20.7.06

La noche de los Bastones Largos


CRONOLOGIA DE UNA UNA TRISTE HISTORIA

El 28 de junio de 1966 un golpe militar encabezado por Juan Carlos Onganía derroca al pesidente constitucional Arturo Illia. Por la tarde el rector de la UBA, Hilario Fernández Long, da a conocer una resolución de la Universidad en repudio al golpe.

Como primera medida, el nuevo gobierno clausura el Congreso Nacional y prohibe los partidos políticos.

Las universidades se convierten en el próximo blanco: la intervención se hace inminente.

El viernes 29 de julio se difunde el decreto ley 16.912 que determina la intervención, prohibe la actividad política en las facultades y anula el gobierno tripartito (integrado por graduados, docentes y alumnos). Los rectores deben convertirse en interventores delegados del Ministerio de Educación si quieren seguir en sus puestos. Tienen 48 horas de plazo para decidir si aceptan o renuncian.

La sede del Rectorado y las facultades de Arquitectura, Ciencias Exactas, Filosofía y Letras, Ingeniería y Medicina, son ocupadas por autoridades, profesores y estudiantes con el objetivo de resistir la violación de la autonomía.

Ese mismo viernes por la noche, Onganía ordena a la Guardia de Infantería el desalojo de las sedes tomadas, pese a que las 48 horas de plazo todavía no se había cumplido. Comienza de esta manera la "Operación Escarmiento".

La represión se lleva a cabo con gases lacrimógenos, culatazos y bastonazos. Resultado: 400 estudiantes y profesores detenidos; renuncian a sus puestos todos los decanos de la UBA, y hacen lo mismo 1.400 docentes; trescientos científicos se van del país.



29 de Julio de 1966

Mentes Cortas, bastones largos

Por Warren Ambrose

Ya han pasado cuarenta años de la Noche de los Bastones Largos. Ante el aniversario del triste episodio, desde EXACTAmente intentamos colaborar con la memoria mediante el particular testimonio de un científico estadounidense que en ese momento se encontraba trabajando en nuestra Facultad. Warren Ambrose, profesor de matemática del Massachusets Institute of Technology (MIT), vivió de cerca la intromisión del gobierno militar de Juan Carlos Onganía en la autonomía universitaria y, movido por este hecho, envió una carta al New York Times, cuyo contenido se transcribe a continuación.

Gentileza: REVISTA EXACTAmente de la Universidad de Buenos Aires.

Carta de Warren Ambrose

Buenos Aires, Argentina, 30 de julio de 1966

The New York Times

New York, N.Y.

Estimados señores: Quisiera describirles un brutal incidente ocurrido anoche en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Buenos Aires, y pedir que los lectores interesados envíen telegramas de protesta al presidente Onganía.

Ayer el gobierno emitió una ley suprimiendo la autonomía de la Universidad de Buenos Aires y colocándola (por primera vez) bajo la jurisdicción del Ministerio de Educación. El gobierno disolvió los Consejos Superiores y Directivos de las Universidades y decidió que desde ahora en adelante la Universidad estaría controlada por los decanos y el rector, que funcionarían a las órdenes del Ministerio de Educación. A los decanos y al rector se les dieron 48 horas de plazo para aceptar esto. Pero los decanos y el rector emitieron una declaración en la cual se negaban a aceptar la supresión de la autonomía universitaria.

Anoche a las 22, el decano de la Facultad de Ciencias, Dr. Rolando García (un meteorólogo de fama internacional, que ha sido profesor de la Universidad de California, en Los Angeles), convocó a una reunión del Consejo Directivo de la Facultad de Ciencias (compuesto por profesores, graduados y estudiantes, con mayoría de profesores) e invitó a algunos otros profesores (entre los que me incluyo) a asistir a la misma. El objetivo de la reunión era informar a los presentes la decisión tomada por el rector y los decanos y proponer una ratificación a la misma. Dicha ratificación fue aprobada por 14 votos a favor con una abstención (proveniente de un representante estudiantil).

Luego de la votación, hubo un rumor de que la policía se dirigía hacia la Facultad de Ciencias con el propósito de entrar, que en breve plazo resultó cierto. La policía llegó y, sin ninguna formalidad, exigió la evacuación total del edificio, anunciando que entraría por la fuerza al cabo de 20 minutos (las puertas de la Facultad habían sido cerradas como símbolo de resistencia -aparte de esa medida, no hubo resistencia-). En el interior del edificio, la gente (entre quienes me encontraba) permaneció inmóvil, a la expectativa. Había alrededor de 300, de los cuales 20 eran profesores y el resto estudiantes y docentes auxiliares (es común allí que a esa hora de la noche haya mucha gente en la Facultad porque hay clases nocturnas, pero creo que la mayoría se quedó para expresar su solidaridad con la Universidad).

Entonces entró la policía. Me han dicho que tuvieron que forzar las puertas, pero lo primero que escuché fueron bombas que resultaron ser gases lacrimógenos. Luego llegaron soldados que nos ordenaron, a gritos, pasar a una de las aulas grandes, donde se nos hizo permanecer de pie, contra la pared, rodeados por soldados con pistolas, todos gritando brutalmente (evidentemente estimulados por lo que estaban haciendo -se diría que estaban emocionalmente preparados para ejercer violencia sobre nosotros-).

Luego, a los alaridos, nos agarraron a uno por uno y nos empujaron hacia la salida del edificio. Pero nos hicieron pasar entre una doble fila de soldados, colocados a una distancia de 10 pies entre sí, que nos pegaban con palos o culatas de rifles, y que nos pateaban rudamente, en cualquier parte del cuerpo que pudieran alcanzar. Nos mantuvieron incluso a suficiente distancia uno del otro de modo que cada soldado pudiera golpear a cada uno de nosotros. Debo agregar que los soldados pegaron tan duramente como les era posible y yo (como todos los demás) fui golpeado en la cabeza, en el cuerpo, y en donde pudieran alcanzarme. Esta humillación fue sufrida por todos nosotros -mujeres, profesores distinguidos, el decano y el vicedecano de la Facultad, auxiliares docentes y estudiantes-. Hoy tengo el cuerpo dolorido por los golpes recibidos, pero otros, menos afortunados que yo, han sido seriamente lastimados. El profesor Carlos Varsavsky, director del nuevo radio-observatorio de La Plata recibió serias heridas en la cabeza; un ex-secretario de la Facultad, de 70 años de edad, fue gravemente lastimado, como así mismo Félix González Bonorino, el geólogo más eminente del país.

Después de esto fuimos llevados a la comisaría seccional en camiones, donde nos retuvieron un cierto tiempo, después del cual los profesores fuimos dejados en libertad, sin ninguna explicación. Según mis conocimientos, los estudiantes siguen presos. A mí me pusieron el libertad alrededor de las 3 de la mañana, de manera que estuve con la policía alrededor de 4 horas.

No tengo conocimiento de que se haya ofrecido ninguna explicación por este comportamiento. Parece simplemente reflejar el odio del actual gobierno por los universitarios, odio para mí incomprensible, ya que a mi juicio constituyen un magnífico grupo, que han estado tratando de construir una atmósfera universitaria similar a la de las universidades norteamericanas. Esta conducta del gobierno, a mi juicio, va a retrasar seriamente el desarrollo del país, por muchas razones, entre las que se encuentra el hecho de que muchos de los mejores profesores se van a ir del país.

Atentamente.

Warren Ambrose

Profesor de Matemática en el Massachusets Institute of Technology (MIT) y en la Universidad de Buenos Aires

a 40 años de "la noche de los bastones largos"



Conmemoración del

40º Aniversario de “LA NOCHE DE LOS BASTONES LARGOS”,

acaecida el 29 de julio de 1966 en la Manzana de las Luces.

Miércoles 26 de julio, 19.00 h. Proyección con debate de la película “Noche de los Bastones Largos” con la presencia de su realizador Tristán Bauer .
Viernes 28 de julio, 18.00 h. Conjuntamente con la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, inauguración de la exposición fotográfica: “la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales: Imágenes y Testimonios de su historia”. Con la presencia de su Decano Dr. Jorge Aliaga. Colocación de placa recordatoria.
Viernes 28 de julio, 20.00 h. Conjuntamente con la revista Caras y Caretas presentación del libro "La Noche de los Bastones Largos" de Felipe Pigna y María Seoane, publicado por Caras y Caretas, con la presencia de los autores y Víctor SANTA MARÍA, la Arq. Silvia FAJRE, Ministra de Cultura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y el Decano de la Facultad de Arquitectura D. y U. Arq. Jaime SORIN.-

Comisión Nacional de la Manzana de las Luces
Perú 272 - Buenos Aires. Tel. 4343- 3260/8167

19.7.06

Fuentes: "Clinton es uno de los hombres más inteligentes que conozco"


CIUDAD DE MEXICO.– El ventanal del living da al jardín. Un banco de madera, cinco macetones, dos gallos de loza y una aborigen de cerámica, tamaño natural, se reparten entre el verde de las plantas y el césped, y el amarillo terroso de las paredes. Carlos Fuentes vive seis meses aquí, a 30 minutos del centro de la ciudad, y otros seis meses en Londres. “Acá se vive la novela y allá se escribe. No se puede vivirla allá ni escribirla acá”, explica con una sonrisa.

