19.1.06

Dora Martina

Acaso resulte sobreabundante para quienes la conocieron y quisieron. Pero es difìcil sustraerse a la necesidad de escribir unas lìneas en recuerdo de esa querida amiga y militante, dirigente ejemplar del radicalismo porteño y que acabamos de perder tràgicamente. Me refiero, como es obvio a Dorita Martina.
Siempre admiramos en ella esa actitud visceral, ese compromiso femenino (no feminista), esa digna altivez, esa convicciòn profunda de los que recibieron buenas enseñanzas y por ende las prodigan dìa a dìa. No tenìa miedo de llamarse radical cuando muchos hicieron apostasìa explìcita del partido y la doctrina que los honrò o exaltò a diversas posiciones que les reportaron beneficios. Tampoco rehuyò nunca que le dijeran "antiperonista" o "gorila". Lo asumìa porque su certeza democràtica y republicana era tan fuerte que no podìa permitir que se tergiversara asì nomàs la historia y que los victimarios fuesen de pronto vìctimas. Y ella habìa vivido y sufrido al peronismo en su màs puro estado, ese que ahora vuelve asomar redivivo bajo nuevos ropajes que procuran encandilar entre tanta ignorancia. Fue concejal y legisladora por este centenario partido, al que honrò y siempre estuvo consustanciada con la causa de los desposeìdos, como soñara el fundador Leandro, y por eso su compromiso con los jubilados y la tercera edad. Y por eso sus homenajes a Hipòlito Yrigoyen en el recinto y la reposiciòn de la placa en el olvidado paraje del bajo autopista de Brasil al mil, adonde habìa habitado austeramente el Peludo. Cuando tanto pretendido radical desconoce u omite siquiera una referencia al legendario caudillo. Se nos fue inesperadamente Dorita cuando aùn tenìa mucho para darle a la Repùblica y al partido al que dedicò sus años jòvenes y maduros. Por el cariño que le guardamos quienes nos consideramos sus amigos no podemos olvidarla y debemos honrar su memoria concretando la reconstrucciòn de la U.C.R. que ella soñó para la restauraciòn de la autèntica repùblica democràtica.

Dr. Diego A. Barovero

16.1.06

42 años de la Ley Oñativia

Hace hoy 42 años ingresaba al parlamento un proyecto de Ley de Medicamentos - luego Ley Nº 16462 -, inspirada por el ministerio de Salud Pública encabezado por doctor Arturo Oñativia durante la Presidencia de Don Arturo Illia.
La ley por él impulsada promovia la toma de conciencia del medicamento no como una mera mercancia ; el precio -regulado por el Estado y aun congelado- debería garantizar su acceso a la población, aún contra las presiones de las multinacionales.
Los intereses heridos de aquellas empresas multinacionales fueron de rol protagónico en el proceso de derrocamiento del gobierno democratico de Illia.
La ley Oñativia es un claro ejemplo de la consecuencia y coherencia de los gobiernos radicales en el respeto al derecho de acceso a la salud por parte de todos los habitantes.

Dr. Gustavo Aramburu

40° Aniversario de la "Ley Oñativia". Facultad de Medicina. UBA

Comenta: Inés Méndez. Estudiante de Medicina, UBA.

