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22.2.06

el Poder Judicial como contrapoder en la concepción de Ferrajoli

"Para un Estado que desee regirse por medio de ordenamientos liberales y duraderos, y que quiera corresponder a los fines de la tutela jurídica (en la cual consiste íntegra la única razón de ser de la autoridad social), es de suprema necesidad que el Poder Judicial sea un obstáculo sólido y perpetuo para los posibles abusos del Poder Ejecutivo." FRANCESCO CARRARA.

Justamente esta función de freno puede ser desarrollada por el Poder Judicial porque no es representativo, porque se configura respecto a los otros poderes del Estado, como un 'contra-poder', en el doble sentido de que tiene encomendado el control de la legalidad de (validez) de los actos legislativos tanto como de los administrativos, y la tutela de los derechos fundamentales de los ciudadanos frente a las lesiones que pudieran provenir del Estado.

Ver Ferrajoli, Luigi: "Derecho y razón", 5º edic, Trotta, Madrid, 2001. Pág. 580.-


18.2.06

Las caricaturas: el islam europeo secuestrado




Por OLIVIER ROY, El País (España)

El conflicto de las caricaturas danesas es presentado con frecuencia como la expresión de un choque de civilizaciones entre un Occidente liberal y un Islam que rechaza la libertad de expresión. Hace falta mucha ignorancia y todavía más hipocresía para sostener esta tesis. La libertad de expresión ya tiene límites en todos los países occidentales, y por dos cosas: la ley y un cierto consenso social. La ley reprime el antisemitismo. Pero también el perjuicio a otras comunidades: la Iglesia católica de Francia consiguió en el 2005 que se retirara un anuncio que utilizaba la Santa Cena, en la que, en lugar de apóstoles, había unas mujeres con ropa ligera. Éste es exactamente el mismo procedimiento que hoy han emprendido las asociaciones musulmanas. ¿Qué periódicos publicaron entonces el anuncio inculpado en defensa de la libertad de expresión? En la opinión pública también hay un umbral de tolerancia muy variable: ningún periódico respetable publicaría hoy una entrevista a Dieudonné, aunque la justicia no le haya condenado (todavía) por antisemitismo. Ningún gran periódico publicaría unas caricaturas que se burlaran de los ciegos, de los enanos, de los homosexuales o de los gitanos, más por miedo al mal gusto que por la persecución judicial. Pero con el Islam el mal gusto se acepta porque la opinión pública es más permeable a la islamofobia (que, de hecho, muchas veces esconde un rechazo a la inmigración). Lo que ofende al musulmán medio no es la representación del profeta, sino que haya dos varas de medir.

Las protestas de los musulmanes en Europa, excepto las de algunos descontrolados que las capitalizan, son en realidad más bien moderadas y también se basan en la libertad de expresión. Pero de manera más general también se inscriben en lo que sin duda es hoy el gran debate en Occidente: ¿en qué medida la ley tiene que defender un espacio de lo sagrado, ya se trate de blasfemias, de negacionismo, de la memoria o del respeto al otro? Esto se enmarca en un debate más general: ¿qué corresponde a la libertad humana de un lado y al orden natural o divino del otro? No es extraño que los creyentes conservadores, cristianos, judíos o musulmanes cada vez estén más unidos para reclamar límites a la libertad del hombre, ya sea sobre el tema del aborto, del matrimonio homosexual, de bioética o de blasfemias. No es extraño que la conferencia episcopal (de Francia), el gran rabinato y el consistorio protestante hayan manifestado su comprensión por la indignación de los musulmanes. Este debate sobre los valores no enfrenta a Occidente con el Islam, está dentro mismo de Occidente.

¿De dónde viene entonces la violencia en el caso de las caricaturas? Aquí no hay que mirar hacia otro lado. El mapa de los disturbios muestra que los países afectados por la violencia son aquellos en los que el régimen y ciertas fuerzas políticas tienen cuentas pendientes con los europeos. La violencia ha sido instrumentalizada por Estados y movimientos políticos que rechazan la presencia europea en un determinado número de crisis del Oriente Medio. Estamos pagando una actividad diplomática creciente pero que no es objeto de un debate público. ¡Que el régimen sirio se presente como defensor del Islam haría reír si no fuera porque las consecuencias han sido trágicas! ¡Un régimen que ha exterminado a decenas de miles de Hermanos Musulmanes está ahora en la vanguardia de los defensores de Mahoma! Aquí se trata de una maniobra estrictamente política para recuperar la influencia en el Líbano y aliarse con todos aquellos que se sienten amenazados o ignorados por la política europea. La crisis también revela que la política europea ha evolucionado considerablemente. En el momento de la intervención americana en Irak, era de buen tono oponer a la coalición anglosajona una "vieja Europa" continental, hostil a la intervención americana, más bien propalestina y que insistía en la soberanía de los Estados en detrimento a veces de la democratización. Francia estaba acreditada por la tradición gaullista de independencia respecto a los Estados Unidos.


Ahora bien, en tres años las cosas han cambiado mucho. Los europeos están echando solos un pulso a Irán a propósito del tema nuclear y se encuentran en primera línea para acusar a Teherán ante el Consejo de Seguridad, mientras que Estados Unidos se mantiene en una retórica prudente. ¿Hay que extrañarse de que Hezbolá y Teherán aviven el fuego de las caricaturas? En Afganistán, las fuerzas de la OTAN, es decir, las tropas europeas, están sustituyendo a los soldados americanos y se encontrarán en primera línea contra los talibanes y Al Qaeda. La coalición de los partidos paquistaníes que se manifiesta hoy para protestar contra las caricaturas danesas es precisamente la que apoya a los talibanes y a Al Qaeda. En el Líbano, Francia (y por tanto también Europa) ha adoptado de repente una posición muy dura contra la presencia siria, lo que ha exasperado el régimen de Damasco: ahora éste se está vengando organizando bajo mano ataques contra las embajadas (¿quién puede imaginarse hoy una manifestación espontánea y descontrolada en Damasco?). Pero es tal vez en Palestina donde el cambio, si no de fondo al menos de forma, es más patente: Europa, esta vez cerrando filas, ha impuesto unas condiciones draconianas para mantener las ayudas después de la victoria de Hamás, lo que muchos palestinos no han entendido, puesto que esperaban una mayor neutralidad; de ahí el arrebato en Gaza contra las representaciones de la Unión Europea.

Lejos de ser neutral o de estar ausente, Europa ha tomado desde hace tres años una postura mucho más visible e intervencionista en Oriente Medio, a la vez que se ha acercado a Estados Unidos. Contrariamente a lo que ocurría hace tres años, Washington desea ahora una mayor presencia europea, sobre todo con la perspectiva de una retirada progresiva de Irak. Esta mayor exposición de Europa lleva a tensiones con una coalición extraña de regímenes y movimientos que han secuestrado a los musulmanes europeos.

De hecho, esta estrategia ofensiva ya estaba anunciada desde la iniciativa de los embajadores árabes ante las autoridades danesas. Los regímenes árabes, en efecto, siempre se han esforzado en mantener la inmigración en Europa como unadiáspora, que podían movilizar por causas nacionales. Los países del Magreb consideran que la segunda generación nacida en Francia conserva automáticamente la nacionalidad de sus padres. Los consulados se presentan siempre como intermediarios para gestionar las tensiones alrededor de las cuestiones del Islam y se han lanzado a una intensa campaña para controlar las elecciones en el CFCM (Consejo Francés del Culto Musulmán). La Universidad de Al Azhar en El Cairo se presenta como un recurso para formar imanes y dictar fatwas, y rechaza por ejemplo el Consejo Europeo de la Fatwa, con sede en Londres, que defiende la idea de un derecho específico para el Islam minoritario. En resumen, tanto los Estados como las organizaciones hacen todo lo posible para que los musulmanes de Europa se sientan vinculados a Oriente Medio, y no deja de ser lógico.

Pero la mayoría de musulmanes de Europa viven este molesto apadrinamiento cada vez peor: es interesante ver que en realidad las grandes organizaciones se distancian de la polémica de las caricaturas (basta con mirar la web de la UOIF

[Unión de las Organizaciones Islámicas de Francia] o bien la de oumma.com). Es en el sentido de esta desconexión entre el Islam de Europa y las crisis de Oriente Medio donde hay que buscar la clave de la gestión de estas tensiones inevitables y tratar a los musulmanes de Europa como ciudadanos, como se hace con los cristianos y judíos, aunque con frecuencia se les tenga que recordar el principio de la libertad de expresión y de la laicidad.

Pero también hace falta que la opinión pública europea tome conciencia de esta mayor implicación de Europa en los asuntos de Oriente Medio, de Palestina a Afganistán, porque supondrá un mayor riesgo tanto para sus representaciones diplomáticas como para sus ONG y sus ciudadanos. Podemos estar de acuerdo con un mayor papel de Europa en Afganistán o en el Líbano, pero hay que asumir las consecuencias. Una vez más, a Europa le falta un espacio de verdadero debate político.


Democracia, procesos electorales, derecho a elegir y a ser elegido

Nos parece un principio elemental de ética pública -de esa ética a la que ahora apunta el art. 36 de la Constitución reformada en 1994- el que consigna implícitamente que en el requisito de la idoneidad para ser elegido por el cuerpo electoral se incluye el de no tener pendiente una causa penal (a menos excepcionalmente que la conducta que en ella se ventila sea muy trivial desde el punto de vista del derecho penal).

El principio constitucional que parecería oponérsele y que alude a la presunción de inocencia mientras no hay condena firme, no es tan rígido como para prevalecer sobre el otro antes citado. ¿Acaso no vemos que no es tan rígido cuando, con causa constitucional suficiente, una persona puede ser excepcionalmente privada de su libertad (en forma y tiempo razonable y breve) mientras se sustancia el proceso penal en su contra?