Fuentes, uno de los más grandes escritores de América latina del último medio siglo, se muestra elegante, seductor y categórico, como siempre. Detesta al presidente Hugo Chávez y lanza alguna ironía sobre Néstor Kirchner, mientras elogia a sus amigos Gabriel García Márquez y los ex mandatarios Bill Clinton, Ricardo Lagos y Fernando Enrique Cardoso.

A los 77 años, el autor de “La muerte de Artemio Cruz” y “Aura” está por lanzar una nueva novela y se prepara para escribir otra, cuya idea central calla. Comenta, en cambio, que con la crisis “la Argentina vio su propio rostro”, alejado de los sueños europeístas. “Buena falta que les hace a veces a los argentinos ese cachetazo, ese saber que viven en América latina.”

–Su personaje María del Rosario Galván, en "La silla del águila", dice que la política es el arte de la mentira. ¿Eso se agudizó?

-La mentira es inherente a la política. El político que es totalmente sincero va al fracaso. Tiene que disimular, crear una ficción donde debería haber verdad. Y los escritores tenemos que crear la ficción para encontrar la verdad de lo que pasa. ¡Pero cuidado, tampoco se vale llevar la ficción a la política! [Ríe]. ¡Ese es nuestro territorio! ¿Sabe que ése es el libro de cabecera de Michelle Bachelet? Ella lo ha dicho. Debe de ser un libro que ella lee para saber qué no debe hacer [ríe]. ¡Es un prontuario de lo que no debe hacerse en política!

-¿Ve mucho realismo mágico en la política de América latina?

-Mire, me dice García Márquez que cuando no entiende lo que pasa en México, y eso le pasa a menudo, y a mí también, se va al Museo de Antropología y se para frente a la estatua de la diosa azteca Coatlicue.Es una diosa sin cabeza, hecha de serpientes y de calaveras. Los dioses mexicanos dicen: "No somos humanos. No nos parecemos a ustedes. Miren: calaveras, serpientes, manos laceradas, figuras sin cabezas". Y así logra García Márquez entender la realidad mexicana.

-México y América latina resultan inasibles para muchos intelectuales de otras latitudes

-Así es. Toda América latina envidiaba al PRI. ¡Qué maravilla, decían, estabilidad con desarrollo! Y si no hay democracia, no importa. Recuerdo cuando el presidente de México Adolfo Ruiz Cortines fue a la junta de presidentes en Panamá en 1956: la foto oficial era para morirse de la risa porque el único civil era él. ¡Todos con charretera, y hasta por EE.UU. estaba un general! [Dwight Eisenhower]. La gente le gritaba ¡viva el México democrático! ¡viva la revolución mexicana!

-¿El Partido Justicialista no recrea algunos rasgos del PRI?

-No, porque no tiene la misma legitimación que tuvo el PRI, que fue el resultado de una revolución y que como toda revolución se legitima a sí misma. Perón, en cambio, fue elegido. No creo que nadie se atreva a caracterizar al peronismo como una revolución o a Perón como un revolucionario. El peronismo es un movimiento político, no un hecho revolucionario fundacional.

-La pobreza y la inseguridad son, usted ha dicho, los mayores problemas de México. También son los de América latina. ¿Cómo resolverlos?

-En toda América latina hemos construido una economía desde arriba, con inversiones extranjeras y nacionales y actividad de la sociedad civil, pero se ha rezagado a la enorme mayoría de la gente. Y es esta gente la que dice: "¡Qué bonita discusión, qué bien los partidos políticos y la democracia! Pero ¿qué voy a comer? ¡Quiero trabajo!". Ese es el desafío de la democracia actual en América latina: emplear los instrumentos de la democracia para crear una nueva situación de desarrollo para las grandes mayorías de un continente donde el 50% de la población vive en diversos grados de miseria. Eso lo dice claramente Carlos Slim, empresario y magnate mexicano, que sabe de lo que habla: "Con miseria no hay mercado".

-¿Eso explica la tendencia hacia la izquierda en América latina?

-Mucho. Es una exigencia de cumplir con una agenda que hasta ahora se ignoró.

-¿Qué piensa del aumento de gobiernos de centroizquierda en la región?

-¡Pues que en buena hora! Es una tendencia positiva y permanente. Todos los países del mundo tienen un sector progresista o de izquierda que sirve de aguijón o que llega al poder. Son parte del juego democrático.

-¿Con qué referentes políticos se siente más cómodo en América latina? ¿Ricardo Lagos? ¿Alvaro Uribe? ¿Lula da Silva?

-Ricardo Lagos, Fernando Henrique Cardoso, Felipe González Lázaro Cárdenas, Franklin Roosevelt, John Kennedy Y Bill Clinton. Creo que a Clinton lo extrañamos más que nunca. Imagínelo, comparado con Bush, un gran incapaz A Clinton lo considero uno de los hombres más inteligentes que conozco. Una vez nos dio una clase de literatura a García Márquez y a mí. No conozco demasiados políticos que sepan recitar el monólogo de Benjy, de "El sonido y la furia", de William Faulkner. Kirchner no sabe ni el "Martín Fierro", ¿verdad? [Se ríe].

-¿Qué piensa de Chávez?

-No es un izquierdista. Es un fascista, engañador, un fenómeno pasajero. Está arruinando a Venezuela, está mal empleando el dinero del petróleo. Se le caen las carreteras principales del país. Es un demagogo, una especie de loro tropical. Intenta acabar con los restos de la democracia venezolana. Se benefició del vacío que dejaron los partidos políticos, pero será desalojado por la sociedad venezolana misma, a la que respeto mucho y a la que no imagino gobernada por este gorila para siempre.

-¿Y el presidente Kirchner?

-Es un gobernante elegido democráticamente. La Argentina es, después de México y junto con Chile, uno de los tres países que más quiero. A la Argentina siempre le deseo lo mejor. Y Kirchner está sujeto a leyes democráticas. Todavía no veo que esté minando las leyes que lo llevaron al poder. Espero que con todos los matices propios de su personalidad sepa respetar las leyes y estructuras que con tanto esfuerzo alcanzó el país.

-¿Cuál es el desafío mayor que usted vislumbra para la Argentina?

-Después de las crisis que sufrieron, el desafío es crear el país desde abajo. La Argentina tiene cabeza de Goliat y cuerpo de David, como decía Martínez Estrada. Es un país que tiene todo a su favor y tiene que ser un gigante. Esa Argentina que estaba oculta por la metrópoli porteña, europea y progresista, está ahí. Su país tiene más recursos que otros de América latina. Tiene un territorio riquísimo, ríos navegables Cuando vuelo sobre la Argentina siempre pienso: ¡Dios mío, si México tuviera esto seríamos otro país!

-¿Por qué estamos como estamos?

-Creo que se les fue la mano de soberbia. Chocaron contra la realidad porque se creían muy "salsas", como decimos en México. Recuerdo cuando era jovencito y vivía allá que los argentinos hablaban de los "macacos" brasileños. Decían que ellos eran "Europa en América latina". Eso se vino abajo. La Argentina vio su propio rostro, un rostro en parte europeo, en parte indígena, mestizo, un rostro de pobreza, que reclama. Buena falta que les hace a veces a los argentinos ese cachetazo, ese saber que viven en América latina. Pero la Argentina tiene con qué salir, algo que no tenemos nosotros. ¡Tienen esa pampa magnífica!

-¿Repetiremos nuestros errores o aprenderemos?

-Wilde decía que el pesimista es un optimista bien informado [Risas]. A partir de eso, quisiera ser optimista, porque tengo fe en América latina, en la comunidad hispánica y en la globalización. No sólo en la globalización material que estamos padeciendo. La globalización se va a quedar, como la Revolución Industrial no se evaporó. Pero a la globalización hay que aportarle el rostro humano, atender las necesidades sociales e individuales.

-¿Cómo se siente ante Internet como globalización de la información?

-Me parece fundamental para la promoción de la educación. Sólo espero que no supla el lugar de la palabra escrita. Vivo en el papel y creo que nada lo suplirá. Puedo sonar muy anticuado, pero no me comunico si no a través de un libro con papel, que puedo oler como el sexo de una mujer. El libro tiene olor, tiene sabor, tiene presencia. No es una pantalla helada. Internet es útil, pero no es una herramienta creativa, como lo es la palabra sumada a la escritura.

-¿Qué libros recomendaría para tentar a alguien a la lectura?

-Los libros que leímos de niños en la cultura latina siguen siendo válidos. Dumas, "Los tres mosqueteros" y "El conde de Montecristo"; Stevenson, "La isla del tesoro"; Julio Verne, Mark Twain... Con ellos aprendimos a pensar, a imaginar y a ser personas. El segundo paso es saber bien la lengua. Si no se lee el "Quijote" no se sabe la lengua española ni se entienden las demás obras. No se puede conocer al resto del mundo si no se conoce la propia lengua.