Hace escasas dos semanas tuvo lugar en la Facultad de Medicina, UBA una reunión conmemorativa al 40ª aniversario de la ley Oñativia (1): poca gente, quizás poca gente enterada del contenido de la ley Oñativia, quizás poca gente enterada de la existencia de la ley Oñativia. De aquellos conocedores de la ley, asistieron los que la defienden; los que insisten en que debe ser cumplida simplemente por su carácter de ley, sino por la coherencia de sus artículos. Supo haber, por qué negarlo, detractores. Pero sólo asistieron; no permanecieron (2). Conoce Ud. esta ley? No? Y la ley de medicamentos, la que otrora hiciera caer al gobierno de Illia "por incompetencia en sus funciones"?. Sí, señor lector, es la misma.
A modo de sencillo prólogo podría recordar Ud que el Dr. Oñativia fue Ministro de Salud durante el gobierno del Dr. Illia, y la ley por él impulsada promueve la toma de conciencia del medicamento como bien no intercambiable; el precio -regulado por el Estado- debería garantizar su acceso a la población, aún contra las presiones de las multinacionales; se prohíbe por tanto su publicidad; establece pautas muy claras para su distribución y comercialización así como las penas correspondientes a su incumplimiento. Los intereses heridos de aquellas empresas multinacionales fueron de rol protagónico en el proceso de derrocamiento del gobierno de Illia, y con ello la burla liberal de la ley Oñativia.
Teniendo en cuenta el contenido de la esta ley y homenajeándola, los expositores -profesionales médicos y farmacéuticos, docentes universitarios y funcionarios políticos algunos de ellos-(7) se extendieron en sus aspectos fundamentales: Aquellos sobre los que, esto que llamamos Estado hace la vista gorda; patentes farmacéuticas, publicidad de medicamentos y desarrollo del precio de éstos. Al concebir al medicamento como bien de mercado, es imposible no pensar en el derecho a la propiedad intelectual-patente farmacéutica, aquella que protege al descubridor-inventor-creador de algo; pero ese algo en este caso es en realidad aquel bien social que defendía el Dr. Oñativia, y al definirlo como social, esta propiedad intelectual indefectiblemente se opone al derecho a la salud: si la emergencia supera a la demanda de medicamentos, esa patente farmacéutica ya no tiene razón de ser. Existen acuerdos internacionales que avalan esta postura, pero si la mano del gobierno no los gatilla por sumisión o cooperación con las naciones opresoras... Si extrapolamos el párrafo anterior a la realidad de la publicidad aberrantemente explícita de los medicamentos, encontramos una vez más que pisoteando los postulados de la ley en cuestión, los intereses inescrupulosos de gigantescos laboratorios ubican su producto como bien de mercado, como la promoción de un CD por una discográfica. No se acostumbró Ud. ya a ver interrumpida una escena televisiva por el acoso de un antiácido o un antiinflamatorio que milagrosamente cura todos los dolores y no tiene un solo efecto indeseado? Esto es lo peligroso: Ud. ya se acostumbró. Contrarrestar este efecto ha sido el objetivo de algunos de estos profesionales; mostrar el efecto más indeseado de cualquier medicamento, su publicidad con las previsibles consecuencias de automedicación (cobertura legal: "Ante cualquier duda consulte a su médico"). El precio también ha sido tema de debate: Para quien acepta de buen grado el precio de un medicamento, descubrir que éste es absolutamente arbitrario es apenas indignante, y para aquel que no lo acepta porque no puede pagarlo, tomar conciencia de esto siembra una actitud rebelde, quizás hasta violenta. Se lo puede juzgar? (Actualmente la gran mayoría de la población argentina; actualmente los chicos argentinos -cuanto más alejados de la Capital vivan- siguen infectándose/infestándose y muriendo, por no tener acceso a condiciones sanitarias dignas. Por inanición. No pueden comer; podrán pagar un antibiótico? Y si en la caja del Remediar se olvidaron de incluirlo?) "El que elige no paga, y el que paga no elige" (3)Concluyendo: En esta reunión se defendió con vehemencia la posición del medicamento como bien social, por tanto la regulación de su precio por un Estado lúcido (hasta que no tengamos este Estado, y no el modelo neoliberal de empresas privadas que nos gobiernan...), y desprendiéndose en forma lógica, implementar la prohibición de su publicidad por inescrupulosos laboratorios que para imponer su producto en el mercado pueden llegar a falsear los resultados de sus investigaciones (4). Se podría tomar como alegato virtual a esta condena a la libertad de circulación y fijación de precios de medicamentos, la información que la FDA (5) divulgó y se aceptó gracias a la globalización: "Interacciones de medicamentos y las medicinas sin receta médica: Lo que Ud.debe saber"(6). De todas formas, sobrevolar esta imposición de acatamiento a condiciones tan opresoras como cumplir con los plazos de una patente farmacéutica, aún ante la emergencia sanitaria, toma quien escribe -como impresión personal- ha sido el ideal que convocó a esta reunión.

Buenos Aires, octubre de 2004.

8.1.06

Nueva Página sobre el Radicalismo

Sobre Felipe Pigna

Falsos mitos y viejos héroes.
Acerca del programa de Felipe Pigna y Mario Pergolini (Canal 13, 2005)


Por Mirta Zaida Lobato e Hilda Sabato.