La norma internacional que prevé la condena firme para excluir a una personal del derecho a ser elegida tiene, indudablemente, que armonizarse y compatibilizarse con el recaudo de la idoneidad. Si las dos normas gozan de la misma jerarquía constitucional, una no excluye ni descarta a la otra, sino que deben conciliarse en una interpretación coherente para cada caso según sus circunstancias.

El proceso electoral tiene raigambre constitucional, y exige que la etapa en que los ciudadanos ejercen su derecho electoral activo (de sufragio) en paralelismo con el derecho electoral pasivo de otros ciudadanos (a ser elegidos) se integre unitariamente con la etapa eventual del futuro desempeño, de tal forma que quien postula su candidatura para ser elegido cuente con la idoneidad técnica y ética que sea necesaria para su posible buen desempeño en caso de su triunfo electoral.

Es incongruente e irrazonable dividir una etapa de la otra, y ello nos deja ver con máxima claridad todo cuanto en la constitución hace vislumbrar que cualquier cargo público -con especial énfasis los de origen electivo- presupone un "buen" desempeño (porque el "malo" tiene previstos sus remedios correctivos, hasta la eventual cesantía). Y nadie podrá imaginar con sensatez que una persona que, como en este caso del fallo comentado, está imputada y condenada penalmente por sentencia que no ha pasado en cosa juzgada, se halla en condiciones éticas para acceder a un cargo público, por más que unos y otros invoquen, sin razonabilidad objetiva, el derecho electoral activo y pasivo.

El régimen republicano y el estado democrático tienen exigencias que no toleran ser arrasadas por el derecho electoral y por el proceso electoral. Basta recordar que el ejercicio "funcional" de todos los derechos y de cualquiera (porque no hay derechos absolutos) se hilvana con las proyecciones institucionales que ese mismo ejercicio irradia al sistema democrático. De ahí que en cada caso concreto haya de analizarse -como acá lo ha hecho muy bien el tribunal interviniente- qué consecuencias institucionales pueden derivarse del proceso electoral y del doble ejercicio del derecho electoral -del activo o de sufragio, y del pasivo a ser elegido-.

El visor de la democracia, y de la ética pública que le pertenece por esencia, no puede soslayarse para hacernos mirar de reojo, o con anteojeras interesadas, ese engarce del proceso electoral con el buen desempeño de los gobernantes. Y no se diga que la voz del pueblo es la voz de Dios, porque ya tenemos bastante cansancio auditivo con tal slogan barato, que a los nazis les vino bien para defender el respaldo electoral a Hitler.


DR. GERMÁN BIDART CAMPOS

FE EN EL DERECHO, por Sancinetti

Fé en el Derecho *

Por Prof. Dr. Marcelo A. Sancinetti

I. El señor Decano me ha honrado con la consigna de dar un discurso de despedida por esta colación.

Vuestra respetabilidad, señalo, me ha tomado por sorpresa. Me recordó un episodio habido entre dos filósofos argentinos, ya idos de nosotros: Genaro Carrió y Carlos Nino. Cuando Carlos Nino era muy joven, escribió un breve ensayo sobre El concurso [de delitos] en el Derecho Penal y le pidió a Genaro Carrió si podía escribir un prólogo. Carrió accedió, pero presentó la obra, por decir poco, tomando distancia, casi de modo crítico, si no cáustico. Enton­ces Nino se vio obligado a agregar un epílogo en réplica —yo creo que esto no hará falta hoy, señor Deca­no, pero desde luego tiene el derecho a la última palabra—, una réplica, decía, que ter­mi­naba diciendo, cito lo que recuerda mi memoria, aproximadamente lo siguiente: “Cuando le pedí a Genaro Carrió que prologara este libro, debí saber a lo que me exponía”[1].

Quiero decir con esto, estimados abogados, que el señor Decano escogió para hoy a un pro­fesor más joven, de quien él fue maestro, hace como 32 años, y, por cierto, en un curso que por su carácter multitudinario —eran los tiempos de Kestelboim— se daba en este mismo recinto, con el magisterio dominante del maestro Llambías, cuya figura esbelta y elegante impresionaba por su sola presencia, sabiendo —vuelvo ahora al Decano—, que le encomendaba esta misión a un discípulo, si es que se me permite esta expresión, que si no es sospechado de herejía, al menos está muy cerca. Valgo, por cierto, como un profesor disidente. Disidente de las autorida­des, disidente de mis colegas del Departamento de Derecho Penal especialmente, y aun más disidente si mido la empatía que puedo tener con la vida institucional de mi país, en sus dife­ren­tes épocas. Mis palabras, por ello, no pueden ser atribuidas a las autoridades de la casa. Son las de un profesor que tuvo a su cargo algunas de las clases universitarias de quienes hoy egresan con el esplendor de la juventud, y que siempre gozó —debo reconocerlo— de libertad acadé­mica.

Pertenezco a una generación intermedia entre la que egresa y la del Decano. Y siempre me he sentido básicamente estudiante, que lo fui durante mucho más tiempo que ustedes, seguramente (como catorce años). Comencé mis estudios durante la dictadura vigente aún en el ’69 y seguía estudiando Derecho todavía durante la última dictadura militar, hasta poco después de la guerra de las Malvinas. Con frecuencia me asalta la impresión de que hubiera estudiado Derecho siempre y que aún no me hubiese recibido.

Pero se trata de ver qué mensaje puede dejar un profesor de derecho a flamantes graduados. En muchos aspectos ustedes tendrán conocimientos mucho más frescos y completos que los nuestros, incluso que los del Decano.

En todas las generaciones se trata siempre de la misma cuestión. En qué medida debemos tener fe en el Derecho y en qué medida podemos tenerla. En los discursos de colación de grados registrados en los anales de esta Facultad aparece este lema una y otra vez, así como también sirvió de título a una recordada obra de Sebastián Soler: Fe en el Derecho y otros ensayos[2].

Todo el que ha estudiado Derecho ha tenido fe en el Derecho, al menos alguna vez. Sería una enorme frustración que egresaran de esta casa, habiéndola perdido prematuramente. El interro­gante de si podemos conservar esta fe, en su caso, durante cuánto tiempo, y, eventual­mente, incrementarla, no es tan fácil de contestar. Aquí debo presentarme como disidente, porque presumo que vuestra respetabilidad —tal es el trato que dan los colegas alemanes al Decano— no se expresaría como yo, si tomara la palabra.

Todos los egresados y familiares de egresados, como los cientos que hoy hay aquí, se preguntarán qué será de sus vidas, después de esta etapa, que han concluido, cada uno con méri­tos dispares, pero todos con enorme esfuerzo. Y ¿qué será de la fe en el Derecho que hubie­ran sabido incubar en sus estudios universitarios?

No soy el mejor exponente para hablar de esto. ¡Pero vaya si teníamos fe en el Derecho, cuando egresamos!

II. Yo creía que al final de la dictadura militar vendría un futuro venturoso, maravilloso, e imputaba todas nuestras desgracias institucionales, la arbitrariedad del Estado, las escasas garan­tías del individuo, al hecho de que no hubiera democracia. Venía impregnado de la lectura del libro de von Jhering. Jhering es un autor muy caro a los civilistas, especialmente por su polémica con otro jurista alemán, von Savigny, sobre la posesión (los alemanes pronuncian Sávigny, pero debe preferirse la pronunciación francesa, porque él era de una familia proveniente del Loire). De todos modos, antes que las discusiones sobre el concepto de “posesión”, a mí me había encandilado más la proclama de Jhering de su libro La lucha por el Derecho, que leí de estudiante: “Resistir a la injusticia —decía Jhering, cito textualmente— es un deber del individuo para consigo mismo, porque es un precepto de la existencia moral; es un deber para con la sociedad, porque esta resistencia no puede ser coronada con el triunfo, más que cuando es general”[3]. Y sentenciaba: “El Derecho es el trabajo sin descanso, y no solamente el trabajo de los poderes públicos, sino también el de todo el pueblo. […]. Todo hombre que lleva en sí la obligación de mantener su derecho, toma parte en este trabajo nacional, y contribuye en lo que puede a la realización del derecho sobre la tierra./ Este deber —concluía Jhering— no se impone sin duda a todos en las mismas proporciones” [final de la cita][4]. ¡Claro que no!, agrego yo: ante todo ese deber pesa sobre el hombre de derecho. Esta es la carga ciudadana que llevarán ustedes consigo, incrementada para siempre.

Egresamos de aquí con el portafolios cargado de ilusiones, hasta con ínfulas, diría. A mi gene­ración le correspondió, sin embargo, ser testigo de una cadena bien larga de eslabones frustratorios.

Cuando llegó la democracia, presenciamos que los escogidos para tallar el cáliz democrático eran todos, o predominantemente, funcionarios que lo habían sido de la dictadura. Aquellos que habían jurado por los estatutos del gobierno militar eran encargados de levantar las banderas de la libertad, de los derechos fundamentales. Bien pronto pasó, igualmente, la primavera liber­taria, y esos mismos que muy poco antes habían dicho que los delitos cometidos durante la dicta­dura, ya por su propio contenido, eran inamnistiables, convalidaron luego, cuando el poder requirió lo contrario, las llamadas leyes de Punto Final y Obediencia Debida. Los hombres de Derecho no reaccionaron casi en absoluto; yo solicité entre los profesores de Derecho Penal que hiciéramos una declaración, pero no tuve éxito. Era el año ’87. Muchos cargos personales de entonces dependían de que uno no dijera nada en contra. En los años ’90, incluso, nuestro claustro eligió como Decano, en anterior administración, a uno de esos funcionarios que lo habían sido durante la dictadura, que luego les tocó juzgar y condenar a los ex - comandantes, y más tarde, en cambio, convalidar aquellas leyes; es decir, todo siempre coincidiendo, en cada caso, con las pretensiones del poder político. Podrá ser coincidencia, pero no afortunada.

