1.7.06

Leandro Alem - 110 años de su muerte


LEANDRO ALEM, 1° DE JULIO DE 1896

El dolor es mudo como la muerte, y es por ello que mis labios debían permanecer silenciosos ante la vista de este féretro que se ausenta para siempre de nosotros.

Pero quiero también a mi vez retribuirle ese adios postrero que me legó este gran hombre, al perderse para siempre en el fondo insondable del infinito.
La vida del Dr. Alem es una lucha continua: desde sus primeros pasos en el mundo, no tuvo más recursos que sus solas fuerzas, y ellas fueron suficientes para llegar a ser el caudillo más grande y el tribuno más brillante que registran los anales argentinos.
¡Qué poderosas debían ser ellas ! y qué grande la virtud de su alma., y qué virilidad la de sus sentimientos!
Su carácter tenía el temple del acero: inflexible e inquebrantable, no transigió nunca, ni con el crímen, ni con el vicio.
Eligió la senda del deber y de ella jamás se apartó, por más irresistibles que fuesen los obstáculos a vencer, y fué por eso que el pueblo que vió y comprendió los esfuerzos de su alma generosa, creyó siempre en la sinceridad de sus creencias y en la fidelidad de su conducta.
No iba a la plaza pública a agitar las muchedumbres por propósitos livianos, ambiciosos o mercenarios.

Jamás buscó nada para si en su agitada vida política; todo lo hacía por la patria. El pueblo, que asi lo sabía, concurría a su llamado y veía que el ejemplo de su vida austera coincidía en un todo con sus propósitos.
No hizo la propaganda de su doctrina como otros, en lecciones de ciencias especulativas en las cátedras a las jóvenes inteligencias preparadas para ello, sinó que su acción fué más vasta y más persistente; su cátedra era la tribuna popular y desde ella, a la vista de todos y expuesto al juicio público, era desde donde proclamaba las doctrinas políticas sin disfraces de ninguna especie y rindiendo siempre culto a la verdad.
Ha caído, no como el atleta esforzado en medio de la lucha, sinó que él mismo, de una manera estudiada y con profundo conocimiento de causa, se arrancó la vida.
Buscó en el suicidio un descanso de las batallas tan fuertes que tuvo que dar durante su existencia.
No conozco en nuestros anales patrios un sólo caso igual al presente : todos los luchadores del pueblo, como Mariano Moreno, Echevarría, Alsina y otros, han terminado su vida cumpliendo el proceso evolutivo de la materia : nacer, crecer y morir.
Alem ha sido el único que no quiso sentir su espíritu decrépito y ver que las fuerzas y el ánimo le faltaban: creería, si esto hubiese podido suceder, que no era el mismo hombre; se hubiera desconocido !
Su vida ha sido una continua lucha por la causa del bien, y el día que creyó ver debilidades en el camino que de tiempo atrás se trazó, hizo lo que Aníbal y Catón de Utica : librar a sus enemigos de un campeón que nunca pudo ser vencido ni doblegado por ellos. Potius moris quam fedaeris.
Nunca nada le negó a su patria: en la más grande guerra internacional que tuvo, fué uno de los primeros voluntarios animosos que concurrió al llamado del deber, abandonando familia y estudios y soportando todas las rudas tareas del soldado, a pesar de tener una naturaleza excesivamente debilitada.
Cuando en una república vecina se produjo una revolución a efecto de derribar un gobierno espúreo, él se puso al servicio de esa obra, recolectando socorros y dinero para esa redención.
Pero donde más se agiganta su figura es de seis años a esta parte.
Tocóle ser jefe del partido popular, y con tan gran éxito que, en el reducido espacio menor de dos años formó el partido más grande y fuerte que se haya conocido en nuestras luchas civiles.
Pero, es necesario verlo como trabajaba; emprendía una serie de giras a las provincias, agitando y poniendo en pie el espíritu público que estaba inerte; de allí viene, organiza todo el movimiento electoral de la capital; pera para todo esto le fué necesario sacrificarlo todo: su estudio de abogado desapareció, su pasar honrado y modesto se liquidó, sus horas de sueño no existían y su salud se resintió de todo este gran esfuerzo hecho.
Su obra fué grande y ella no sólo dió resultados benéficos al país en la forma y modo de organización unipersonal de los comités, sinó que puso también en práctica el sistema de las convenciones para los puestos electivos.
El partido formado por él dió sus irutos, tanto en la lucha paeífica de los comicios como en el campo azaroso de las revoluciones.
No sólo perdió su bienestar personal y salud, sinó que sufrió cárceles, destierros y persecuciones, soportando todas estas injusticias con altivez y sin humillaciones.
Lo único que le quedaba que dar al pueblo era la vida, y creyendo que ella pudiera ser fructífera para su causa se la arrancó con todo valor y sin pedir en cambio nada para él.
Fué por su causa tribuno, apóstol y mártir de su credo político, sin más satisfacción que la del deber cumplido.
Recojamos, pues, su testamento político y juremos aquí, en su tumba, llevar adelante los principios de nuestro partido, imitando el ejemplo de su vida para no desfallecer, para no claudicar, ni arrollar la bandera en medio de la jornada.
Tengamos presente que la sangre de este mártir, dada en holocausto por la buena causa, no puede quedar estéril sinó que servirá para justificar nuestras creencias y sentimientos.
La verdad es que nos falta él. El más esforzado, el más batallador y el más grande y abnegado de los tribunos argentinos.
El vacío que deja su partida será imposible de ser llenado y si valoramos lo que valía en la vida, hoy después de su muerte sabremos ver la falta que nos hará para nuestra propaganda y acción. Y es por todo ello que la gratitud póstuma le ha de levantar un monumento en el bronce o en el mármol, erigido por el óbolo generoso y desinteresado del pueblo, pues su nombre brilla ya en el panteón de la inmortalidad.
Y digo por el óbolo del pueblo, porque murió pobre después de haber vivido virtuoso y haber sido combatido por los sicarios y sayones de los protervos, pero ¡qué le da a él esto! ¡desgraciado de aquél a quien no se combate ! Su mérito ha de ser muy obscuro y dudoso cuando no basta a despertar el ladrido de la envidia, ni el furor de los envilecidos.
Yo, señores, que lo he seguido a su lado por más de quince años, con el mismo cariño y estimación que a un padre, se cuán grande era su alma candorosa y apasionada, ese cerebro tan profundo y bien constituído y ese gran corazón a la vez de héroe y de niño por su romanticismo y pureza.
Yo, señores, he querido comprimir mis sentimientos políticos, no he querido dar la nota fuerte en esta tumba, porque el gobierno y una parte de la prensa adversa a nuestra causa han rendido tributo de aprecio y admiración hacia el doctor Alem. Han comprendido recién que era virtuoso e ilustre y han venido a pagar ese tributo ante su tumba; a la virtud, que no tiene partidos, como no tiene ni país ni idioma determinado, y que impone el yugo de su autoridad, de su ascendiente y de su prestigio a todos los corazones nobles y generosos.
De su frente ya pálida y velada por los fantasmas de la muerte, se destacan rayos luminosos que nos han de alumbrar a nosotros en el camino a recorrer en la vida, para no separarnos del deber y la lealtad.