-García Márquez dice en "Vivir para contarla" que el "Quijote" le resultaba aburrido hasta que un amigo le recomendó que lo llevara al baño y lo leyera mientras cumplía con los deberes diarios. Y así fue. Lo atrapó.

[Carcajadas] -¡Qué bien! Yo recomiendo el "Quijote", pero no para el excusado. Yo llevo a Quevedo [risas], porque es escatológico, lírico y místico al mismo tiempo. Es capaz de escribir lo más sublime del mundo sobre el amor y el espíritu y, a su vez, tiene sus enormes versos sobre los pedos y todo lo que a él le gusta. Así que sería Cervantes, Quevedo y Góngora. Gabo me diría: y Garcilazo, ¿qué? O Lope de Vega. Pero yo creo que con esos tres estaría muy bien.

-¿Cómo se imagina en 2010, año del bicentenario de la independencia de México y del centenario de su revolución?

-Cada vez aprendo más. Rejuvenezco en muchos aspectos. A veces uno es viejo a los 20 por ignorancia, por pretensión. Ahora, con la vejez, me concentro mejor. Ya no pienso en el sexo ni me distraigo con miles de actividades, algo típico de la juventud. Acabo de terminar un libro y estoy pensando ya en otro. Pero no le diré sobre qué. Prefiero callar y escribir. Conozco demasiados escritores cuyos libros quedaron en un café.

Por Hugo Alconada Mon

LA NACIÓN, 19 de Julio de 2006.

15.7.06

Zaffaroni: Hay que debatir la reforma al Código Penal


“Si esta discusión no la sigue el Gobierno nos haremos cargo los académicos.” No lo dice un académico del montón, sino el juez de la Corte Suprema Raúl Zaffaroni, preocupado por la reforma del Código Penal, que el ministro de Justicia, Alberto Iribarne, el martes último dio por congelada. El penalista elogia, en diálogo con Página/12, algunos aspectos del anteproyecto que elaboró una comisión de especialistas en el ámbito de la Secretaría de Política Criminal, pero cuestiona otros. “El aborto hay que discutirlo por otro lado, porque es un tema que hace fracasar cualquier proyecto”, advierte.

La polémica por el Código Penal quedó instalada desde que se conoció la propuesta para modificarlo elaborada por un grupo de especialistas que trabajó en el propio Ministerio de Justicia, coordinado por el secretario Alejandro Slokar. La idea general apunta a devolverle coherencia a una legislación modificada por retazos, 900 veces, desde 1922. Pero hubo ciertos puntos del borrador donde se focalizó la controversia: elimina la prisión perpetua y pone una pena máxima de treinta años, despenaliza el aborto en los tres primeros meses de gestación, legaliza la tenencia de droga para consumo personal, alivia los castigos en ciertos casos de eutanasia y eleva la edad de imputabilidad de los menores de 16 a 18 años.

El Poder Ejecutivo, a través del ministro Iribarne, aclaró anteayer que no le interesa enviar un proyecto al Congreso para impulsar los cambios ni “este año ni el que viene”.

–¿Le sorprendió que el Gobierno dé casi por cerrado este debate, al menos por ahora? –le preguntó este diario a Zaffaroni.

–El Gobierno entendió mal la discusión sobre el Código Penal. Es un tema que requiere un extenso y profundo debate. Lo tomaron como una bandera y no es así. El Código de 1921 se empezó a armar en 1891. En Alemania la reforma tardó diez años, en Suiza cincuenta. Tampoco digo que se demore tanto, pero es evidente que hace falta una reforma y que requerirá tiempo. El Código actual presenta una gran irracionalidad de las penas. Sale más barato darle un balazo a alguien que amenazarlo, es más grave un delito contra la propiedad que contra la vida.

–¿Qué le pareció el anteproyecto de la comisión de juristas?

–Me parece una base de trabajo positiva, para poner en discusión. La gente que elaboró esta propuesta es la mejor que hay en el derecho penal argentino. Ahora tendría que venir la etapa de análisis y debate, con todos los institutos de derecho penal del país, es decir, que se puedan escuchar las distintas opiniones técnicas. Eso, por supuesto, lleva tiempo. Supongo que solamente analizar la parte especial del Código, que se refiere a los delitos en particular, a una persona le puede llegar a llevarle seis meses.

–¿Cuál le parece el mayor acierto de la propuesta y cuál el mayor desacierto?

–La orientación es un gran acierto. Apunta a revertir la anarquía legislativa que tenemos hoy. El Código es una ley orgánica. El tema del aborto habría que discutirlo por otro lado, porque es uno de los que siempre hace fracasar cualquier proyecto de Código. Lo que digo es que hagamos ese debate en otro lado. En Austria y en Alemania, por ejemplo, se vio que generó problemas.

–El aborto no es el único tema que aquí generó irritación.

–Eliminar la prisión perpetua y poner una máxima de treinta años es algo realista. Brasil, por ejemplo, tiene una máxima de treinta años. En ningún país existe la perpetua, sacando las locuras que pueda hacer Estados Unidos. La edad de imputabilidad es una discusión seria, que debe ser trabajada, donde hay distintas posturas. Igual que la eutanasia. Pero meparece más complicado el análisis de cada delito en particular. Hay que cuidar no generar un vacío de impunidad. Y ver posibles contradicciones.

–¿Notó contradicciones en el borrador en danza?

–Algunas. Introducen la culpa grave temeraria (una nueva escala que se agrega a entre un delito culposo, la imprudencia y el dolo eventual), para evitar la arbitrariedad. Pero eso es volver al XIX. Si califico la culpa por la gravedad del deber no la puedo calificar por la gravedad del resultado. Según el texto, si el resultado de un accidente de tránsito es más de dos muertos, entonces hay culpa grave, pero eso bien puede ser una cuestión de azar.

–El ministro Iribarne dice que él prioriza una reforma procesal que acelere los tiempos de la Justicia (algo que a nadie le va a molestar), sobre la penal. ¿Debe ser así?

–Los dos son temas trascendentes que requieren cambios. La reforma procesal es importante. Pero si esta discusión sobre el Código Penal no la sigue el Gobierno nos haremos cargo los académicos. Todavía incluso está pendiente incorporar delitos obligatorios por los tratados internacionales.

Entrevista de Irina Hauser, Página/12, jueves 13 de julio de 2006.

8.7.06

Un molesto aniversario


Por Marcelo O´Connor

Hace un par de días, el 28, se cumplieron cuarenta años del cuarto quiebre constitucional mediante un golpe de Estado. Ese día, los militares, encabezados por un torvo general, usurparon el Gobierno desalojando a un Presidente civil. Es cierto que este había sido electo por escaso porcentaje de votos, casi tan magro como el del actual Presidente, pero constituía, sin los conocidos afanes hegemónicos, la esperanza de un encauzamiento institucional para una prolongada situación inestable, en democracia y libertad. Se lo acusó de lento ("la tortuga"), bucólico, antiguo e irrepresentativo. Las Fuerzas Armadas dieron sus motivos en el Acta de la Revolución Argentina: "1) La pésima conducción de los negocios públicos; 2) la ruptura de la unidad espiritual del pueblo argentino; 3) una sutil y agresiva penetración marxista". Los años demostraron que tanto los negocios públicos como la economía tuvieron una conducción brillante, que, luego, en vez de unidad espiritual tuvimos una masacre y que el "anticomunismo sin comunistas" siempre fue un pretexto. De paso: ¿cómo se puede ser sutil y agresivo, a la vez?


Debe ser el golpe que más arrepentidos tiene, aunque muy pocos se animaron a la pública autocrítica, como sí lo hizo el coronel Perlinger años después. Por eso fue un aniversario con más vergüenzas que homenajes al defenestrado mandatario.

Ese intento de olvido contrasta con las alharacas desplegadas con motivo del cincuentenario de la revoluciones del 16 de junio y 16 de septiembre de 1955. El colmo fue que el Gobierno, con su habitual estilo grosero, impidiera el acceso a la Casa Rosada del ex Presidente Alfonsín y un grupo de correligionarios para un modesto acto recordatorio.

¿A qué se debe esa desmemoria? Simplemente, a la mala conciencia. Pero como nada queda oculto históricamente, veamos quienes apoyaron a los militares salvadores: ante todo, el peronismo en su conjunto, empezando por el propio Perón que, en entrevista con Tomás Eloy Martínez, dijo: "Para mí este es un movimiento simpático" y "simpatizo con el movimiento militar". Los dirigentes gremiales, quienes siempre prefirieron los gobiernos militares porque tienen más poder que en la democracia y que con el Plan de Lucha generaron el clima apropiado, y los legisladores peronistas, concurrieron en masa al acto de asunción de Ongania. Frondizi, entusiastamente declaró: "Esta revolución ha nacido con los objetivos establecidos por las nuevas generaciones". La mayoría de los partidos políticos incompresiblemente también apoyaron y, no obstante, los disolvieron. El Partido Demócrata Cristiano y Oscar Alende apoyaron el desestabilizador Plan de Lucha. Las entidades empresarias, Unión Industrial, C.G.E., Sociedad Rural y A.C.I.E.L., manifestaron su complacencia. El "Economic Survey" escribió: "los círculos comerciales estadounidenses y especialmente los representantes de los grandes bancos han expresado su satisfacción ante la Revolución y reafirmado su interés en el país". La Iglesia Católica puso sus mejores hombres, tal es así que no se podía ser ministro o funcionario sin haber pasado por los Cursillos de Cristiandad. La prensa con unanimidad, opinadores como Mariano Grondona, Neustad o Timerman y hasta los humoristas, se ensañaron con la gestión de gobierno. Los extremos, tanto de derecha como de izquierda, cuyas políticas jamás dependen de la realidad, hicieron lo suyo y ahí empieza esa mezcolanza de Tacuara con castrismo que predominó después.