Por entonces yo regresaba de una estancia de investigación en el extranjero, con una laboriosa segunda tesis doctoral. Pero si mis títulos universitarios se incrementaban, mi fe en el Derecho decrecía. ¿Cuál era el mensaje, entonces, que quedaba para los estudiantes, los futuros hombres de Derecho? De hecho, no de Derecho, siguió valiendo que para ascender en estruc­turas de poder era más conveniente la complacencia que la lucha por el Derecho. Me refiero a la percepción externa de los fenómenos, sin juzgar sobre las motivaciones morales de nadie, en cuyos dominios no debo entrar.

Pero quien profese ideas similares a las de von Jhering no puede orientarse por principios utilitarios, de conveniencia personal.

¿Se ha modificado esencialmente la situación en el momento actual? Las empresas de noticias dan un mensaje muy optimista. Si uno atiende a los medios de comunicación —que se muestran tan uniformes, casi, como lo eran en la dictadura—, parecemos Suiza.

III. Yo, sin embargo, acaso por mi tendencia incorregible a la disidencia, no veo ninguna mejora institucional: todo lo contrario.

A. Verdad es que las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, por ejemplo, fueron anu­la­das. Pero esto se había intentado a comienzos del año ’98 —de hecho yo participé en un pro­yecto de esa índole— y había sido rechazado por el Congreso, incluso por legisladores que hace dos años sí declararon nulas esas leyes. La Corte actual, “la Corte sustituta” —por así decirlo—, ratificó esa anulación. Incluso lo hizo así un juez que había declarado válidas las leyes 18 años antes. Las leyes eran nulas, por cierto, sin necesidad de que lo declarase así el Congreso. Pero entretanto habían pasado más de 20 años, contados desde el inicio de las causas penales contra diferentes imputados, y éstas habían sido cerradas, aunque, por cierto, indebidamente. Mas es también un principio propio de los derechos fundamentales del hombre el de que toda causa penal debe concluir dentro de un plazo razonable. La reapertura de las causas tanto tiempo des­pués no se lleva para nada bien con ese principio, aunque, admito, es un problema de solución difícil, discutible. Pero, más allá de eso, se trata de procesados que ya no tienen la menor posi­bilidad de perturbar la acción de la justicia, ni la de sustraerse al cometido de los juicios. ¿Qué razón hay, entonces, para que se hallen en prisión preventiva, en violación a los límites cons­titucionales del encarcelamiento preventivo que aquí enseñamos, en procedi­mientos que, según se sabe, por lo demás, en muchos casos no concluirán nunca?

Todo habla en favor de signos de instrumentalización del hombre, de muchos hombres, con fines políticos. Mas la defensa de los derechos humanos, así lo decimos en esta casa, se carac­teriza ante todo por el respeto a las garantías del imputado frente a la pretensión estatal, no por fortalecer estrategias de imputación contrarias a las garantías del individuo.

Las organizaciones intermedias que se jactan de proteger los derechos de la persona humana no reparan en nada de eso. Y a quien le toque estar tan sólo sindicado en una causa de esa índole —en algunos supuestos, acaso, sólo por dichos de testigos— muy posiblemente perderá todo su crédito, su honra, su fortuna, y con seguridad se le restringirán también sus derechos de defen­sa. Si llegara a ser inocente, será muy tarde para repararlo; y aun si fuera culpable —por más que se trate, por cierto, de hechos sumamente graves—, no hay ninguna razón para violar sus garantías procesales en el tiempo intermedio.

B. En otro andarivel corre el maratón del gobierno por manipular decisiones judiciales. Se comenzó con un golpe de Estado a la Corte Suprema, iniciado en 2003, como dato, según dijo uno de los jueces enjuiciados, Moliné O’Connor, de una pulseada por la “pesificación”, y con­cluyó este año con la destitución del juez Boggiano, de quien fui alumno de esta casa en mi últi­ma asignatura, hace 23 años, y a quien me tocó, quizá por eso mismo, defender en el juicio. El destrono de la Corte ocurrió con la complicidad de innumerables sectores políticos que vieron una ocasión fácil para granjearse indebido halo de honestidad, cuando lo que estaba en juego, de hecho, descripto externamente y sin ningún juicio sobre las personas, era el volver a la situación objetiva de una Corte por cada gobierno. Esto se agravó cuando uno de los jueces de la Corte de conjueces que entendió en el recurso de mi otrora maestro Boggiano, dándole momentánea razón, fue suspendido en sus funciones por el Consejo de la Magistratura. Así se quebraba la Cor­te que debía juzgar sobre los actos del Senado, o se intentaba quebrarla. Todo juez tenía que saber a partir de aquí, pues, a qué atenerse en su función judicial. ¿Quién se animaría, entonces, a contradecir even­tua­les actos ilícitos de gobierno, supuesto que los hubiera, mediante una sentencia judicial? Sólo un juez que estuviera dispuesto a arriesgar su estabilidad personal en pro de la lucha por el Dere­cho. Esta fe en el Derecho, sin embargo, salvo ánimas de excepción, se debilita con el tiempo.

C. Las reacciones de la universidad, por su parte, han sido ambivalentes.

Celebro que el señor Decano haya liderado una oposición de la Universidad de Buenos Aires contra las llamadas “leyes Blumberg”, hace poco más de un año. Pues ese adoctrinamiento de los medios de comunicación según el cual lograríamos El Edén con un derecho penal drástico y anti-humanitario es todo lo contrario a lo que enseñamos aquí. El jurista ilustrado no puede seguir ese camino. Que los legisladores no nos hayan oído no significa que no nos hayamos expre­sado en la senda del Derecho.

En otros puntos, sin embargo, como en el de la Corte Suprema, hubo silencio o acaso, in­cluso, beneplácito, aunque entiendo que no por parte de instancias oficiales. Una querida profesora de esta casa justificaba hace dos años la destitución del juez Moliné O’Connor con el bálsamo de que “es la primera vez que los de izquierda podemos hacerle algo a los de derecha”. Pero: ¿qué explicación es ésta?

Algo similar ocurre cuando ciertos legisladores electos de hoy se erigen en patrones de una moral indescifrable para excluir del Congreso a otros igualmente electos, sobre la base de supuestas inidoneidades morales de “los otros”. En la sociedad democrática, sin embargo, la moral positivizada en leyes ajustadas a la Constitución es la que puede ser exigida al ciudadano; no más. Y si hubiera derecho a juzgar la moral de los candidatos, ¿cuántos cargos habría que dejar vacantes? ¿Quiénes serían jueces aptos para tales juicios morales, no basados en normas jurídicas? Pronunciamientos de esa índole son vanagloria moral; pero, por encima de ello, sus­tracción de los derechos “del otro”. Exclusiones semejantes, como las del estilo: “Fulano no pertenece más al Estado”, “está en el Acta”, se hacían en la dictadura. Nos parecían muy criti­cables y dirigíamos todo nuestro arsenal teórico contra ellas.

IV. Nada de eso se corresponde a los ideales de Jhering, creo yo.

Hay una sociedad allí donde hay normas y el miembro de la sociedad se atiene a ellas. Donde no hay normas o, si las hay, no son cumplidas por nadie, sólo se trata de un conglomerado informe de seres extraviados. No de sociedad y ni de Estado, mucho menos de sociedad y Estado democráticos.

Pues el respeto a la norma tiene sentido si estamos dispuestos a reconocer el derecho que le corresponde precisamente a nuestro adversario —cualquiera que sea el género adversarial al que él pertenezca—.

El Departamento de Derecho Penal de esta casa —para seguir con ejemplos de mi herejía o disidencia— organiza declaraciones en pro de la independencia del poder judicial contra cita­ciones del Consejo de la Magistratura. Esto está muy bien. Pero, hasta hoy, sólo lo hace cuando está afectado un miembro del Departamento o, más bien, un miembro del grupo afecto a los que promueven la declaración. Si no es del grupo, no hay proclama. Lo que está en juego, empero, en el Estado de Derecho, no es la protección de tal o cual bando, sino la refirmación de las nor­mas legítimas como parámetro del contacto social, válido para todos. Lo que importa no es tan sólo la persona del juez afectado; por cierto que también esto, pero igualmente lo es la defensa del derecho de todos los ciudadanos, de cualquier otro oficio o vocación, a contar con jueces independientes, especialmente en sus contiendas contra el Estado; que no tengan por qué confrontar sus decisiones con el parecer de los gobiernos, ni con el de un periodista que los controla y avala o hace suspender. Eso no es un Estado de Derecho, sino una nueva restricción a los derechos de todos.

En suma, queridos colegas de hoy, yo he presenciado todos los vaivenes, o al menos unos cuantos de la última etapa de nuestra historia, que todavía sigue. Aquellos que sostenían una mo­ral elevada en el exilio, con sus críticas certeras, justas, y que en parte formaron nuestra sen­sibilidad jurídica y social desde el extranjero, desde sus padecimientos, se hacen hoy pasibles de críticas semejantes, desde sus puestos de funcionarios. Todo se explica con el resguardo: “mirá, viejo, acá, en la política, la cosa es así”. Lo que hayan sufrido como persona humana en el pasa­do no les es suficiente para reconocer la humanidad del prójimo en el presente, sino más bien todo lo contrario.

Esto es lo que yo quisiera estigmatizar hoy como incorrecto y el mensaje que deseo transmitir en mis últimas palabras a esta promoción. Pero, claro, podría estar completamente equivocado en mis juicios, como siempre puede ocurrir.