¡ Doctor Alem! tú has atravesado el estrecho istmo que separa la vida del sepulcro, en brazos de la inmortalidad y coronado por la gloria. Desde tu mansión silenciosa, templo de tu virtud y heroismo, nos predicas con tu muerte y tu testamento lecciones mudas pero sublimes, que nosotros recogeremos en el fondo de nuestras almas, nuestras rodillas se doblarán involuntariamente al pasar por delante de tu tumba y nuestras lágrimas correrán largo tiempo como si pudieran reanimar tus frías cenizas.
Dichoso tú que por tus obras, hoy sobrenadas en el piélago inmenso de la eternidad, en que todo se sumerge y perece!
Vivirás en lo íntimo de mi ser como el más caro de los míos! Te profesaba un cariño sincero, tú lo sabes bien, cuando a la despedida me llamabas tu joven y leal amigo.
Serás mi égida en el camino de la existencia, y todos los días los míos rogarán por ti; tanto te querían! Hoy
cómo te lloran !
Hay prendas adoradas que viven constantes en el sueño inconmensurable y eterno de la muerte, dice el gran dramaturgo inglés; así vivirá tu nombre para tus amigos y para el pueblo de quien fuiste el mártir y el apóstol de su credo.
¡Adiós para siempre!

Dr. Domingo Demaría

Discurso en el entierro del Dr. Alem

de www.historia.radicales.org.ar/alem.htm

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