El rechazo de empresarios, gremialistas, militares, partidos políticos, de la sociedad argentina en su conjunto, a una salida sensata, mansa, trabajosa y quizás lenta, de la crisis institucional, derivó en la creciente violencia de los años posteriores. Es cierto que así les fue a todos y que todos pagaron su error. Algunos con pérdidas materiales de salarios y capitales y otros con la vida o las dos cosas.

Ningún otro Presidente vivió su ocaso tan en soledad como el Dr. Illia. Tampoco con tanta dignidad. El viejo Illia podría haber repetido aquella cita de Ibsen y su personaje el Dr. Stockman, que tanto le gustaba a Lisandro de la Torre: "Arrojadme piedras, que cuanto más me arrojéis, más alto levantareis el pedestal para honrar a mi gloria". No lo hubiera dicho, porque la modestia era su virtud y su austero estilo de vida lo alejaba de las actitudes rimbombantes. Pero nosotros, los argentinos amantes de la libertad y la democracia, le debemos el pedestal.

Semanario "Redacción"
Salta, sábado 1° de julio de 2006

1.7.06

Un gran error y una injusticia
















Por Víctor H. Martínez

El portón de la historia argentina tiene dos bisagras que abrieron lamentablemente sus puertas a desencuentros y episodios dolorosos que aún muestran heridas profundas. El 6 de setiembre de 1930, un golpe cívico-militar derrocó al presidente constitucional Hipólito Yrigoyen y el 28 de junio de 1966, otro golpe de Estado puso fin al gobierno del presidente Arturo Umberto Illia. Aunque en distintas circunstancias, hay el común denominador de todas las quiebras de la normalidad institucional: la pretensión de sus autores de justificar lo injustificable.

El 4 de agosto de 1900 nacía en Pergamino, Buenos Aires, Arturo Illia, quien luego de obtener su título de médico se radicó hacia 1929 en Cruz del Eje para ejercer su profesión como médico de Ferrocarriles. A diferencia de otros distinguidos colegas, abrazó el quehacer político al que serviría hasta el fin de sus días.

La dictadura del general Uriburu lo apartó de su cargo en el Ferrocarril, por lo que decidió completar sus estudios en Dinamarca, Alemania, Rusia y Francia, profundizando no sólo sus conocimientos científicos sino las percepciones de la política y las cuestiones sociales.

Después de ser senador provincial entre 1936 y 1940, vicegobernador, diputado nacional y gobernador electo, llegó a la presidencia el 12 de octubre de 1963. En su larga trayectoria debió sufrir la brusca separación de sus cargos por pronunciamientos militares.

Conocimos a Illia en el llano, dirigiendo campañas políticas desde el Comité Central y tuvimos su compañía cuando fuera elegido gobernador y nosotros recibíamos el diploma de legisladores. Muchos compartimos el abandono compulsivo determinado por la dictadura; pero en tanto nosotros nos lamentábamos por ese hecho, Illia, abrevando en sus adversidades, con postura “gandhiana”, nos alentaba con la frase que repetía en varias tribunas: “Hay que proseguir la lucha”.

Para comprender la sinrazón del despotismo que terminó con el gobierno democrático de Illia que, como todos los pronunciamientos autoritarios invocan el orden y la renovación progresista, cabe formularse unos interrogantes, teniendo presente anteriores y posteriores gobiernos.

¿Respetaba Illia la plataforma electoral y la Constitución Nacional? Fiel al documento de Avellaneda de 1945, habiendo obtenido más del 34 por ciento de los votos afirmativos y superado los votos en blanco, levantó las proscripciones posibilitando que el PJ participara en las elecciones nacionales de 1965. Respetó el derecho de huelga, las libertades de asociación y de prensa, la independencia del Poder Judicial, la división de poderes, los derechos humanos y las libertades públicas, gobernando sin Estado de sitio. Hizo efectivos los derechos sociales sancionando la ley del salario mínimo, vital y móvil, cumplió con el pago del 82 por ciento móvil y saneó el sistema de seguridad social.

¿Defendió Illia los intereses nacionales frente a propios y extraños? Además de imponerse gran austeridad y de su probada honestidad en el manejo de la cosa pública, alentó modificaciones al Código Penal para incriminar a funcionarios ante eventuales actos de corrupción y enriquecimiento ilícito; durante su período se expresó en la Carta de Alta Gracia la estrategia en defensa de las producciones básicas, ratificó en la crisis de Santo Domingo el principio de no intervención, y obtuvo una resolución favorable en la ONU sobre la discusión por las Islas Malvinas.

Anuló los contratos petroleros considerados ilegítimos e inconvenientes para la Nación; desconoció la injerencia del Banco Mundial en la conducción de los servicios eléctricos del Gran Buenos Aires (Segba), disminuyó la deuda externa, reestructuró el sistema ferroviario desquiciado en 1956, sancionó la ley de medicamentos para lograr rebaja de precios, implantó un régimen de promoción industrial más eficiente y puso en marcha el Plan Nacional de Desarrollo.

Hoy está en uso exhibir como modelo de buen gobierno los alentadores índices económicos, aunque no compartimos el criterio de subordinar valores al éxito económico y, menos, al coyuntural.

En la buena senda

Debe recordarse que nada en el gobierno de Illia se apartaba de la buena senda en materia económica. Aplicó el presupuesto por programas. La recaudación fiscal creció en 1965 con relación a 1964 un 80 por ciento y en el primer semestre de 1966, comparado con igual período de 1965, un 32 por ciento. Como se dijo, la deuda externa se redujo a 2.650 millones. El PIB creció un ocho por ciento en 1964 y un 7,8 en 1965 y la actividad agropecuaria lo hizo en el 7,1 por ciento, en tanto la manufacturera creció un 15,8 por ciento.

Las exportaciones, medidas en millones de dólares, pasaron a 1.410 en los primeros meses de 1966. La posesión de oro y divisas, que era negativa en 400 millones de dólares al momento de asumir Illia, pasó a ser positiva en 100 millones, en 1966. El salario real se incrementó en 6,2 por ciento y el costo de vida bajó en 6,2 por ciento.

En el orden educacional, instrumentó el plan nacional de alfabetización, promocionó la investigación científica y sostuvo la autonomía universitaria, destacándose que la educación pública recibió el más alto presupuesto de la historia.

Tuvimos el privilegio de seguir a Illia como médico, político y funcionario y sentirlo apegado al sistema de partidos, particularmente a la UCR. Tenía todas las cualidades del gran estadista, sin improvisaciones fáciles, con su accionar basado en el conocimiento profundo del país. Cuando jóvenes, nos convenció y formó sin imposiciones ni estridencias, pero con energía, sometidos sólo a la ley.

Los escenarios son distintos, pero siempre lo comparamos con Mahatma Gandhi, liderando con humanismo ejemplar a los pueblos, al servicio de las causas nobles, en favor de la paz y de la justicia social. Fue, pues, médico de almas y estadista de ciudadanos.

Nos complace que los protagonistas directos hayan reconocido la injusticia y el error del 28 de junio de 1966, pero los peligros que acechan a la democracia, aun dentro de su seno, siguen latentes y nos exigen estar vigilantes y actuantes en defensa de las instituciones.

Para ello, nada mejor que mirar atrás sin parcializar la historia ni avivar rencores, pero sí para recoger conductas y apreciar el valor de hombres que dieron lo mejor de sí, permitiendo que la juventud ejerza su derecho a conocerlos, en la búsqueda de futuras opciones.

Dr. Víctor Hipólito Martínez.
Ex Vice Presidente de la Nación Argentina (1983-1989), Ex Intendente de la Ciudad de Córdoba durante el Gobierno nacional del Dr. Illia (1963-1966). Actual Presidente del INSTITUTO NACIONAL YRIGOYENEANO, www.yrigoyen.gov.ar . Profesor emérito de Derecho Minero de la Universidad Nacional de Córdoba.
(Foto: El Dr. Illia junto al Dr. Víctor Martínez en la ciudad de Bs. As., circa 1973, foto tomada por Luisa Cerutti). El presente artículo fue publicado en el diario cordobés 'La Voz del Interior' el día 28 de junio de 2006.

Arturo Illia: un sueño breve


Visto desde hoy el balance de la gestión presidencial de Arturo Illia destaca por logros innegables, pero en su tiempo fue criticado y ridiculizado hasta la exasperación. Hay pocos casos en la historia argentina donde un presidente lograra un consenso tan rotundo para ser echado del poder. Y hay pocos casos, donde la mayoría de los que abogaron por su despido se hayan arrepentido, asumiendo que fue un error su conducta de entonces.