Lo esencial —según yo lo veo— es la fe en el Derecho que ustedes puedan conservar e incre­mentar, aun a costa del desarrollo económico o social en sus vidas como “abogados”. Es pre­ferible un decurso profesional exento de honores públicos, si es que ése ha de ser el precio de profesar que el “dogma de la justicia”[5] no se puede quebrantar nunca; es el imperativo cate­górico por excelencia: y requiere igualdad, ecuanimidad, límites al poder, respeto al derecho de todos, dar a cada uno lo suyo —sin sustraérselo a nadie—. Hay momentos en la vida de todos que no se olvidan. El de la graduación en la universidad, para quienes pudimos tener estudios uni­ver­sitarios, es uno de ellos. Espero que vuestra generación esté muy por encima de las nuestras. El tramo de la historia que se avecina, en cuanto atañe a los usos y aplicación del Derecho, está en vuestras manos, no ya en las nuestras. Ojalá puedan configurar un mundo esencialmente mejor que el que reciben, para las generaciones venideras, en las que también entran nuestros hijos.

Nada más, y muchas gracias por su atención.



* Con ligeras modificaciones de estilo, el texto se corresponde al Discurso de colación de grado pronunciado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, el 7 de diciembre de 2005. Las notas de pie de página han sido introducidas para la publicación.

[1] El disertante se expresó confiado a su memoria. Corroborada la obra referida, hay algún matiz a tener en cuenta; el texto completo al que se refiere la cita reza realmente así: “Cuando se me sugirió que alguien prologara esta monografía, pensé naturalmente en Genaro R. Carrió, puesto que es, quizá, el jurista que más ha influido en la formación de mis puntos de vista teóricos./ Sin embargo, debí saber en qué me metía” (Carlos S. Nino, El concurso en el Derecho Penal, Astrea, Bs. As., 1972, p. 131).

[2] Sebastián Soler, Fe en el Derecho y otros ensayos, Tipográfica Editora Argentina, Bs. As., 1956.

[3] Rudolf von Jhering, Der Kampf ums Recht [La lucha por el Derecho], Wissenschaftliche Buchgesell-schaft, Darmstadt, 1963 (reimpresión fotomecánica inalterada de la 4.ª edición, Viena 1874), p. 20. En el texto, cito según la “clásica” versión castellana, muy ajustada al original, que conocí en su momento de Adolfo Posada —con un estudio introductorio de Leopoldo Alas, “Clarín”, de 1881—, gracias a la edición argentina de “La Torre de Babel”, editorial Perrot. La misma traducción puede consultarse ahora en la edición de Fabián J. Di Plácido, Buenos Aires, 1998 (párr. cit., en pp. 69 s., últ. párr. del cap. II). Acótase aquí que el nombre de von Jhering es conocido entre nosotros, por las traducciones al español, con la grafía “Ihering”, con “I” inicial, en lugar de “J” (acaso para facilitar la pronunciación correcta, que se corresponde con la fonética de nuestra “i latina”). Así aparece, p. ej., en la cit. edición de La lucha por el Derecho, pero también en El fin en el Derecho, Atalaya, Bs. As., 1946; y muy especialmente en la traducción de la obra, muy influyente entre nuestros civilistas, La teoría de la posesión - El fundamento de la protección posesoria (versión española con el retrato del autor, aumentada con notas críticas), con estudio preliminar sobre la vida y obra de “Ihering”, por Adolfo Posada, Hijos de Reus Editores, 1912 (en el retrato que se puede hallar en esta publicación, consta al pie la firma del autor, precisamente como R. von Jhering).

[4] Ídem, en la versión alemana original (ed. cit.) pp. 2 s., en la ed. arg. cit. en nota anterior, p. 52 (prácticamente al comenzar, tras el estudio preliminar, el cap. I: “Introducción”).

[5] La expresión entrecomillada alude a una toma de posición de la senadora Fernández de Kirchner habida en el jui­cio público por “mal desempeño” tramitado contra el juez Antonio Boggiano durante 2005, en el que el autor de este discurso fue co-defensor junto con la colega María Angélica Gelli. En la sesión del 22 de junio en que fue­ron ampliados oralmente los fundamentos de la defensa escrita, sesión en la que el juez Boggiano sería “sus­pen­dido” en sus funciones —facultad que se ha arrogado el Senado en un reglamento propio, pero que no fue atribuida por la Constitución—, la senadora Fernández de Kirchner respondió a la argumentación jurídica de la defensa de esta forma: “Esto sucede porque algunos creen que la justicia es una religión, y se creen sacerdotes y vestales de dicha religión. Entonces, lo que deben ser principios jurídicos y de justicia devienen en dogma, que es lo que caracteriza a la fe religiosa, lo que está muy bien en el ámbito de la religión”. Véase el registro de la versión taquigráfica en Gelli / Sancinetti, Juicio político, Garantías del acusado y garantías del Poder Judicial frente al poder político, Bs. As., 2005, p. 504 (bastardillas agregadas). A tales afirmaciones les correspondió la siguiente respuesta, en el alegato del 22 de setiembre de 2005. Respecto de lo dicho por la senadora Fernández de Kirch­ner: “Se dijo también en aquella sesión del 22 de junio, que «algunos creen que la justicia es una reli­gión...», y, «enton­ces, lo que deben ser principios jurídicos y de justicia devienen en dogma». Quien se expresa así presupone que en algunos casos es legítimo obrar en contra de la justicia. Sin embargo, no hay ningún caso en que sea justo actuar injustamente. Por definición, obrar de modo injusto siempre está mal./ Lo útil, con todo, para la ilustración del pueblo de la República, de la idea de que no se trata aquí ni de derecho ni de justicia, consiste en mostrar que las cartas de triunfo, entonces, en tanto Derecho y Justicia, están del lado del acusado. Si no fuera así, no haría falta decir que lo jurídico y lo justo no interesan. Porque esas tesis presuponen el reco­no­cimiento de que este juicio es injusto, contrario a derecho, pero que, así y todo, sirve a ciertos intereses preva­le­cientes” (véase la versión taquigráfica en www.senado.gov.ar, sesión citada).


PUBLICADO EN www.eldial.com.ar Suplemento de Derecho Penal dirigido por Fernando Díaz Cantón.

17.2.06

Aristóbulo Del Valle

ARISTOBULO DEL VALLE
A 110 años de su fallecimiento 1896 - 2006

El 15 de marzo de 1845 nacía Aristóbulo del Valle en el pueblo bonaerense de Dolores. Era hijo del coronel y estanciero Narciso del Valle y de doña Isabel Valdivieso. Su padre pertenecía a la generación que conquistaron el desierto, extendiendo la colonización ganadera, creando estancias, abriendo caminos, levantando fortines y pueblos.
Tras la muerte de su padre, la familia del Valle se traslada a Buenos Aires, donde Aristóbulo cursa sus estudios secundarios. Luego ingresa a la Universidad para estudiar derecho. Mientras realiza su carrera estalla la guerra con el Paraguay, y el joven universitario se enrola en el ejército. De regreso a Buenos Aires termina su doctorado con una tesis sobre La Intervención del Gobierno Federal en los Territorios de los Estados. Desde entonces se revelará como un constitucionalista de profundo sentido republicano, nacional y democrático. Pero por sobre todo, la figura de del Valle, agudo polemista, publicista de nota, se destacará, antes que como jurista, por ser un hombre político, apasionado por los problemas nacionales y por la defensa del patrimonio económico nacional, en una época crítica de nuestra historia.

Las dos líneas

Del Valle se incorporó a los 21 años -aún era estudiante- a las filas del autonomismo bonaerense, cuando ya se perfilaban en su seno dos tendencias antagónicas. Su voz fue representativa del grupo de productores nacionales en tiempos de crisis, cuando éstos, acosados por la desestabilización económica y productiva del país, aspiraba a una mayor independencia frente al capital extranjero. Este núcleo primitivamente rodeó al llamado Club 25 de Mayo, del cual del Valle fue su vicepresidente y firmó su manifiesto liminal. Sus miembros representaban a sectores de la burguesía terrateniente no ligada a la actividad importadora, y a la pequeña burguesía. El otro sector autonomista -expresión de los grandes terratenientes y de la burguesía mercantil, fundaron Club Libertad, iniciándose una pugna que en el 90 los enfrentaría con dureza. A ambos grupos les unía la oposición a la federalización de Buenos Aires, pero por su distinta composición social e ideología, frente a las elecciones a diputados provinciales a realizarse el 18 de abril de 1870, levantaron sus propios programas y listas de candidatos. El Club 25 de Mayo puso el acento en la verdad del sufragio y en la autonomía de los municipios; se pronunció por la abolición del servicio de frontera y contra el acaparamiento de las tierras públicas, y, según la crónica de la época, sus oradores llegaron a pedir que éstas se pusieran al alcance de la gente humilde. Integraban la lista, junto a del Valle, Leandro N. Alem, Dardo Rocha, Carlos Pellegrini y Roque Sáenz Peña. En esas elecciones, aunque del Valle obtuvo el mismo número de votos que Dardo Rocha, no fue electo. Pero al año siguiente -el 24 de abril de 1871-, se realizaron elecciones para elegir a los integrantes de la Convención Revisora de la Constitución Provincial, y esa vez del Valle resultó elegido. Su accionar político e intelectual no le hace perder de vista los problemas acuciantes del momento, prestando ayuda a los afectados por la fiebre amarilla. Mientras algunos políticos tomaban distancia del drama que diezmaba las familias porteñas, del Valle dedicó esos infaustos días a luchar contra el flagelo. Contrajo finalmente la enfermedad, pero logró salvarse.

