6.2.06

Ir por Izquierda

Buenos Aires, 29 de enero de 2006.-

Es una prohibición de resonancias litúrgicas, una cacería de ribetes espirituales que aniquila el ánimo crítico y oblitera la intención analítica.
Treinta años después de la instalación formal de las Fuerzas Armadas en el poder, en la Argentina de hoy aquella era siniestra exhibe titulares y excluidos, puros y manchados, justos y culpables.
Véase, si no, los argumentos de la señora de Bonafini para justificar que la semana que termina haya concluido la saga de las llamadas “marchas de la resistencia”. Consultada por un periodista, la presidente vitalicia de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, comunicó que el presidente Néstor Kirchner es “un amigo” de la casa. “La casa” es el local que tiene la entidad sobre la Plaza del Congreso, parte importante de la cual (calesita y puestos de venta incluidos) ya es operada por ellas como predio propio.
Hay que detenerse en el procedimiento mediante el cual Bonafini explica, justifica y condena. “Ya no hay un enemigo en la Casa Rosada” subraya. Todos los presidentes anteriores, agrega, eran unos “tipos” que estaban “contra” las Madres.
Es curioso cómo funciona la palabra “madres” en Bonafini. Ella la usa en un deliberado y devastador tono generalizador. Las “madres” son las Madres de Plaza de Mayo que dirige Bonafini. Punto. Aparte. Discusión concluida. Vale la pena preguntarles a las militantes de la Línea Fundadora qué opinan de ese uso tan devastadoramente segregador del término, porque, en fin, ellas también son “madres”, ¿no?
Pero casi nadie se mete con este tabú, con esta prohibición casi ontológica: es así porque es así y son así, porque son así.
Kirchner ha tenido una inteligencia luminosa en el manejo astuto del tema. No se registran encuentros, reuniones, charlas y homenajes a Bonafini por parte del gobernador de Santa Cruz durante su largo mandato de más de diez años. Hasta que todo empezó el 25 de mayo de 2003, cuando el Presidente ordenó que Bonafini y sus compañeras se convirtieran en huéspedes sin necesidad de pedido de audiencia en la rutina de la Casa Rosada.
Por eso, Bonafini dice: Alfonsín, Menem, De la Rúa y Duhalde eran nuestros “enemigos”. No así Kirchner, quien -según ella- tiene “buenas intenciones”. ¿Solo buenas intenciones? Bonafini no se andará con chiquitas: “este gobierno me parece una maravilla” define. Y ofrece sus razones: “Kirchner nos abrió las puertas de la Casa Rosada”.
Bonafini suele beneficiarse de otro dispositivo de indulgencia: hay una marcada inclinación en el progresismo a no tomarla al pie de la letra, a prescindir, calculo que conmiserativamente, de que ella se haga cargo de sus demasías y de sus arrebatos.
¿Cuántos se acuerdan hoy de su explícito regocijo por los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 contra los Estados Unidos y su justificación de que en las Torres Gemelas había centenares de millonarios, muchos de ellos judíos, y que Al Qaeda era una organización revolucionaria en combate contra los imperialistas?
Como ya dijo María Luisa Bemberg, “de eso no se habla”, como tampoco se recuerda el permanente reivindicación de Bonafini de todos y cada uno de los innumerables asesinatos perpetrados por ETA en España.
El quid del asunto, por ende, no es Bonafini y la supuesta imposibilidad de pedirle moderación puesto que ella sufrió mucho por la muerte de sus hijos en la militancia revolucionaria de los Setenta.
El meollo de estos avatares está lejos de Bonafini. Desde ella y cruzándola, emergen marcadores mediante los cuales se ilumina y pone en contexto el rasgo vociferante y temible de un justicierismo que palpita en la arbitrariedad y las desmesuras más recalcitrantes.
Calcinada a partir de 1956 por la revelación de los crímenes de la Unión Soviética, gran parte de la izquierda occidental repensó sus paradigmas de conducta y los supuestos de su razón de ser en el mundo. Muchos partidos comunistas, nacionales, populares e influyentes, directamente abandonaron el uso de la palabra comunista ya antes de la caída del Muro.
Los armarios fueron abiertos, los cadáveres quedaron expuestos y la realidad fue conocida.
Hay entre nosotros una rica bibliografía argentina que viene recomponiendo una historia completa de lo que en este país sucedió en la parte más arrebatada de los años de plomo, la que va de 1966 a 1978, o sea entre los dos golpes que abrieron y cerraron un ominoso período, que ciertamente arrancó antes y terminó después.
Sin embargo, en la cotidiana efectividad de los juegos de poder, hoy se impone el ostracismo de los que fastidian con preguntas que no se quiere responder. Ni siquiera se atreven a puntualizar el evidente y grueso bestialismo de una retórica ideológica revolucionaria que da vergüenza.
Bonafini, por ejemplo, sostiene que, como creó la Comisión Nacional por la Desaparición de Personas (Conadep), el ex presidente Raúl Alfonsín es “un traidor”, mientras que Kirchner no es (ahora, porque ella admitió pensar antes que sí lo era) un “enemigo”.
Alfonsín, claro, ordenó el juicio y la condena a Videla, que estuvo preso hasta que el peronismo llegó al poder en julio de 1989 y al año siguiente lo indultó. Pero, en cambio, Kirchner, nos recuerda Bonafini, “sacó las fotos de Videla” del Colegio Militar. Una maravilla, ¿verdad?
Éste es el problema: desde la voluntad retórica de progreso, quienes se asumen como cruzados de lo que suponen correcto, están disponibles para justificar y olvidar todas las máculas.
Por eso, cuando se alude a las administraciones de Ricardo Lagos y Tabaré Vázquez, como al próximo gobierno de Michelle Bachelet, lo que de ellas proviene es un perfume de embriagante razonabilidad y sólida prudencia, la inconfundible sensación que proyectan los demócratas verdaderos, que no necesitan reconvertirse en paladines de lo que nunca fueron.
Tengo la dominante convicción de que mientras la Argentina siga amamantando y nutriendo una cultura política tan arbitraria e inescrupulosa, la madrugada seguirá siendo remota posibilidad.

PEPE ELIASCHEV

Diario 'Perfil', Domingo 29 de enero de 2006.
http://www.pepeeliaschev.com.ar/

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