Esta situación tan peculiar ha impedido un examen a fondo de ese momento histórico. ¿Cuál fue la verdadera responsabilidad del peronismo en su caída? ¿Cómo se gestó la conjura militar? ¿Qué papel cumplió Estados Unidos, disconforme con varias medidas que afectaban a empresas norteamericanas? Analizando la carrera de Arturo Illia desde antes de su llegada a la Casa Rosada, Cesar Tcach explica su acción de gobierno, el clima adverso que lo rodeó y la forma en que los opositores lo fueron cercando hasta lograr su salida. Este análisis se complementa con entrevistas realizadas por Celso Rodríguez a figuras prominentes de los sesenta y con la publicación de documentos hasta hoy desconocidos de la CIA y del Departamento de Estado de U.S.A. Allí queda clara la actitud vergonzosa de ciertos políticos argentinos, peregrinando a la Embajada a pedir el golpe de 1966 y garantizando que nada malo ocurriría tras él.

Arturo Illia: un sueño breve revela de manera brillante, y quizás por primera vez, la trama completa del golpe de 1966 y muestra como la irresponsabilidad de las Fuerzas Armadas y de buena parte de la diligencia política y gremial y la triste indiferencia de la sociedad fueron determinantes para interrumpir la democracia


ARTURO ILLIA UN SUEÑO BREVE de César Tcach y Celso Rodríguez con prólogo de Robert Potash Edhasa, junio 2006, Bs. As.

Un sueño breve

El golpe militar del 28 de junio distó de ser el correlato de crisis económica alguna. El propio Mariano Grondona lo reconocía el 2 de agosto en su revista Comentarios, al señalar que se trataba de una “Revolución espiritual” en medio de grandes cosechas y una relativa bonanza económica. ¿Dónde encontrar espiritualidad en un golpe de Estado? La respuesta entroncaba con los lugares comunes de la cultura política nacional. La Argentina no era concebida como un país más, como una nación entre otras. Lejos de la mediocridad, “el más occidental y menos subdesarrollado de los países del continente” tenía una misión: conducir a América latina “fuera” del mundo subdesarrollado e incorporarla de pleno derecho al mundo occidental. Pero la proa visionaria que inspiraba su epopeya hundía sus simientes en una nueva política y una nueva elite dirigente.

En los meses posteriores al golpe militar, los análisis de la revista Comentarios, dirigida por Grondona, permiten recorrer el imaginario de la “Revolución Argentina” y la cultura política sobre la que se sustentaba. A partir de un diagnóstico certero, una sociedad particularista y fragmentada, consideraba imperativo “un cambio de estructuras” cuya clave residía en el “pase a retiro” de la antigua clase política. Ese pase a retiro –expresión que por sí misma implicaba ya una militarización del lenguaje utilizado en el análisis político– conducía al desplazamiento de una dirigencia cuyas virtudes anclaban en la “artesanía del comité” y el manejo de la promoción electoral. Frente a esa clase política, cuya decadencia era irreversible, el golpe militar habría significado, explícitamente, una operación de “eutanasia política”.

Desde ese punto de vista, la eutanasia justificaba la disolución de los partidos políticos, incapaces de superar el “juicio de residencia” de los militares y la opinión pública. Se apelaba a esta figura –que en la época del dominio hispano suponía un juicio evaluativo de las máximas autoridades coloniales al terminar su gestión– pero a diferencia de entonces, los dirigentes partidarios estaban condenados de antemano: se trataba de un “juicio de residencia” sin posibilidad de absolución.

En reemplazo de esa perimida dirigencia política, irrumpía –de acuerdo con la revista de Grondona– una nueva elite compuesta por técnicos, militares y hombres de empresa. Estos nuevos administradores emergían de los sectores más modernos y pujantes de la sociedad argentina, y estarían destinados a constituir una “nueva clase política”.

Es verdad que frente a la fuerza hegemónica del imaginario que se acaba de describir, el gobierno radical se mostró desinteresado en articular consensos y políticas de alianzas. También fue evidente su ineficacia en el plano de la comunicación política. Pero es difícil precisar hasta qué punto el golpe fue una respuesta a su propia acción, especialmente, con respecto a las Fuerzas Armadas y el sindicalismo, en la medida en que muchas de las líneas de fractura estaban dibujadas de antemano. Un ejemplo es ilustrativo al respecto. En el terreno sindical, Illia intentó modificar –mediante el decreto 969 de marzo de 1966– la Ley de Asociaciones Profesionales: se dejaba en pie una CGT única pero el manejo de los fondos se repartía entre la central, la federación provincial y el sindicato de base, y se estipulaba la participación de las minorías en las direcciones gremiales. Esta iniciativa enfureció a la burocracia sindical peronista.

Pero su práctica desestabilizadora hundía sus raíces en los propios inicios de la gestión presidencial. Los dirigentes sindicales nunca dejaron de concebir las elecciones de julio de 1963 en términos de “farsa electoral”. El cuestionamiento a la legitimidad de origen del gobierno nacional se realizaba en clave antiliberal: el radicalismo expresaba un orden liberal y partidocrático destinado a ser reemplazado por otro capaz de expresar a los verdaderos actores de la comunidad nacional, como los sindicatos, el Ejército y la Iglesia. Para Vandor, las Fuerzas Armadas sentían las inquietudes del pueblo y de la CGT (...).

La primacía otorgada a los factores de poder en la determinación de los procesos políticos formaba parte de un imaginario extendido en la sociedad argentina. No se trataba de algo difícil de entender. Hasta Tato Bores –el gran humorista político argentino– señalaba en su programa dominical: “Los factores de poder están rabiosos”.

En el plano militar, la rabia estaba alimentada por la convicción de experimentar, simultáneamente, una guerra interna y una época de decadencia nacional que sólo su acción podría revertir. Su predisposición al golpismo estaba inscripta en tendencias profundas y de larga duración, irrigadas por crecientes niveles de autonomía institucional que se extendían a la sombra de una misión por demás equívoca: la de defender un metafísico “ser nacional”.

Es por eso que son de dudosa plausibilidad las hipótesis contrafactuales que especularon sobre la posibilidad de evitar el golpe si no hubiese existido anuencia gubernamental al pase a retiro de Onganía o si se hubiesen puesto límites a las expresiones del general Pistarini en su discurso del 29 de mayo, u otros acontecimientos puntuales. A contragusto de esta interpretación, hubo quienes sostuvieron que Illia defendió una “democracia de pizarrón”, y que el golpe fue necesario por haberse agotado la paciencia social (...). En un país de memoria frágil y corazón versátil, la paciencia no figuraba en el listado de las virtudes ciudadanas.

En rigor, la dictadura militar del general Onganía agravó los peligros que pretendía conjurar. La sedicente nueva elite –que de nuevo tenía poco, dado que era también alimentada por los viejos referentes del poder económico (...)– prestó su consentimiento al general Onganía y avaló un nivel de violencia material y simbólica sin precedentes sobre la sociedad argentina.

Desde la clausura sine die del parlamento y los partidos hasta la censura de las minifaldas, desde el coqueteo inicial con la CGT a la represión del sindicalismo, el nuevo gobierno no sólo clausuró una época marcada por la imposibilidad de resolver la cuestión peronista: inició la era de las dictaduras soberanas y fundacionales, es decir, de un tipo de régimen militar que lejos de limitarse a reemplazar las instituciones de un modo provisorio (como fueron los anteriores golpes militares), se proponía la fundación de un nuevo ciclo histórico. El Acta y el “Estatuto de la Revolución Argentina” se situaban por encima de la Constitución Nacional. De acuerdo con Robert Potash, fueron elaborados bajo la “mirada vigilante del general Julio Alsogaray”.

La persistente violencia de “los de arriba” comenzó a legitimar la violencia popular y, paradójicamente, a deslegitimar “desde abajo” los valores de la democracia política, ya de por sí devaluados en el período precedente. La idea de revolución desplazó a la de paz, reforma, parlamento e instituciones representativas, descalificadas como meras cáscaras vacías. Es que el Onganiato fue, en definitiva, el prefacio al apogeo de las grandes organizaciones del peronismo radicalizado y la izquierda revolucionaria.

El 7 de setiembre de 1966, a raíz de la muerte de Silvia Martorell –la esposa de Illia, tan ridiculizada por Eloy Martínez– cerca de cuatro mil personas acompañaron al presidente en su trayecto hacia el cementerio de la Recoleta. Fue despedida con gritos a favor de la democracia y la “patria libre”; luego, una manifestación de jóvenes radicales fue disuelta por la policía en la céntrica intersección de Callao y Santa Fe. Ese mismo día, caía asesinado por una bala calibre 45 de la policía cordobesa el estudiante Santiago Pampillón. A la saña de la represión policial los universitarios contestaron con el lenguaje de las barricadas, haciéndose dueños del Barrio Clínicas (...). La policía no pudo entrar en toda la noche.

Aquel 7 de setiembre, los radicales porteños se dispersaron frente a la represión. Los universitarios cordobeses, en cambio, respondieron a la violencia con la violencia. La distancia entre ambas actitudes marcaría el creciente foso entre democracia y revolución (...).