Defensor de los servicios públicos nacionales

El 31 de marzo de 1872 se efectuaron elecciones en Buenos Aires para renovar la Cámara de Diputados. Muchos de los que en 1870 habían integrado el Club 25 de mayo, formaron el Club Electoral, que agrupó en general a la juventud del autonomismo. El 10 de abril se hizo el escrutinio y entre los electos figuraron del Valle, Alem, Pellegrini y Rocha. En una de las sesiones del mes de junio, del Valle apoyó a Alem, quien propuso la votación en contra de la venta del Ferrocarril del Oeste, levantando ya la bandera de la resistencia a todo intento de entrega de los servicios públicos a consorcios internacionales privados. Esta línea política del Valle la continuaría a lo largo de su vida pública. Años después, cuando se discutió en el Senado de la Nación el tema de la enajenación de las obras sanitarias de la ciudad de Buenos Aires, del Valle consideró que luego de haberse iniciado las obras -quince años atrás- no existía razones para transferirlas al capital privado extranjero por el término de 45 años. Con sólo invertir 100 millones, opinaba del Valle, podrían obtenerse ganancias que llegarían a los 226.430.000 pesos oro. El ministro Eduardo Wilde opinó entonces que todo era preferible a la administración estatal. Al contestarle a del Valle dijo: 'es necesario defenderse contra la tendencia socialista que va penetrando en el Estado, aún en el imperio de los gobiernos más liberales'.

La respuesta de del Valle fue contundente, señalando la contradicción de Wilde, cuando él mismo había sostenido siendo ministro de Instrucción Pública, la intervención estatal en materia de educación. Pero los argumentos se estrellaron contra el silencio y la unanimidad mayoritaria del oficialismo, imponiéndose el criterio de Wilde.

El noventa

Los círculos más lucidos de los intelectuales nacionales, a través de Sarmiento, D'Amico y del Valle esbozaron algunos planteos nacionalistas sobre la crisis y empobrecimiento de los productores argentinos, en beneficio de los prestamistas extranjeros y sus comisionista nativos. En los días del juarismo, la situación se haría insostenible, sobreviniendo de Revolución del 90. La revolución del Parque fue contradictoria, como que en las filas insurrecciónales estaban representados sectores antagónicos. Entre los 'orilleros' (Alem, Del Valle, Francisco Barroetaveña), se definió una línea que, retomando el hilo de las denuncias que Sarmiento formulara desde El Censor, comenzó a defender a los productores nacionales. Entre esos 'orilleros', nacería la Unión Cívica Radical. Del Valle, vocero de esta posición, expresaba en La Epoca, el 28 de enero de 1891: 'Se tira el tesoro por la ventana para satisfacer la codicia de los empresarios sórdidos que viene a abusar de su influencia para enriquecerse en un día. Un país nuevo que llama así a los capitales extranjeros y prodiga la tierra pública sin discernimiento está amenazado de un serio y gravísimo peligro. ¿ Nuestro comercio? Ahí lo tenemos. Depende completamente del mercado de Londres. Pero al fin, son necesidades del movimiento económico del mundo. Pero hay una cosa que no se puede entregar jamás: la llave de la política, porque la política es la soberanía. Y sin embargo, en este momento, sentimos esa exigencia bochornosa: el Congreso de la Nación Argentina no podrá legislar sobre su moneda en tal o cual forma durante tal o cual período si se quiere que garanta un préstamo. Es decir, la amenaza de entregar la llave de nuestra política'.

Una conducta al servicio de la Nación

En 1893 las dificultades asolaban al presidente Luis Sáenz Peña, quien llama a del Valle a salvar al gobierno. Este acepta y se hace cargo del Ministerio de Guerra y Marina. Una de sus primeras medidas es ofrecer todos los ministerios de la UCR. Pero tanto Alem como Hipólito Yrigoyen no aceptan. Arbitro del gobierno, intenta hacer desde arriba la revolución democrática que había fracasado tres años antes. Para ello cuenta con la adhesión del gabinete y el apoyo del pueblo. Pero el parlamento se le opone. Los radicales incitaron a del Valle a dar un golpe de Estado para democratizar el país: pero éste se opuso: 'No doy el golpe de Estado porque soy un hombre de Estado'. Y a continuación afirma: 'No debo sentar el precedente de un ministro de Guerra alzándose con las fuerzas armadas de la Nación. Me voy...' y renuncia. Aristóbulo del Valle daba así una nueva lección cívica. Luchó y vivió de acuerdo a sus ideas, y su figura, con el paso de los años se agiganta, por su conducta insobornable en pro de los intereses económicos nacionales. Sus últimos años los vivió dedicado al fortalecimiento de la Unión Cívica Radical como instrumento democrático de oposición al régimen conservador y procurando consensos con otros sectores democráticos y populares. En esos momentos su nombre se mencionaba para la renovación presidencial de 1898 como bandera de unión de radicales y mitristas para enfrentar la muy probable reelección de Roca. La muerte prematura lo sorprendió antes. Murió el 29 de enero de 1896.

Diego Barovero
Secretario General
Instituo Nacional Yrigoyeneano

15.2.06

Urquiza, nuestro libertador

Nuestra Indo-ibero-américa suele reservar el título de "libertador" para los próceres que llevaron a cabo la independencia de nuestros países y pusieron fin a la dominación ibérica -y está bien-.

Pero ¿de qué sirve la ruptura con la metrópoli de la que fuimos colonias o provincias si después de la independencia no adviene una organización sociopolítica que constitucionalice un régimen de libertad?

Desde el 25 de mayo de 1810 fue largo, sinuoso y difícil el proceso que, superando idealismo, fracasos y avatares, desemboca -lucha armada mediante- en el Congreso Constituyente de Santa Fe tras la tiranía de Rosas. La generación del 37 había dejado su aporte fecundo.

¿Quién fue de ahí en adelante el arquitecto de nuestra libertad? ¿Quién nos hizo posible pisar el umbral de la organización constitucional para iniciar, a partir de 1853, un trayecto de progresiva cultura democrática? ¿Quién impulsó la remoción de todos los factores y condicionamientos negativos para dar paso a los que habían de dar funcionalidad a nuestra liberación?

El ingeniero de la libertad, el Libertador de nuestra organización independiente, el autor de la República Argentina como unidad de provincias preexistentes es Justo José de Urquiza.

En el bicentenario de su natalicio nuestro constitucionalismo debe saludarlo y honrarlo como al Libertador de la República. Así comprometemos, en homenaje a su memoria, nuestro deber de vigilancia y de acción para que nunca más nuestra libertad se aparte de los valores de la constitución: la histórica de 1853/1860, con sus reformas de 1957 y 1994.

Además, este recordatorio es un anticipo de las celebraciones con que, en poco tiempo más, también conmemoraremos el sesquicentenario de la batalla de Caseros y de la constitución de 1853. Son todos tramos de un mismo camino: el de nuestra identidad constitucional o, si se prefiere, de nuestra constitución cultural.

Dr. Germán Bidart Campos

Publicado en: LA LEY 2001-B, 1389

En el bicentenario de su nacimiento - 1801/18 de octubre/2001

14.2.06

Con la espada, la pluma y la palabra

La Constitución, esa gran olvidada
Con la espada, la pluma y la palabra

Por Jorge Horacio Gentile

La versión del Himno Nacional Argentino del Teatro Sanitario de Operaciones de Buenos Aires, con la voz de Laura Pront, que abrió el Festival Nacional de Folklore de Cosquín 2006, fue un nuevo intento de alejarlo de los acentos marciales a los que las bandas militares nos acostumbraron. La idea de desacartonar nuestras canciones patrias había sido intentada ya en los años 70 por Billy Bond, con una extraña versión de la marcha de San Lorenzo. Arco Iris, el grupo de Gustavo Santaolalla, se animó a Aurora, y Charly García, al Himno Nacional. En 1998, Lito Vitale editó un CD difundido en todo el país, titulado El grito sagrado, que contiene “canciones de la escuela”: el Himno, en la voz autorizada de Jairo, Alejandro Lerner y María Elena Walsh, con la marcha de San Lorenzo; el himno a Sarmiento interpretado por Sandra Mihanovich, con su apreciada sensibilidad; Fabiana Cantilo y el Saludo a la Bandera; Víctor Heredia, con Aurora, Pedro Aznar, con el himno a San Martín, y Juan Carlos Baglietto, con A mi bandera. Se intentó, con respeto y seriedad, rejuvenecer, a través de arreglos acordes con la época, nuestras canciones patrióticas.

Es cierto que nuestra historia ha sido escrita y enseñada dando prioridad al heroísmo de nuestros militares y dejando en segundo plano, u olvidando, a quienes construyeron nuestra nación con la pluma y la palabra. Muchos de nuestros grandes próceres son más recordados por sus actuaciones militares, que por su obra política, educativa, legislativa o intelectual: por caso, Manuel Belgrano, Bartolomé Mitre y Domingo Faustino Sarmiento.

La música no es sólo un vehículo de comunicación estética, sino también una forma de educar y, cuando se trata de canciones patrias, lo que se intenta transmitir es nada menos que la identidad de una nación; sus hitos históricos y los valores sobre los que se sustenta. El escenario en que esa transmisión ocurre no puede limitarse sólo a los desfiles militares y a los actos escolares, sino que también debe darse a través de los medios de comunicación masiva, en las fiestas populares, familiares y hasta en las deportivas.

Me pareció magnífico el trabajo de Lito Vitale y los intérpretes que lo acompañan en su CD, aunque me quedó la impresión de que algo faltaba. Me refiero a la Constitución, al Congreso Constituyente de Santa Fe, que la dictó en 1853, a los constituyentes que la redactaron y aprobaron, a los políticos que la hicieron posible y a los pensadores que la concibieron, como Juan Bautista Alberdi.

Esta misma sensación la sentí hace quince años, cuando se imprimieron los billetes que hoy día circulan, con el rostro de nuestros próceres. Entre ellos, se omitió a Alberdi, autor de los libros Las bases (1852) y El sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina (1854), primer tratado de finanzas públicas de nuestro país. Siendo diputado, esto me llevó a presentar un proyecto de resolución, que nunca trató la Cámara, en el que pedía que se salvara tamaña omisión.