“Vivimos rodeados de mentiras”: Tal la frase pronunciada por Mario Pergolini a poco de iniciarse el primero de los cuatro capítulos del programa especial que, bajo el título general de “Algo habrán hecho por la historia argentina”, fue emitido recientemente por Canal 13. Junto a él, Felipe Pigna asumió el papel de quien habría de revelar las verdades que, según se desprende del diálogo, nos han sido hasta ahora ocultadas o escatimadas a los argentinos. A lo largo de cuatro emisiones semanales de una hora cada una Pergolini y Pigna dialogaron sobre el pasado, iniciando su recorrido con las invasiones inglesas de 1806 y 1807 para terminar (aunque prometen una nueva serie) a mediados del siglo XIX, con la caída de Rosas en Caseros y la casi simultánea muerte de San Martín en Francia.
El programa constituye una novedad para la televisión abierta local, pues aunque la práctica de contar la historia utilizando medios audiovisuales no es nueva, hasta ahora no habíamos tenido una producción de esta envergadura que es, en cambio, bastante frecuente en otros países. Por ello y por la repercusión mediática que ha tenido (tanto en términos de publicidad como de rating) ofrece una oportunidad para discutir no solo sobre nuestro pasado sino sobre cómo se narra aquí la historia.
¿Qué historia nos cuenta este programa y cómo la cuenta? De la mano del maestro –Pigna- y el alumno –Pergolini- “Algo habrán hecho…” hace un recorrido cronológico del período y construye un relato estructurado en torno de algunos ejes organizadores:
- La historia tal como se ha contado hasta ahora es una tergiversación de la verdad, que este programa se propone develar.
- Nada ha cambiado en nuestra historia por lo que nuestro presente puede leerse directamente a partir del pasado y viceversa. “La Argentina es siempre la Argentina” dice, hacia el final, el alumno después de aprender lo que le ha enseñado su maestro. Por lo tanto, todo lo ocurrido se interpreta en clave del presente.
- Esa historia es la de la lucha entre los buenos y los malos. Los protagonistas son los grandes nombres: los buenos son los héroes o patriotas, que son virtuosos sin matices ni atenuantes a lo largo de todas sus vidas (con San Martín a la cabeza) y los malos son “los de siempre” y se distinguen por ser enteramente corruptos y traidores. El pasado se reduce a una sucesión de hechos (no muy diferentes de las efemérides escolares) que se identifican con las acciones de esos hombres importantes, quienes van definiendo el destino argentino. Hoy como ayer, el mal siempre termina triunfando sobre el bien, pero los buenos insisten y la historia vuelve a empezar.
- También hay un “pueblo”, que aparece mencionado aquí y allá, siempre de manera genérica (el pueblo es uno y homogéneo) y del lado de los buenos.
- La Argentina existe desde siempre: Se habla de la nación, del estado nacional y de los argentinos como entidades eternas.

Con estos ejes no muy novedosos, el programa propone un formato innovador. Maestro y alumno van hacia el pasado, y mientras dialogan entre sí, hablan también con los personajes y se identifican con sus temores y ansiedades. Las escenas combinan cuadros del presente (FP y MP en Londres, Paris, Rosario, la campaña de Buenos Aires, etc.) con otras que representan ficcionalmente algunos de los hechos narrados (batallas, asambleas, fusilamientos, asonadas, etc.), siempre con los grandes personajes en primer plano y con la ocasional intrusión de FP y MP como observadores participantes. Se hace un importante despliegue de mapas, croquis y dibujos; en cambio, es muy escaso el uso de material documental a pesar de su existencia y disponibilidad.
Esta propuesta tiene otras limitaciones importantes. En primer lugar, el guión prescinde de algunos de los elementos claves de un relato cinematográfico, tales como la consistencia y el crescendo narrativo. Aquí, las cartas están echadas desde el primer cuadro, de manera que todo el resto es una mera confirmación de lo que ya sabemos de antemano. Los interrogantes son solo retóricos, pues la respuesta ya se conoce. Por caso: Frente a las sucesivas campañas militares encabezadas por Manuel Belgrano, MP es categórico: “A esta altura ya no tenemos dudas: En Buenos Aires a Belgrano lo odiaban” -sin preguntarse quién, porqué, ni cómo un hombre como él encaraba y aceptaba sin más esos destinos- a lo que FP responde: “No te quepa duda”. Dudas, es precisamente, lo que no hay en este relato; esa ausencia achata el diálogo y simplifica la historia.
El acartonamiento de la conversación en que el maestro recita largos párrafos explicativos a un alumno que repite, acota, y “aprende” las lecciones de la historia se acompaña con su opuesto: los guiños constantes, cómplices y prejuiciosos entre los dos amigos, que a su vez extienden a los televidentes. Baste ilustrar esta actitud- que es permanente- con un ejemplo: cuando aparece la caricaturesca figura de un militar brasileño amenazando con la guerra (allá por 1826), MP espeta “¿Qué dice el brasuca?”.
Las puestas en escena de eventos específicos abundan en detalles inverosímiles, como los cuadros de batalla con soldados impecablemente vestidos (y apenas unas manchas en los pantalones), el parlamento de Castelli ante el fusilamiento de Liniers, el capitán del barco envenenando a Moreno (aquí presentado como verdad indiscutible, cuyas pruebas –claro- no existen), o la grotesca dramatización del cabildo abierto del 22 de mayo.
Finalmente, el material de archivo, el despliegue gráfico y las escenas ficcionalizadas no cumplen otro papel que ilustrar las palabras. Son como estampitas destinadas a meter por los ojos lo que ya se está diciendo en el diálogo, pero carecen de toda autonomía.
Si estos son los problemas de un formato que prometía otra cosa, los que presenta a la interpretación histórica son aún más serios:

1. El programa reitera y refuerza las visiones más patrioteras de la historia argentina. Retoma las figuras de los héroes más rancios del panteón nacional y las versiones más esencialistas de la nacionalidad argentina. Como en las tradicionales historietas de Billiken, se comienza con las invasiones inglesas, que aquí sirven para denostar a los ingleses (que de allí en más serán villanos de la película), para mostrar desde la primera escena al primero de los corruptos (Sobremonte, en una escena desopilante por lo inverosímil) y para hablar ya de los buenos por venir, sobre todo Belgrano. Esta figura aparece en el primer plano de la historia de la revolución, cuyo tratamiento es, de nuevo, una réplica de los relatos escolares, con los “patriotas” a la cabeza. Todas las incertidumbres y las turbulencias de la época revolucionaria quedan subsumidas en un cuentito ejemplar.
En un segundo momento, cuando “la Argentina parecía un sueño a punto de morir… un hombre avanzaba en silencio…” para enfrentar “al imperio, a la traición y a su propio destino de héroe”: San Martín. El tratamiento de su figura recorre varios programas, pero desde la primera escena resulta indiscutible: estamos frente al virtuoso total. No hay, sin embargo, explicación o interrogante alguno acerca del porqué de su virtud y sus benéficas acciones (los héroes no se explican: SON). Solo sabemos que él luchaba y luchaba, mientras sus enemigos acérrimos buscaban su destrucción. En este punto, un nuevo villano ocupa la escena: “Buenos Aires”, antes cuna de la revolución pero de pronto nido de todos los males y los malos.
La contrafigura más importante de San Martín es Bernardino Rivadavia. Sus iniciativas de cambio son ridiculizadas como “cabalgata modernizadora que no se detiene ante nada” y mientras en pantalla se enumeran sin comentarios sus obras (como la creación de la UBA, el Museo Histórico Nacional, la Caja de Ahorro, entre muchas otras) por otro lado se lo sindica como corrupto y coimero, pero –de nuevo- no hay intentos por explicar ni al personaje ni a su época.
Lo que sigue es más de lo mismo: Lavalle es malo/tonto, Dorrego es buenísimo, Rosas es astuto y cruel, pero está con la soberanía nacional, y hasta se vuelve sobre la ya remanida (y demolida) imagen de “la anarquía” de los años 20. En suma, una historia maniquea, sin matices, sin interrogantes y que poco innova sobre esa historia “oficial” que pretende cuestionar.

2. El programa remite a una forma muy tradicional de escribir la historia. “Algo habrán hecho…” se acerca al pasado ignorando toda la historiografía de los últimos cincuenta años (por lo menos). En primer lugar, no hay ningún intento por analizar procesos ni estructuras. Los hechos se suceden por obra y gracia de los héroes y antihéroes.
En segundo lugar, no se atiende a ninguna de las dimensiones del pasado que hoy constituyen la materia principal de los historiadores en todo el mundo: lo social, la economía, la vida política, el mundo de las representaciones y la cultura. Si de vez en cuando se introduce alguna mención que supone una referencia a un actor social o político (“la oligarquía”, “el pueblo”, “los caudillos”, “los estancieros” etc.), no se hace ningún esfuerzo por ubicarlos en el tiempo, describir sus características o analizar sus transformaciones. Y no es que la historiografía argentina carezca de estudios sobre esos temas: los hay y con diferentes orientaciones, que podían haber servido para introducir una visión menos limitada y estereotipada de nuestro pasado.
En tercer lugar, en esta visión la historia es cosa de hombres. No solo las mujeres no aparecen como protagonistas, sino que las referencias a ellas son a la vez prejuiciosas (“¡Qué bagarto!” dice MP frente a la imagen de una mujer que no conoce; “No, pará - lo instruye FP- que esa es Encarnación Ezcurra, la mujer de Rosas”) y equivocadas. Así, por ejemplo, de las tertulias se dice que servían “básicamente para que las familias engancharan a sus hijas con algún doctor o militar soltero”, mientras que los varones participaban -como verdaderos hombres- de otras tertulias, las revolucionarias. De este modo, se ignora todo lo que se ha escrito sobre esas formas de sociabilidad donde la mujer cumplía diversos e importantes roles.