Último acto de Arturo Illia


En la ciudad cordobesa de Bell Ville, Arturo Umberto Illia encabezó, el domingo 26 de junio de 1966, el últimos acto como presidente de los argentinos. Ese día, a las 16.40, el entonces avión presidencial Independencia decoló desde el aeródromo de la ciudad del este cordobés, con destino a Buenos Aires.

A los periodistas que cubrimos esa jornada nos quedó la impresión de que habíamos sido testigos de “su último acto”. El fervor del pueblo que lo acompañó en todo momento no alcanzó para disipar los rumores sobre su destitución. Arturo Illia arribó ese domingo a las 10.20 a Bell Ville y desarrolló una extensa actividad inaugurando obras, acompañado de un fervor popular sin antecedentes para esa localidad.

Poco después del mediodía, en el kilómetro 501 de la ruta nacional número 9, se concretó la ceremonia más importante de la visita presidencial, cuando Illia cortó las cintas inaugurando el Parador de YPF, uno de los más modernos del país para esos tiempos. Las expectativas estaban centradas en las palabras que a los postres iba a pronunciar el primer mandatario.

Los rumores de golpe circulaban por todos los rincones del país, pero Arturo U. Illia eludió en su mensaje referirse concretamente a la actividad política y a la crisis militar. Orientó su discurso hacia las políticas energéticas y agropecuarias de su gobierno, herramientas estratégicas para el desarrollo del país y particularmente de esa región que demandaba la electrificación rural para su despegue.

Desde las primeras horas del lunes 27 de junio, la impresión de que Illia había presidido el día anterior en Bell Ville sus últimos actos populares comenzó a efectivizarse en los hechos. La crisis militar se desató a media mañana con la destitución del general Caro, comandante del segundo cuerpo de Ejército, por el titular de esa fuerza, Pascual Pistarini, quien adoptó la medida sin consultar al jefe del Estado. Illia lo destituyó, pero Pistarini desconoció la orden del presidente, quien horas después fue desalojado de la Casa Rosada.

La caída de Illia marcó el fin de la cuenta regresiva que se inició en la mañana del sábado 29 de mayo de 1966, en ocasión de celebrarse el Día del Ejército. En esa ceremonia, Pascual Pistarini pronunció, al lado del presidente Illia, un duro y crítico discurso. Sus palabras sonaron más fuertes cuando advirtió que “no existe la libertad cuando no se proporciona a los hombres las posibilidades mínimas de lograr su destino trascendente”. El concepto centralizó los titulares de los principales diarios del país.

Para los sectores políticos, este discurso estuvo basado en el famoso comunicado 150 de Campo de Mayo, que puso fin al enfrentamiento de “azules y colorados” y que galvanizó el liderazgo del general Juan Carlos Onganía. Discursos que reconocían para muchos el pensamiento y el asesoramiento ideológico de Mariano Grondona, a quien, junto a Bernardo Neustadt, el destituido presidente Illia no habría de concederles notas ni reportajes hasta el fin de sus días en febrero de 1983.

Juan Carlos Toledo.
Redacción del matutino cordobés: "La Voz del Interior". 25 de junio de 2006.

Una enorme oportunidad perdida, por Raúl Alfonsín


Eran otros tiempos los que vivía la República cuando asumía la presidencia de la Nación el doctor Arturo Illia. El país estaba en una espesa bruma, en un estado de derrota, a veces daba la imagen de una división casi esquizofrénica entre los hechos y las palabras; no encontraba el rumbo, prisionero el pueblo de una desorientación que le impedía encontrar el camino que lo sacara de la decadencia y de los enfrentamientos, y lo llevara decididamente hacia el crecimiento con equidad y paz. Tiempos duros y difíciles, por eso no alcanzó un gobierno extraordinario como el de don Arturo Illia para consolidar la democracia.

Los argentinos habíamos perdido la confianza, la solidaridad, y éramos como autómatas encastillados en nuestras individualidades, dispuestos a imponer nuestras ideas, no a discutirlas. En este estado de situación, la convocatoria del doctor Illia no fue escuchada por todos.

“Tanto daño puede causar el abuso del poder por el gobierno, como el abuso del derecho por los ciudadanos”, advertía el presidente. Nadie ignora que el gobierno no abusó un ápice de su poder. Lamentablemente, fueron los ciudadanos los que abusaron de sus derechos, respetados como nunca antes.

Pienso que el período de gobierno de don Arturo Illia transcurrió en un momento en el que aún tenía plena vigencia la cultura autoritaria y antidemocrática que se había venido sedimentando en la población desde los años ’30.

Es cierto que el derrocamiento de Illia tuvo todos los ingredientes clásicos de los golpes de Estado en cualquier parte del mundo: actividad conspirativa en los cuarteles, connivencia civil, respaldo de grupos económicos, contexto internacional favorable, etcétera. Pero también es cierto que contó con un sustrato cultural que desde distintos ángulos alimentaba actitudes de desprecio hacia la democracia y que condicionó en gran medida el comportamiento de la población.

El peronismo, sin duda, desempeñó un papel importante en este proceso, empezado por la línea de acciones claramente desestabilizadoras que adoptó desde el comienzo su componente sindical, y culminando con el apoyo brindado por el gremialismo peronista al golpe del 28 de junio de 1966. A esto debe agregarse la acción obstruccionista desarrollada por el PJ en el Congreso y que colocó a la minoritaria representación radical en una situación terriblemente difícil.

Aún se mantenía viva en la conciencia política peronista la posición de ruptura con el orden –demoliberal– del que Illia era un claro exponente. Desde este enfoque, la perspectiva de un golpe que pusiera fin a un orden semejante no causaba aprehensión ni estimulaba movilizaciones populares en defensa del sistema. Por el contrario, se diría que hasta resultaba apetecible. En la izquierda y sus aledaños, entre tanto, estaba de moda la revolución cubana, que en aquellos años alcanzaba su punto de mayor prestigio e influencia sobre vastos estratos estudiantiles y de la juventud en general.

Este fenómeno nutrió entre nosotros una cultura de desprecio por lo que se solía llamar, con un facilismo extremo, “democracia burguesa”. Los sectores sometidos a esta influencia daban la bienvenida a cualquier circunstancia o proceso que sirviera para “agudizar las contradicciones”, lo que para ellos terminaba también por arrojar una luz macabramente positiva sobre los golpes de Estado, uno de los cuales finalmente se produjo aquel fatídico 28 de junio de 1966, antecedente para lo que luego sería para el país el período más sangriento del siglo.

La Argentina se perdió así la enorme oportunidad de crecer de la mano de un gobierno que en el poco tiempo que estuvo en el poder puso en práctica una impecable política económica con cifras de crecimiento impensadas poco antes y con la puesta en práctica de la verdadera democracia social.