No hay un himno ni una canción que recuerde a nuestra Constitución, las más antigua en vigor en América, después de la de Estados Unidos. Tampoco se conserva (pues fue demolido) el cabildo de Santa Fe, donde fue sancionada. Si nos guiamos por el nombre de nuestras ciudades, pueblos, avenidas, bulevares, calles, plazas y parques, raramente encontramos alguna mención a nuestros olvidados constituyentes. En Buenos Aires, frente al Congreso de la Nación, está Monumento a los Dos Congresos, que alude al frustrado Congreso Constituyente de 1813 y al de Tucumán de 1816, que declaró nuestra independencia. Inexplicablemente, no se recuerda al congreso que dictó la Ley Fundamental en 1853. En la Capital Federal, fuera de la estación de trenes de Constitución, no encontramos lugares públicos importantes que la recuerden. Mejores recuerdos tiene Juan Manuel de Rosas, que se opuso siempre al dictado de la Constitución.

Mucho se habla de reconstruir nuestra memoria; poco y nada de educación política, el déficit más notable desde que recuperamos la democracia. Se han hecho encuestas en las que se demuestra que nuestra Constitución es desconocida por los ciudadanos y resistida en su aplicación por los propios gobernantes, que no dejan de dictar normas y producir actos que la contradicen. Carlos Nino calificó al nuestro como de país al margen de la ley, en el título de uno de sus libros. Todo esto nos hace pensar que si queremos volver a tener una democracia robusta, seguridad jurídica, instituciones sólidas, respeto a la ley, acendrados valores, y que se nos crea y respete en el mundo, tendremos que replantear nuestra educación política. Para ello tendremos que apelar a nuestros educadores, a los responsables de los medios de comunicación y, muy especialmente, a nuestros artistas. Los políticos y los ciudadanos tendremos que habituarnos, nuevamente, a rezar el preámbulo de la Constitución, como hacía Raúl Alfonsín en la campaña electoral que nos permitió volver a la democracia.

¿No habrá llegado el momento de pedirles a nuestros mejores artistas que creen un himno a la Constitución o una canción patria que recuerde la Convención de 1853? Esto quizá sirva para hacer más viva aquella frase del himno a Sarmiento que titula esta nota, y que muy bien podría, buscando una mejor lógica, invertir el orden de sus conceptos y expresar: “Con la palabra, la pluma y la espada”.

El autor es profesor de Derecho Constitucional y fue diputado de la Nación.
Publicado en LA NACION, Buenos Aires, 14 de Febrero de 2006.

Nota: el cd 'El grito sagrado' al cual el autor hace mención, fue editado y producido por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires en la Gestión del Dr. Fernando de la Rúa.

6.2.06

"Hay una regresión global de los derechos humanos"

Conversación con el juez Zaffaroni

“Hay una regresión global de los derechos humanos”

El juez Eugenio Raúl Zaffaroni, integrante de la Corte Suprema, sostuvo ante lavaca.org que la miopía de muchos que han sido defensores de los derechos humanos con respecto a las actuales violaciones de tales derechos, se debe a una cuestión de clase. Cuestionó los esquemas “progresistas” que ya no sirven para entender la realidad. ¿Cómo será la lucha por el poder entre incluidos y excluidos? La criminalización de los pobres y el rol del poder judicial en un mundo de una polarización social inédita, según un juez que considera que su función es preservar el espacio para la protesta social.

A Eugenio Raúl Zaffaroni sus amigos le dicen Raúl. Eugenio era el nombre de su padre: “Lo sigo usando por eso mismo, porque era el de mi padre, y por la documentación. Van a pensar que soy dos personas y voy a tener que enviar información sumaria aclarando que soy el mismo”.
La cuestión es inquietante, en un país plagado de políticos y funcionarios reversibles, seres mutantes que han sido una cosa y son otra, o varias: son lo que haya que ser y obedecen lo que haya que obedecer. Zaffaroni, ¿es realmente el mismo? Llegó hace dos años a la Corte Suprema de la Nación, convirtiéndose en uno de los magistrados más importantes del país. Recibió a lavaca en su amplio despacho del 4º piso del palacio de Tribunales, un edificio oscuro presidido por la señora de ojos vendados y una balanza calibrada casi siempre de un modo enigmático.
-Doctor ¿Cómo se ven las cosas desde aquí?
-Yo siempre me resisto a que el cargo me trague. A que deje de ser yo en función del cargo. Cuando eso me va pasando en alguna función, me voy, por preservación de mi salud mental. Pero en muchos sentidos veo las cosas igual que como las veía antes. Lo que sí hay es una circunstancia imaginable en una función como esta, y es que uno tiene que pensar siempre en el bien común, en el sentido de gobernabilidad del país. No se puede hacer del derecho una mera lógica del deber ser cuando el ser pone limitaciones.
-¿Cómo sería esa contradicción?
-En realidad no es una contradicción. Hay un deber ser y un ser. Un deber ser es derecho en la medida en que pueda llegar a ser. Si se trata de un disparate que no puede llegar a ser no sirve. Yo no puedo caminar en la luna, con lo cual eso no es derecho por más que haya un deber ser que me diga ”debe caminar en la luna”. Es un delirio. Eso es lo que se vivencia en un plano teórico. Aquí se vivencia mucho más el plano de la realidad.
Es decir: me gustaría que todos los jubilados tengan el 82% móvil, que todos tengan una vivienda, que todos tengan trabajo. Me gustarían muchas cosas pero de lo que uno se da cuenta aquí es que tiene que empujar hacia eso.
-Empujar hacia la justicia.
-Sí, pero no puede pretender lo imposible. Es estar empujando el carro, los bueyes están adelante pero hay que empujarlo a veces porque por ahí se quedan. Pero bueno, hay límites.
-Que increíble que haya que pensar que son imposibles esas cosas teóricamente tan admitidas. La jubilación, el trabajo, la vivienda.
-Admitidas como un deber ser. Pero hay que hacerlo ser. Ese es el asunto.
-Es la muerte de los derechos en la medida en que quedan como una letra embalsamada, que no se cumple.
-Hay que ir empujando a la normalización.
-¿Siente que avanza?
-Sí, vamos cumpliendo algunas etapas, pero por supuesto que es una tarea que no se acaba nunca.
-Ese “vamos” ¿se refiere a su gestión personal?
-No solamente, sino también la Corte, el poder judicial, una cantidad de sentencias que van en ese sentido. Por supuesto esto no tiene un límite. No hay país en el mundo en el que los derechos humanos estén realizados plenamente. Por eso creo que es función del poder jurídico ir empujando a las restantes fuentes de poder en el sentido de que eso pueda realizarse. Pero fíjese: ni siquiera aquellos derechos humanos de primera generación son respetados en el mundo.
-¿Cuáles son?
-Esos derechos individuales, elementales, que le imponen al Estado abstenerse. Abstenerse del maltrato, de la tortura, de la detención arbitraria. Ni siquiera esos derechos son respetados absolutamente en el mundo. Uno tiene que estar permanentemente empujando. Hay autores que dicen: bueno, son derechos de realización absoluta los de primera generación, y de realización progresiva los otros. No: todos son de realización progresiva. Por lo tanto hay que estar empujando siempre para la realización del derecho.
-Hay muchas cosas que parecen absolutas, conquistadas, y no se las encuentra por ningún lado: libertad, igualdad, fraternidad, por ejemplo...
-Y en realidad en Paris los hijos de los inmigrantes arman todo lo que están armando. Y tienen razón, parece.
-Lo van a criticar por decir esas cosas.
-Pero fíjese lo que va de 1968 al 2005. la diferencia ente una protesta estudiantil que hablaba de la imaginación al poder y qué sé yo, a la protesta de los hijos de inmigrantes marginados. Ha cambiado el mundo, ¿no?
-Cambió. Los que creían en un progreso lineal deben estar aturdidos.
-Me da la impresión de que Frantz Fanon estará sonriéndose.
(Frantz Fanon fue el autor de Los condenados de la tierra y Piel negra, máscaras blancas, dos cuestionamientos al colonialismo que hicieron furor en los 60 y 70. Postulaba, entre tantas cosas, la relación indivisible entre capitalismo, colonialismo y racismo. El furor era por lo que decía, y por el compromiso. No solo escribió sobre descolonización sino que la practicó, en la lucha argelina por la independencia. Era descendiente de esclavos. En Argelia, como psiquiatra, tuvo la posibilidad de ver los efectos de la tortura tanto en torturados como en torturadores).
-O estaría sorprendido. Los condenados de la tierra convertidos en los condenados de los suburbios, incendiando autos en Paris.
-Piel negra, máscaras blancas, él hablaba de eso, pero no se planteó esto que estamos viendo ahora.
-Eso obliga a tener una actitud muy actualizada para no quedarse atado a pensamientos que fueron progresistas hace 40 o 50 años pero que tal vez ya no sirvan para entender el presente.
-Sí, pero no es nada fácil. Nada fácil porque aquellos pensamientos progresistas de otrora de alguna manera respondían a unos esquemas de comprensión de la realidad que hoy no funcionan. Es decir, cada momento de poder planetario tiene sistemas de interpretación, ideologías en el buen sentido de la palabra, sistemas de ideas para acercarse a la realidad. Y estamos viviendo un cambio en el poder. Así como el mundo vivió el colonialismo o el neocolonialismo, ahora vive la globalización. No como programa, sino como momento de poder planetario.
Y no tenemos un sistema de ideas que nos aproxime a la globalización.
Intentan aproximarse con ideas del siglo XIX y algunas del siglo XVIII.
-¿Ejemplos?
-Los ideólogos de la globalización, los integrados, al decir de Umberto Eco (semiólogo italiano, autor de Apocalípticos e Integrados) , lo hacen con una ideología propia del siglo XVIII. Y los apocalípticos lo hacen con un marxismo que es una ideología propia del siglo XIX. No digo que no haya elementos en todas las ideologías que se puedan elaborar, no descubrimos la nieve tampoco. Pero sí puede observarse que no hay un sistema de ideas con el cual aproximarse a esta realidad. Eso es un poco complicado.
-Porque hay que buscar nuevas combinatoria de elementos y saberes, que nos sirvan hoy.
-Pero están todos desconcertados frente a una realidad que se puede describir y, sin embargo, no puede explicar. Es lo que decía Galeano (Eduardo Galeano, escritor uruguayo) , uno tiene la sensación de que si Alicia volviera no tendría por qué atravesar el espejo. Le bastaría con asomarse a la ventana para ver que todo está patas para arriba, todo está al revés. Pero al revés, según nuestro sistema de comprensión de la realidad, lo cual genera una angustia tremenda.
Algunos para salir de la angustia dicen: “No, no es la ventana, no es la realidad. Es el espejo donde todo está dado vuelta”. Y están mirando por la ventana sin poder explicarse lo que pasa. Eso genera una angustia muy grande.
-¿Eso pasa con los funcionarios?
-Pasa con cualquiera. Un funcionario económico, pongamos. Uno ve una economía de especulación, una economía en la que predominan los servicios y no la producción, yo creo que si lo traemos a Lord Keynes a estos días, el pobre se volvería loco. O inventaría otra teoría, que es lo que haría un tipo genial, claro. Pero lo que no funciona es el sistema de ideas que tenemos para entender una realidad distinta de la que nos hacía sentir muy seguros. Por uno u otro lado, uno s sentía seguro. Hoy no sabemos dónde estamos parados: no sabemos qué sistema de ideas usar para comprender. Entonces uno ve cosas como las que pasan en Francia y piensa: sí, claro, tienen razón. No en vano uno ve Paris lleno de negros que no se mezclan. No es Holanda donde los grupos raciales están mezclados. Paris no. No vi a un blanco limpiando las calles.
-Y de pronto estalla. Pero estaba delante de nuestras narices.
-No era el espejo, había que mirar por la ventana.
-Usted hablaba de regresión de los derechos humanos. Para colmo, se percibe que mucha gente que supuestamente los defiende, se queda reivindicando los derechos humanos de otra época sin mirar lo que pasa ahora.
-Sí, hace rato que vengo percibiendo este tipo de actitud.

