS, Madrid.

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"1968" (Joaquín Sabina). Interpretado por J. Sabina.


13.4.08

FREE TIBET


Sin lugar a dudas, el régimen dictatorial chino merece todo tipo de censuras por las más diversas causas: la represión brutal, el estado policial-carcelario, la pena de muerte dispensada a destajo, la censura, el control obsesivo del ciudadano, la destrucción del patrimonio histórico, el militarismo agresivo, o el propio concepto político, que resume lo peor del leninismo (versión maoísta) y el liberalismo económico.

Por eso me sorprende que sea sólo el asunto del Tíbet el que mueve a la opinión pública y a los políticos a protestar contra uno de los peores regímenes que existen en nuestro planeta. Sin duda la invasión del Tíbet (como la de Irak, por poner un ejemplo más reciente) es un hecho reprobable e ilegal. No obstante, dudo mucho de que la restauración de la teocracia feudal de los lamas sea la solución al problema. La vuelta del lamaísmo sólo supondría el regreso del Tíbet a la Edad Media, con su corte de hambre, clasismo y esclavitud incluidos. Eso es lo que había en el Tíbet antes de la invasión, asuntos que el Dalai Lama no suele mencionar a menudo.

Tíbet libre, por supuesto, pero no en manos de una casta de sacerdotes privilegiados. Y China libre también.

JOSÉ MANUEL LECHADO 12/04/2008, El País, Madrid.

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LA CONCIENCIA CRÍTICA DE LOS PENALISTAS

Al ver el rechazo popular a la política violatoria de derechos humanos del gobierno chino, manifestado en las protestas surgidas con el paso de la antorcha olímpica por muchas ciudades de occidente, creo que esa conciencia política -aunque sea una conciencia un tanto intuitiva, menos que elaborada y trabajada- es algo de lo que adolece nuestra destrozada AIDP.

La Asociación Internacional de Derecho Penal, que en 2005 realizó su reunión internacional en China, no reparó en ninguno de los elementos que los ciudadanos de a pié han remarcado en estos días. Para colmo de males, la AIDP ahora organiza para 2009 una reunión en Turquía, el único país del mundo que niega y oculta un genocidio, quizá el primero del siglo XX, el armenio.

Como vemos, la AIDP tiene menos concienta crítica que un grupo de boy scouts. Una lamentable vergüenza.

Recomiendo leer el discurso de Raúl Zaffaroni sobre el triste devenir de la AIDP, dado en Guadalajara (México) en una reunión de la misma AIDP el año pasado. Leerlo.

Matías Bailone.