Dr. Raúl Ricardo Alfonsín

A mayor pena, mayor delito. Por Diego Goldman


A mayor pena, mayor delito

Ante cada nuevo azote de la delincuencia se suman las voces que propugnan un incremento de las escalas punitivas y un endurecimiento de la legislación penal.
El pedido de "mano dura" no es en estos casos patrimonio exclusivo del gremio de los choferes de taxis (el cual tiene particular debilidad por el endurecimiento de la legislación represiva), sino que en ocasiones es apoyado por gran parte de la ciudadanía, prestigiosos periodistas, políticos de todas las extracciones, intelectuales variopintos y aún por juristas de nota.
El razonamiento subyacente a este clamor por mayores penas no está exento de cierta lógica económica y es el siguiente: dado que la pena es el "precio" que el delincuente debe "pagar" por sus actos antisociales, un incremento de ese "precio" debería determinar una disminución de la "demanda" de delitos, es decir una caída de los índices delictivos.
Sin embargo el axioma de que "a mayores penas menores delitos" no es tan consistente como parece a simple vista, y estoy dispuesto a contradecirlo a continuación y, más aún, a sostener que, llegado a cierto punto de agravamiento de las escalas penales, un incremento de las penas puede determinar un aumento de la actividad delictiva.
Un primer argumento en este sentido es que, efectivamente, la amenaza de pena no es lo único que determina la propensión a delinquir de ciertas personas. Es por demás obvio que otro tipo de factores culturales, económicos y, fundamentalmente, morales, tienen una influencia determinante en el incremento o disminución de la delincuencia. Hasta un autor como Richard A. Posner, de quien no podemos precisamente sostener su simpatía por el socialismo económico y su inseparable compañero, el abolicionismo penal, ha llegado a deslizar que "...es posible que desde el punto de vista económico se justifique realizar algunos intentos, por modestos que sean, para lograr que la distribución del ingreso y de la riqueza sea más equitativa debido a que una distribución de esta naturaleza tal vez reduzca la incidencia y en consecuencia el costo de delinquir, ya sea aumentando el costo de oportunidad del criminal (es decir, el ingreso que deja de percibir realizando una actividad legítima), y, de manera menos probable, disminuyendo los ingresos que se podrían obtener del delito..." (Richard A. Posner, "Utilitarismo, economía y teoría del derecho", publicado en Estudios Públicos N° 69, pág. 207).
Dejo planteado el punto, que merece un análisis mucho más exhaustivo (que queda pendiente para otra ocasión), para seguir analizando el "axioma de la mano dura", pero en sus propios términos.
Para empezar, hay que reconocer que la idea de que a mayores penas menores delitos no es en principio incorrecta, y dejando de lado todos los demás factores que influyen en la producción de un hecho criminal y ciertas (justificadas) prevenciones morales que produce la idea de utilizar instrumentalmente a una persona aplicándole una pena para intimidar al resto de la sociedad a efectos de que no delinca (la llamada "teoría de la prevención general"), parece casi irrefutable que un incremento del "precio" del delito llevará a su disminución.
El problema es que, planteada la cuestión como un simple incremento aritmético de las penas, el argumento es demasiado simplista como para superar un análisis crítico.
En efecto, lo que una persona hipotéticamente evaluaría antes de decidirse a cometer un delito no es tanto el monto nominal de la pena, sino las posibilidades efectivas de que le sea aplicada. El auténtico precio que paga el delincuente es, en todo caso, el monto de la pena multiplicado por la posibilidad de que se haga efectiva, por lo que un aumento de la escala punitiva no producirá una disminución de la delincuencia, siguiendo el "axioma de la mano dura", si al mismo tiempo una disminución inversamente proporcional de la posibilidad de que la pena se aplique disminuye el "precio efectivo" de la acción criminal.
Por lo general, el aumento de las escalas penales determina precisamente una disminución del número de condenas, por la sencilla razón de que los jueces son personas con convicciones morales como cualquier otra, y usualmente se niegan a aplicar penas absolutamente desproporcionales a los actos que buscan desalentar.
Si, por ejemplo, una ley asignara pena de muerte al libramiento de cheques sin provisión de fondos, seguramente le haría un flaco favor a la actividad comercial, dado que ningún juez dictaría una sentencia ordenando la muerte de un mal pagador.
Aunque no he estudiado el tema lo suficiente, creo que inclusive es socialmente eficiente que los jueces no dicten ese tipo de sentencias desproporcionadas, dado que no resulta racional sacrificar un bien de alto valor para proteger bienes de un valor inferior. Supongamos que el valor de la vida del peor estafador puede estimarse en, digamos, $ 100.000, ¿valdría la pena sacrificarla para evitar que cometa estafas por $ 50.000?
Aún inconscientemente, creo que este tipo de comparaciones no están ajenas de la mente del juez que tiene que resolver un determinado caso y por ello las normas que buscan endurecer las penas y hacer más gravosa la situación de la persona sometida a un proceso penal han fracasado invariablemente. Después de todo, como bien lo ha puesto de manifiesto la escuela del realismo jurídico, los jueces primero deciden la solución de un caso de acuerdo a sus propios parámetros valorativos y recién después buscan las normas que sustenten la decisión adoptada, apoyándose en las que les resultan favorables y descartando aquellas que no lo hacen.
Aplicar penas de prisión efectiva, por caso, para lesiones leves producidas por un accidente de tránsito involuntario, o privar de su libertad a una persona en base a la mera sospecha de que podría haber evadido impuestos, son medidas tan desproporcionadas en relación a los fines que persiguen que dificilmente un juez se decida a aplicarlas.
Por ello una politica penal que efectivamente busque disminuir la delincuencia debe buscar no tanto que las penas sean graves, sino que sean efectivas. Y, precisamente, para que las penas sean efectivas no deben resultar desproporcionadas a los delitos que se busca prevenir. En particular, las penas de prisión deberían reservarse solo a los casos más graves entre aquellos contemplados por los códigos penales, tales como homicidios dolosos, robos con armas, lesiones graves, violaciones, secuestros, etc. Para delitos de menor significación, como por ejemplo pequeñas estafas, violación de secretos profesionales, lesiones culposas, etc., deberían establecerse penas alternativas a la privación de la libertad, que sean efectivamente aplicadas por los jueces y que constituyan un verdadero instrumento de disuación de ese tipo de conductas.
Es más efectivo para evitar el delito, por ejemplo, que la persona que está por delinquir tenga la certeza de que cuenta con un 90% de posibilidades de recibir una pena moderada (supongamos dos meses de prisión), que saber que, si bien existe la posilidad de recibir una pena sumamente grave (supongamos quince años de prisión), esta sólo se hace efectiva en un 0,1% de los casos.
El anteproyecto de Código Penal presentado por el Ministerio de Justicia, si bien criticable en muchos aspectos, expresa en cierta medida estas ideas, estableciendo la posibilidad de la imposición de penas alternativas a la prisión para delitos menores, al tiempo que estipula que estas se hagan efectivas suprimiendo la facultad de condenar condicionalmente.
Con las modificaciones que resultaren pertinentes luego de un debate amplio pero racional de la cuestión, sería positivo que reformas legislativas en este sentido se concretasen en un futuro no muy lejano.

Dr. Diego H. Goldman
http://diegogoldman.blogspot.com/

A 110 años del suicidio de Leandro Alem


LA FIGURA DE ALEM

Discurso del Dr. Bernardo de Irigoyen

Las cenizas de los hombres que, como el doctor Alem, personificaron ese conjunto de virtudes cívicas y privadas, que dignifican la vida, arrojan luces que alumbran el desenvolvimiento libre de los pueblos. La acción del tiempo, lejos de extinguirlas las conforta, para que sirvan de estímulo y de ejemplo a las generaciones que se suceden en el orden de la humanidad.
No estoy llamado a pronunciar el elogio fúnebre del doctor Leandro N. Alem.
Están designados los ciudadanos que deben perfilar en este acto los contornos de esa figura acentuada que representó en épocas recientes las manifestaciones y los anhelos de la opinión nacional.
Algunos de esos oradores dibujarán probablemente los primeros esfuerzos de aquel joven, que destituído de influencias y de favores, se incorporó airosamente al movimiento literario y científico del país. Aquel acto fué ya la profecía de su figuración política. Ocupó pronto un puesto prominente, entre Gallo, Del Valle, Goyena, López y otros igualmente esclarecidos, y tuvo poderosa influencia en los acuerdos y trabajos políticos de aquella agrupación, brillante por el talento de sus hombres, los que parecen destinados a ausentarse prematuramente del escenario de la vida.
Otros escribirán los variados accidentes de la existencia de Alem y referirán la espontaneidad con que, cuando la dignidad de la patria pareció en peligro, abandonó las reflexivas tareas del foro, para defender valientemente en los campos de batalla la integridad y el nombre de la Nación. y después de haber formado dignamente algunos años en las filas del ejército nacional, tornó a esta capital, para actuar con ardimiento en nuestras contiendas internas, conquistando ya en aquellas luchas el prestigio de que ha vivido acompañado, fuera próspera o adversa la situación en que lo colocaron los acontecimientos. Más tarde, debate con notabilísima ilustración en los parlamentos de la Provincia y de la Nación las altas y ruidosas cuestiones administrativas y constitucionales, que apasionaron en aquellos días el sentimiento nacional, y se aleja después de la escena pública sin reparar si son muchos o pocos los que lo acompañan, porque la soledad nunca abatió su espíritu ni debilitó sus patrióticos ideales.
Y no faltará alguno que al trazar esos rasgos biográficos, recuerde aquellos días críticos, en los que, aproximados los partidos tradicionales de la República, interrumpieron el espontáneo retraimiento de Alem, designándolo para presidir el levantamiento popular de julio, en favor de las libertades constitucionales del país.
El aceptó sin vacilaciones la confianza que se le discerniera : tomó el puesto que le señalaran sus convicciones, el voto de sus amigos y de sus adversarios, y permaneció desde entonces fiel al espíritu, al lenguaje y al programa de aquella revolución, esencialmente nacional por los levantados designios que la decidieron.
Pero la revolución no fué como se ha dicho, una pasión de su alma ardiente, ni una veleidad genial. El creía sinceramente que las ideas que ha seguido sosteniendo formaban parte del plan sancionado por el sentimiento y por las necesidades constitucionales de la República y aceptado deliberadamente en 1890 por la Unión Cívica en el acto fundamental de su convocatoria.
La verdad, el desinterés, la pureza de propósitos, el amor a las instituciones que garantizan el destino de las naciones, la integridad política en la más alta acepción de la palabra; estas fueron las cualidades que constituyeron su ascendiente y su poder.
Vivió desde sus primeros años identificado con el pueblo, que lo miraba como verdadero representante de sus aspiraciones y de sus derechos. Nada podía ofrecer a los que lo acompañaban en las largas y espinosas luchas que dirigiera; y sin embargo, grandes colectividades en la capital y en la República los siguieron; con incontrastable abnegación, y desde el infausto momento de su muerte, el pueblo permaneció agrupado en torno de sus restos, como pidiendo todavía inspiraciones a su probado patriotismo o esperando órdenes de la autoridad moral que invistiera en toda la República, fundada en el título de sus acrisolados servicios, de la incorruptibilidad de su carácter y del poder atrayente de sus generosos ideales.
Leandro Alem baja a la tumba envuelto en su tradicional austeridad. Rodéanlo, sin embargo, los honores y demostraciones que el país unánimemente le acuerda, y este hecho enseñará a nuestra posteridad que los grandes caracteres se imponen al respeto de los pueblos y que la pobreza de un ciudadano ilustre reviste en ciertas situaciones el esplendor de la grandeza, que la historia se encarga de perpetuar.
Saludemos con amor y recogimiento los despojos mortales de este amigo esclarecido y que su memoria se grabe en el espíritu y en los buenos recuerdos de la patria.