El clasismo y los derechos humanos

-¿Por qué ocurre? ¿Cómo puede ser que alguien que supo ver temas como la represión ilegal, los tormentos, resulte indiferente frente a las formas actuales de violaciones a los derechos humanos?
-Mire, no nos olvidemos de algo. Esto que voy a decir no va en detrimento de nadie, ni sirva esto para justificar ninguna aberración ni ningún genocidio. Pero hay una realidad: somos un país no discriminador dicen, pero no tenemos negros. Si no, seríamos Sudáfrica, yo creo. Entonces cuando aparece un negro le tocan el pelo porque trae suerte. Claro: es un negro de vez en cuando.
-La excepción simpática, admitida.
-Y empieza todo el estereotipo, si se busca al gimnasta sexual se habla del negro, o de la mulata. Por eso dicen que no somos racistas. Dicen que los mexicanos descienden de los aztecas, los peruanos de los incas, y nosotros de los barcos. En gran parte, no todos. Es decir: la clase media que ocupa la pampa húmeda y las ciudades. Tuvimos nuestro racismo de los cabecitas negras hace 50 años. Y bueno, en un determinado momento la dictadura genocida ¿qué hizo? Empezó a hacer desaparecer y a matar a hijos de la clase media. Y la voz que se pudo escuchar en el mundo fue la de madres y abuelas de clase media. Sabían hablar, y sabían hacerse oír. Y todo esto puso a Europa frente a una realidad: son blancos como nosotros, ¿y les hacen esto? Más allá de que yo creo que me parece magnífico que le hayan dado el Premio Nóbel de la Paz a Adolfo Pérez Esquivel (1980), creo que se lo merecía... no me entienda mal lo que estoy diciendo: lo que quiero decir es que si Adolfo hubiese sido negro y de Zimbawe, no le hubieran dado el Nobel, aunque todo hubiese sido igual o peor. Eso es lo que quiero significar, no porque no se lo merezca, ojo. Estoy diciendo: no creamos que el colonialismo ha desaparecido del mundo, ni la mentalidad colonialista ha desaparecido. En la etapa de globalización, siguen existiendo.
Y el clasismo también existe. Quizás haya gente que no logra actualizarse y percibir dónde están las violaciones a los derechos humanos hoy.
- No sorprende en gente que nunca adhirió a una defensa de estas cosas.
-No, el que está del otro lado, está del otro lado.
-Pero sí me asombra en gente que tuvo la capacidad para percibir la realidad.
-Bueno, pero la capacidad se la dio le dolor, la capacidad se la dio el desastre, la capacidad se la dio el muerto al lado. Claro que eso da la capacidad. ¿Pero da capacidad para percibir todo? Abre la realidad, claro. Pero bueno, no creamos que eso es un Pentecostés, ni una ciencia,
Es cierto que mucha de esta gente uno la sienta, le explica un rato, y al final se da cuenta. El que está del otro lado, ni estaría dispuesto a conversar. Este acepta y por ahí se da cuenta.
-Pero hay un pedido de cierto progresismo frente a los que reclaman por sus derechos hoy: córtenla.
-Sí, se ve muchas veces. Dicen: “Miren que esto es demasiado”.
-Con un argumento perverso: “Siempre fui defensor de los derechos humanos, qué me vas a venir a hablar a mí del tema”. Termina siendo una cuestión de poder.
-(Zaffaroni muestra las palmas de la mano como diciendo: obvio) Bueno, es una regla de la dialéctica. La dialéctica del poder es así. Se llega a una posición, pero esa posición no significa algo cristalizado: inmediatamente va a aparecer una antítesis. Es una regla del progreso en definitiva. Del progreso de la conciencia.
-Cuál sería la actual agenda de derechos, hacia los cuales hay que empujar, según su imagen.
-No creo en una división tajante entre derechos individuales y derechos sociales. Siempre digo que la alternativa “pan o libertad” es falsa. Puede ser cierta en una coyuntura, pero en un período prolongado o a largo plazo no resulta verdadera. Si a alguien se le da libertad y se le niega el pan, va a usar la libertad para buscar el pan. Y si a alguien le dan pan sin libertad no va a poder criticar al que dueño del reparto, que al final se va a quedar con todo el pan. Creo que se congloban los derechos individuales y los sociales.
Pero creo además que el riesgo que tenemos en el mundo es una regresión global en el ámbito de los derechos humanos.

Teoría de los seres descartables

-Usted quiere empujar, pero la noticia es que todo va para atrás.
-Es que no cabe duda que esta etapa de globalización, con una polarización de riqueza, y el surgimiento, o tal vez la extensión inusitada, de una nueva categoría: los excluidos.
No son los viejos marginados, son otra cosa. No es el lumpen proletariat que veía Marx. Es el que queda fuera del sistema. Tampoco es el explotado. El explotado era un tipo necesario para que existiera el explotador.
-Los chicos de Paris no son explotados. Los desocupados argentinos no son explotados.
-No, es otra cosa. El excluido es alguien que está demás. Alguien que sobra. Descartable. Nadie lo necesita. Ya no es la dialéctica explotador-explotado. Acá no la hay.
(Zaffaroni toma un bolígrafo y empieza a dibujar círculos en un sobre papel madera, para describir un futuro que parece de ciencia ficción, pero que es de pura lógica) Si proyectásemos esta tensión actual sin interrupción hacia el futuro, sin que nada la detenga –cosa que no va a ocurrir- nos llevaría a una sociedad con un 20 o 30 por ciento de incluidos a lo sumo (señala un círculo pequeño) , y 70 por ciento de excluidos (el círculo más amplio) . Este 20 por ciento viviría en zonas residenciales comunicadas con el centro económico por Internet y autopista. No tendrían esquinas donde lo roben a uno el reloj.
Y el resto estaría debajo de las autopistas. Como mutantes ¿no? a los que les tiraríamos de vez en cuando un hueso.
-Esa es la teoría del derrame.
-Por supuesto esto es una distopía (una utopía al revés, el grado ideal de una sociedad indeseable) Una distopía descabellada, Pero en definitiva ese sería el esquema urbanístico del futuro. En alguna medida en San Pablo uno ya lo ve.
-Y no solo en San Pablo. Hay que asomarse por la ventana. Qué tema con las ventanas.
- (Se ríe) Es un problema de cortinas. Si, pero en definitiva si uno proyecta, terminaría de esa manera.
-Pero ¿va a terminar de esa manera?
-Por supuesto que no. No hay masas ni millones de personas que se resignen a morirse fumando un porro, esperando en la puerta de la villa a que venga la policía y se los lleve para fusilarlos. Eso no pasa, pasan otras cosas. Se irá generando una nueva dinámica. Ahora todo esto ¿qué es lo que va generando? Va generando un control social represivo destruido, que no es el control social a través de la violencia estatal, por lo menos no exclusivamente. No son los cosacos del zar rodeando la villa. No hay más zar ni cosacos. Es otra cosa. Probablemente en Francia se vea menos, porque los policías son blancos. Acá se ve un poco más.
-No entiendo.
-¿Cómo se controla a este 70 por ciento? ¿Cómo se lo mantiene fuera de cualquier dinámica? (Golpea con la birome sobre el papel donde ubicó a ese 70 por ciento de excluidos) Generándoles contradicciones. Haciendo que se maten entre ellos. Y mientras ellos se matan debajo de la autopista, los integrados circulan por arriba. ¿Y cómo se logra esto? De una manera casi natural. Si uno ve lo que está pasando... salvo algunas victimizaciones de clase media que en ese caso salen en los diarios, la victimización que sale chiquita en el diario, se produce entre los mismos pobres. Si matan a cinco tipos en una procesión en la villa, sale chiquito en los diarios. Si la procesión es en Barrio Norte, se arma un despelote bárbaro. Entonces los criminalizados son de estos sectores. Los victimizados son de estos sectores. ¿Quiénes piden pena de muerte? El 70 por ciento de los que están abajo.
-Piden un instrumento que irá contra ellos, antes que nadie.
-¿Pero por qué lo hacen? Porque sufren la victimización en carne propia.
-Y no creen que tengan cómo defenderse.
-No, entonces les metemos a la policía en el medio. Pero ¿de dónde sacamos a la policía? (Redondea el círculo del 70 por ciento) Del mismo sector.
Y en la medida que todos estos se maten, no dialoguen, no se puedan coaligar, no puedan concientizarse, esa es la forma nueva de control que está surgiendo.
Y eso, que se ve claramente, es una regresión global de los derechos humanos.
Tanto de los derechos humanos sociales como de los individuales. Si pensamos que en la provincia de Buenos Aires tenemos un 75 por ciento de presos sin condena, bueno, tenemos un 75 por ciento de tipos que están presos por las dudas.
-Y en crecimiento geométrico.
-Pero además, esto me da el siguiente resultado: de este 75, un tercio será absuelto, según las estadísticas. A un cuarto de los casos se le dirá “usted tiene que quedarse algún tiempo, como pena formal”. En la mitad de los casos, al momento de la sentencia se le dirá “váyase que ya tiene la pena cumplida”. Y al otro cuarto le voy a decir: “usted estuvo preso gratuitamente. Vaya tranquilo”.