3. Para acomodar la realidad a su versión del pasado, el programa incluye omisiones, errores, anacronismos y tergiversaciones sobre hechos que son conocidos y están largamente analizados por la bibliografía existente. Apenas algunos ejemplos: el rol revolucionario de Saavedra y de las milicias que él comandaba queda totalmente desdibujado, pues entraría en contradicción con su imagen de antihéroe (frente a Moreno); se tergiversa el lugar de Gran Bretaña en las guerras de independencia, pues solo se habla de presiones que habría ejercido ese país contra la “voluntad independentista” y no de todas las conocidas actuaciones en sentido inverso; se reducen los conflictos entre unitarios y federales a la disputa por las rentas de aduana; se distorsiona la historia del sufragio, pues al presentar ese tema para la coyuntura de 1820/21 y el ministerio de Rivadavia –“el malo”- se omite toda referencia concreta a la innovadora ley de 1821 que estableció el voto activo para todos los varones adultos libres, pero en cambio se pasan dos imágenes: la primera refiere a un discurso sobre el tema pronunciado por Dorrego –“el bueno”- cinco años más tarde y la segunda, teatraliza una escena de comicios inverosímil considerando los estudios actuales sobre elecciones.

4. El programa aplana el pasado, lo simplifica y lo equipara al presente, sin preguntarse por las diferencias y por los cambios que atravesó la sociedad argentina a lo largo de dos siglos. Para subrayar las continuidades y mostrar que todo es lo mismo, utiliza un recurso de manera reiterada: en el relato del siglo XIX inserta imágenes del pasado reciente para forzar así la identificación entre aquella historia y los traumáticos sucesos que vivimos en los últimos treinta años: Cuando el cadáver de Moreno es arrojado al agua (como se hizo durante siglos con todos los muertos en alta mar), MP y FP reflexionan en la costanera del Río de la Plata y una voz en off acota: “era el comienzo de una oscura tradición argentina” (a nadie escapa que están refiriéndose a la práctica criminal de la última dictadura militar, de arrojar a ese río los cuerpos de detenidos-desaparecidos). Cuando se menciona el 24 de marzo como fecha de inicio del Congreso de Tucumán, ocurre el siguiente intercambio: MP:”Un 24 de marzo!” FP: “pero por aquel entonces esa fecha no tenía la connotación tan nefasta que tiene hoy en día”. Esta modalidad se exacerba en la referencia a la ley de amnistía de Rivadavia (“ley del olvido”) pues, con ignorancia absoluta de cómo funcionaba entonces la vida política y las instituciones, se la equipara a las leyes de Punto Final y Obediencia Debida de 1987 y al indulto a los militares de la última dictadura y se incluye, de manera totalmente anacrónica, una larga escena con imágenes de las protestas frente a esas medidas encabezadas por los organismos de derechos humanos. Algo equivalente ocurre con el levantamiento de Lavalle (un levantamiento entre muchos otros) al que se sindica como “el primer golpe de estado de la historia argentina” para colocarlo en serie con los golpes militares del siglo XX.
Estas operaciones no son inocuas. No solamente obstaculizan cualquier intento de pensar el pasado en sus propios términos sino que mitigan los problemas del presente. En efecto, si todo siempre fue igual, si la Argentina desde sus orígenes más remotos tuvo golpes de estado, desaparecidos, militares asesinos e indultos, entonces los crímenes recientes solo son un eslabón más de una larga cadena y sus responsables pueden lavar sus culpas en el altar de una historia siempre igual a sí misma.

En suma, más que derribar mitos y develar verdades, como pretende el programa en sintonía con la apuesta más general de divulgación histórica liderada por Felipe Pigna, “Algo habrán hecho…” funciona sobre todo retomando y consolidando viejos y conocidos mitos de la historia argentina. Y si aquel “vivimos rodeados de mentiras” se presenta como una promesa inicial de crítica profunda, al uniformar el punto de partida y de observación, termina por ofrecer un producto reaccionario, que impide la interrogación, deslegitima el debate y desalienta la reflexión, tanto sobre el pasado como sobre nuestro más cercano pero igualmente complejo presente.