Dr. Bernardo de Irigoyen

(Véase La Prensa, 5 de julio de 1896.) www.historia.radicales.org.ar

Leandro Alem - 110 años de su muerte


LEANDRO ALEM, 1° DE JULIO DE 1896

El dolor es mudo como la muerte, y es por ello que mis labios debían permanecer silenciosos ante la vista de este féretro que se ausenta para siempre de nosotros.

Pero quiero también a mi vez retribuirle ese adios postrero que me legó este gran hombre, al perderse para siempre en el fondo insondable del infinito.
La vida del Dr. Alem es una lucha continua: desde sus primeros pasos en el mundo, no tuvo más recursos que sus solas fuerzas, y ellas fueron suficientes para llegar a ser el caudillo más grande y el tribuno más brillante que registran los anales argentinos.
¡Qué poderosas debían ser ellas ! y qué grande la virtud de su alma., y qué virilidad la de sus sentimientos!
Su carácter tenía el temple del acero: inflexible e inquebrantable, no transigió nunca, ni con el crímen, ni con el vicio.
Eligió la senda del deber y de ella jamás se apartó, por más irresistibles que fuesen los obstáculos a vencer, y fué por eso que el pueblo que vió y comprendió los esfuerzos de su alma generosa, creyó siempre en la sinceridad de sus creencias y en la fidelidad de su conducta.
No iba a la plaza pública a agitar las muchedumbres por propósitos livianos, ambiciosos o mercenarios.

Jamás buscó nada para si en su agitada vida política; todo lo hacía por la patria. El pueblo, que asi lo sabía, concurría a su llamado y veía que el ejemplo de su vida austera coincidía en un todo con sus propósitos.
No hizo la propaganda de su doctrina como otros, en lecciones de ciencias especulativas en las cátedras a las jóvenes inteligencias preparadas para ello, sinó que su acción fué más vasta y más persistente; su cátedra era la tribuna popular y desde ella, a la vista de todos y expuesto al juicio público, era desde donde proclamaba las doctrinas políticas sin disfraces de ninguna especie y rindiendo siempre culto a la verdad.
Ha caído, no como el atleta esforzado en medio de la lucha, sinó que él mismo, de una manera estudiada y con profundo conocimiento de causa, se arrancó la vida.
Buscó en el suicidio un descanso de las batallas tan fuertes que tuvo que dar durante su existencia.
No conozco en nuestros anales patrios un sólo caso igual al presente : todos los luchadores del pueblo, como Mariano Moreno, Echevarría, Alsina y otros, han terminado su vida cumpliendo el proceso evolutivo de la materia : nacer, crecer y morir.
Alem ha sido el único que no quiso sentir su espíritu decrépito y ver que las fuerzas y el ánimo le faltaban: creería, si esto hubiese podido suceder, que no era el mismo hombre; se hubiera desconocido !
Su vida ha sido una continua lucha por la causa del bien, y el día que creyó ver debilidades en el camino que de tiempo atrás se trazó, hizo lo que Aníbal y Catón de Utica : librar a sus enemigos de un campeón que nunca pudo ser vencido ni doblegado por ellos. Potius moris quam fedaeris.
Nunca nada le negó a su patria: en la más grande guerra internacional que tuvo, fué uno de los primeros voluntarios animosos que concurrió al llamado del deber, abandonando familia y estudios y soportando todas las rudas tareas del soldado, a pesar de tener una naturaleza excesivamente debilitada.
Cuando en una república vecina se produjo una revolución a efecto de derribar un gobierno espúreo, él se puso al servicio de esa obra, recolectando socorros y dinero para esa redención.
Pero donde más se agiganta su figura es de seis años a esta parte.
Tocóle ser jefe del partido popular, y con tan gran éxito que, en el reducido espacio menor de dos años formó el partido más grande y fuerte que se haya conocido en nuestras luchas civiles.
Pero, es necesario verlo como trabajaba; emprendía una serie de giras a las provincias, agitando y poniendo en pie el espíritu público que estaba inerte; de allí viene, organiza todo el movimiento electoral de la capital; pera para todo esto le fué necesario sacrificarlo todo: su estudio de abogado desapareció, su pasar honrado y modesto se liquidó, sus horas de sueño no existían y su salud se resintió de todo este gran esfuerzo hecho.
Su obra fué grande y ella no sólo dió resultados benéficos al país en la forma y modo de organización unipersonal de los comités, sinó que puso también en práctica el sistema de las convenciones para los puestos electivos.
El partido formado por él dió sus irutos, tanto en la lucha paeífica de los comicios como en el campo azaroso de las revoluciones.
No sólo perdió su bienestar personal y salud, sinó que sufrió cárceles, destierros y persecuciones, soportando todas estas injusticias con altivez y sin humillaciones.
Lo único que le quedaba que dar al pueblo era la vida, y creyendo que ella pudiera ser fructífera para su causa se la arrancó con todo valor y sin pedir en cambio nada para él.
Fué por su causa tribuno, apóstol y mártir de su credo político, sin más satisfacción que la del deber cumplido.
Recojamos, pues, su testamento político y juremos aquí, en su tumba, llevar adelante los principios de nuestro partido, imitando el ejemplo de su vida para no desfallecer, para no claudicar, ni arrollar la bandera en medio de la jornada.
Tengamos presente que la sangre de este mártir, dada en holocausto por la buena causa, no puede quedar estéril sinó que servirá para justificar nuestras creencias y sentimientos.
La verdad es que nos falta él. El más esforzado, el más batallador y el más grande y abnegado de los tribunos argentinos.
El vacío que deja su partida será imposible de ser llenado y si valoramos lo que valía en la vida, hoy después de su muerte sabremos ver la falta que nos hará para nuestra propaganda y acción. Y es por todo ello que la gratitud póstuma le ha de levantar un monumento en el bronce o en el mármol, erigido por el óbolo generoso y desinteresado del pueblo, pues su nombre brilla ya en el panteón de la inmortalidad.
Y digo por el óbolo del pueblo, porque murió pobre después de haber vivido virtuoso y haber sido combatido por los sicarios y sayones de los protervos, pero ¡qué le da a él esto! ¡desgraciado de aquél a quien no se combate ! Su mérito ha de ser muy obscuro y dudoso cuando no basta a despertar el ladrido de la envidia, ni el furor de los envilecidos.
Yo, señores, que lo he seguido a su lado por más de quince años, con el mismo cariño y estimación que a un padre, se cuán grande era su alma candorosa y apasionada, ese cerebro tan profundo y bien constituído y ese gran corazón a la vez de héroe y de niño por su romanticismo y pureza.
Yo, señores, he querido comprimir mis sentimientos políticos, no he querido dar la nota fuerte en esta tumba, porque el gobierno y una parte de la prensa adversa a nuestra causa han rendido tributo de aprecio y admiración hacia el doctor Alem. Han comprendido recién que era virtuoso e ilustre y han venido a pagar ese tributo ante su tumba; a la virtud, que no tiene partidos, como no tiene ni país ni idioma determinado, y que impone el yugo de su autoridad, de su ascendiente y de su prestigio a todos los corazones nobles y generosos.
De su frente ya pálida y velada por los fantasmas de la muerte, se destacan rayos luminosos que nos han de alumbrar a nosotros en el camino a recorrer en la vida, para no separarnos del deber y la lealtad.

¡ Doctor Alem! tú has atravesado el estrecho istmo que separa la vida del sepulcro, en brazos de la inmortalidad y coronado por la gloria. Desde tu mansión silenciosa, templo de tu virtud y heroismo, nos predicas con tu muerte y tu testamento lecciones mudas pero sublimes, que nosotros recogeremos en el fondo de nuestras almas, nuestras rodillas se doblarán involuntariamente al pasar por delante de tu tumba y nuestras lágrimas correrán largo tiempo como si pudieran reanimar tus frías cenizas.
Dichoso tú que por tus obras, hoy sobrenadas en el piélago inmenso de la eternidad, en que todo se sumerge y perece!
Vivirás en lo íntimo de mi ser como el más caro de los míos! Te profesaba un cariño sincero, tú lo sabes bien, cuando a la despedida me llamabas tu joven y leal amigo.
Serás mi égida en el camino de la existencia, y todos los días los míos rogarán por ti; tanto te querían! Hoy
cómo te lloran !
Hay prendas adoradas que viven constantes en el sueño inconmensurable y eterno de la muerte, dice el gran dramaturgo inglés; así vivirá tu nombre para tus amigos y para el pueblo de quien fuiste el mártir y el apóstol de su credo.
¡Adiós para siempre!

Dr. Domingo Demaría

Discurso en el entierro del Dr. Alem

de www.historia.radicales.org.ar/alem.htm