La pelea por la cuota de poder

-En otras épocas uno hablaba del control según esquemas clásicos: la represión como una cuestión militar, policial. Pero ahora hay una cosa más gaseosa, el poder judicial criminalizando la protesta y la pobreza, reprimiendo bajo el argumento de “hacer justicia”.
-Pero de alguna manera yo creo que el poder judicial está poniendo también un límite. Quizás no todo lo deseable. Pero empuja en el sentido de buscar un límite. No se me escapa otra cosa de esta regresión global de los DDHH, aunque sea cambiar un poco de tema. La lucha antiterrorista a nivel planetario, con la convención antiterrorista y todas esas cosas que nos quieren imponer a todos los países del mundo, no es nada más ni nada menos que toda una vuelta a la ideología de la seguridad nacional, pero ahora a nivel mundial. Es decir, cuando digo que para combatir el terrorismo tengo que disminuir las garantías de los terroristas, no es que va a haber menos garantías a los terroristas e iguales garantías al resto de la población. Salvo que los terroristas sean reconocibles físicamente. Que sean verdes. En la medida que eso no suceda, la disyuntiva es: se disminuyen las garantías de toda la población, con lo cual se corre el riesgo de confundir a cualquiera con un terrorista, o mantengo las garantías.
-Volviendo a lo anterior ¿Cuál sería la opción? ¿Qué ocurre con este 70 por ciento que quedó afuera?
-Yo no estoy en una posición pesimista. Creo que son momentos pendulares en la historia. Nos toca este momento, vendrá otro. Este 70 por ciento no se va a quedar en la entrada de la villa. Se armará lo de Paris, no sé qué pasará. Pero van a pasar cosas.
En definitiva y en última instancia ¿Qué es lo que va a pasar? No en una forma lineal, porque los procesos se dan desplegando curvas, y por cierto que en cada curva quedan bastantes cadáveres. Pero a la larga este 70 por ciento va a querer su cuota de poder. ¿Qué es el poder o qué da el poder en este momento de globalización? No es el dinero, es la información.
Y eso es tener el “know how” (el conocimiento, el saber cómo hacer las cosas) . Y la globalización, como todo momento de poder, tiene enormes contradicciones. Una de las más graves, y también más positivas, es que abarata enormemente el costo de la información. Dicho de otra manera: hace 30 años o 40 tenía que ir a Harvard para encontrar la bibliografía que necesitaba para escribir una tesis. Hoy lo hago en casa. Y cada vez lo voy a poder hacer más, a un costo relativamente reducido. Y en función de la competencia de la actividad de comunicación, cada vez va a ser más barato. Por supuesto me dicen que esto en realidad transmite basura, etcétera, pero yo digo: si transmite todo. La imprenta también. No creo que lo que más se imprimió haya sido Platón o Aristóteles. Bosques enteros se han consumido para fabricar papel para imprimir basura. Bueno. Está esa basura en el medio, pero están también las cosas que uno puede usar.

“Preservar el espacio de la protesta social”

-¿Y eso cómo empalma con la cuestión del poder?
-Hay algo que tiene este 70 por ciento que le falta al 30 por ciento de incluidos. Y es lo que uno ve en la villa, en las favelas, en los pueblos jóvenes. ¿Qué es eso que les sobra? Tiempo. Y el 30 por ciento de incluidos no tiene tiempo. Entonces, la organización del tiempo para el apoderamiento de la información, teniendo en cuenta que saber es poder, va a generar un efecto competitivo ente el excluido y el incluido que va a reanudar la dialéctica. Y el excluido va a tener un “know how” mejor que el incluido, porque tiene más tiempo.
-Bueno, por lo pronto vienen de diversos lugares a investigar a los movimientos sociales, de desocupados, sus formas de organización, de planificación. O a las fábricas recuperadas.
-Váyase a Devoto, y vea lo que pasa con los presos que están en el Centro Universitario. Sacan mejores notas que los estudiantes sueltos. ¿Qué tienen? Tiempo.
Por supuesto, esto va a traer un despelote bárbaro, porque el sistema no está hecho para incluir al 70 por ciento de los excluidos. A partir de ahí se inicia una dialéctica que no sé decir a donde va. Pero por ahí va la cosa, ahí va a ir.
-Mientras tanto, se ha venido criminalizando a los excluidos. ¿Cómo ve de ahora en más esa situación desde su cargo?
-La función es contener ese movimiento para preservar el espacio de protesta social. Que es el espacio de dinámica política.
-Pero la tendencia es penalizar esa dinámica política.
-Yo creo que el poder jurídico es un poder de contención del poder punitivo.
-¿Sí? He visto tantos jueces que no se enteraron...
-La esencia es esa. Contener al poder punitivo. Si no existiéramos nosotros, que se vayan todos los jueces, los tribunales, el ministerio público. ¿Qué pasaría? La policía sin límites, el Estado totalitario. ¿Qué era la Gestapo? ¿La KGB? Policías sin límites. Ese es el estado totalitario. La esencia de la función judicial siempre es la contención del poder punitivo.
-Doctor, uno puede admitir que en la Corte hay gente que piensa de un modo diferente, nuevo. Pero de ahí para abajo, hay cada uno: da miedo.
-Entre miles de personas que forman un poder habrá también eso. Pero de cualquier manera estas son visiones de orden teórico. El sistema penal es complejo, hay un conjunto de agencias: policial, judicial, penitenciaria, política, y en definitiva todo iluminado por las agencias de comunicación social, sin las cuales todo este aparato no tendría ninguna eficacia. Entre estas agencias está la agencia de reproducción ideológica, que es la académica. La que condiciona el discurso. Hay una renovación en esto, solo que esa renovación no es automática. Pero hoy se discuten en la universidad, en el ámbito del derecho penal y la criminología, temas que hace 30 años eran insospechables.
-¿Por ejemplo?
-Esto que hablamos: la contención del poder punitivo, la discusión del derecho penal del enemigo. La Comisión Internacional de Juristas acaba de convocarme a Ginebra, ha hecho un panel de ocho juristas de distintas regiones del mundo para estudiar el contraterrorismo y los derechos humanos en el mundo, una investigación de un año. Eso está significando que el poder jurídico en el mundo se mueve.

La revolución en el molde

-La otra visión es la que dice que el poder jurídico es otra forma de control.
-Sí, la versión marxista no institucional, la del 68, la versión Marcuse (Herbert Marcuse, filósofo alemán, autor de El hombre unidimensional y uno de los inspiradores de la revuelta estudiantil francesa de mayo de 1968) Pero esa visión ¿a qué conduce? A que tengo que esperar la revolución para tirar todo por la ventana, y también la ventana. Mientras no pase eso, me quedo en el molde, esperando que venga la revolución.
-Y ahí se soluciona todo, si es que llega.
-Claro, va bajar Cristo de nuevo y vamos a ser todos buenos. Era la dictadura de la idea, decía Marcuse. No. Ese tipo de conceptos se pasó de revoluciones en tal medida, que mientras no llegue la revolución no hago nada. Y mientras tanto matan gente, torturan, queman a los presos en las cárceles, les pegan y violan a las mujeres. Y yo no hago nada, total ya va a venir la revolución. Claro que cuando venga la revolución, primero me harán mierda a mí. Suele ser lo primero.
-Pero entonces para usted es válida esta apuesta a lo que podría hacer el poder judicial.
-Sí, es una dialéctica permanente. Es un “unfinished”, eso sí: algo no va a terminar nunca. Alguien leerá esto dentro de 50 años y dirá: miren el reaccionario este lo que dice, porque uno no sabe cuáles son los arrastres reaccionarios que uno tenga.
-Pero si lo progresista de hace unos años ahora ha retrocedido, uno nunca sabe cómo seguirá la cosa. Tendremos que reunirnos dentro de 50 años.
-Hay péndulos, dinámica social. En definitiva no hay que perder la capacidad de comprender. Uno nunca sabe cuándo se le endurecen las arterias y empieza a dejar de darse cuenta de las cosas.
Entrevista de www.lavaca.org
2005, Buenos Aires.