8.1.06

Sobre Felipe Pigna

Falsos mitos y viejos héroes.
Acerca del programa de Felipe Pigna y Mario Pergolini (Canal 13, 2005)


Por Mirta Zaida Lobato e Hilda Sabato.

“Vivimos rodeados de mentiras”: Tal la frase pronunciada por Mario Pergolini a poco de iniciarse el primero de los cuatro capítulos del programa especial que, bajo el título general de “Algo habrán hecho por la historia argentina”, fue emitido recientemente por Canal 13. Junto a él, Felipe Pigna asumió el papel de quien habría de revelar las verdades que, según se desprende del diálogo, nos han sido hasta ahora ocultadas o escatimadas a los argentinos. A lo largo de cuatro emisiones semanales de una hora cada una Pergolini y Pigna dialogaron sobre el pasado, iniciando su recorrido con las invasiones inglesas de 1806 y 1807 para terminar (aunque prometen una nueva serie) a mediados del siglo XIX, con la caída de Rosas en Caseros y la casi simultánea muerte de San Martín en Francia.
El programa constituye una novedad para la televisión abierta local, pues aunque la práctica de contar la historia utilizando medios audiovisuales no es nueva, hasta ahora no habíamos tenido una producción de esta envergadura que es, en cambio, bastante frecuente en otros países. Por ello y por la repercusión mediática que ha tenido (tanto en términos de publicidad como de rating) ofrece una oportunidad para discutir no solo sobre nuestro pasado sino sobre cómo se narra aquí la historia.
¿Qué historia nos cuenta este programa y cómo la cuenta? De la mano del maestro –Pigna- y el alumno –Pergolini- “Algo habrán hecho…” hace un recorrido cronológico del período y construye un relato estructurado en torno de algunos ejes organizadores:
- La historia tal como se ha contado hasta ahora es una tergiversación de la verdad, que este programa se propone develar.
- Nada ha cambiado en nuestra historia por lo que nuestro presente puede leerse directamente a partir del pasado y viceversa. “La Argentina es siempre la Argentina” dice, hacia el final, el alumno después de aprender lo que le ha enseñado su maestro. Por lo tanto, todo lo ocurrido se interpreta en clave del presente.
- Esa historia es la de la lucha entre los buenos y los malos. Los protagonistas son los grandes nombres: los buenos son los héroes o patriotas, que son virtuosos sin matices ni atenuantes a lo largo de todas sus vidas (con San Martín a la cabeza) y los malos son “los de siempre” y se distinguen por ser enteramente corruptos y traidores. El pasado se reduce a una sucesión de hechos (no muy diferentes de las efemérides escolares) que se identifican con las acciones de esos hombres importantes, quienes van definiendo el destino argentino. Hoy como ayer, el mal siempre termina triunfando sobre el bien, pero los buenos insisten y la historia vuelve a empezar.
- También hay un “pueblo”, que aparece mencionado aquí y allá, siempre de manera genérica (el pueblo es uno y homogéneo) y del lado de los buenos.
- La Argentina existe desde siempre: Se habla de la nación, del estado nacional y de los argentinos como entidades eternas.

Con estos ejes no muy novedosos, el programa propone un formato innovador. Maestro y alumno van hacia el pasado, y mientras dialogan entre sí, hablan también con los personajes y se identifican con sus temores y ansiedades. Las escenas combinan cuadros del presente (FP y MP en Londres, Paris, Rosario, la campaña de Buenos Aires, etc.) con otras que representan ficcionalmente algunos de los hechos narrados (batallas, asambleas, fusilamientos, asonadas, etc.), siempre con los grandes personajes en primer plano y con la ocasional intrusión de FP y MP como observadores participantes. Se hace un importante despliegue de mapas, croquis y dibujos; en cambio, es muy escaso el uso de material documental a pesar de su existencia y disponibilidad.
Esta propuesta tiene otras limitaciones importantes. En primer lugar, el guión prescinde de algunos de los elementos claves de un relato cinematográfico, tales como la consistencia y el crescendo narrativo. Aquí, las cartas están echadas desde el primer cuadro, de manera que todo el resto es una mera confirmación de lo que ya sabemos de antemano. Los interrogantes son solo retóricos, pues la respuesta ya se conoce. Por caso: Frente a las sucesivas campañas militares encabezadas por Manuel Belgrano, MP es categórico: “A esta altura ya no tenemos dudas: En Buenos Aires a Belgrano lo odiaban” -sin preguntarse quién, porqué, ni cómo un hombre como él encaraba y aceptaba sin más esos destinos- a lo que FP responde: “No te quepa duda”. Dudas, es precisamente, lo que no hay en este relato; esa ausencia achata el diálogo y simplifica la historia.
El acartonamiento de la conversación en que el maestro recita largos párrafos explicativos a un alumno que repite, acota, y “aprende” las lecciones de la historia se acompaña con su opuesto: los guiños constantes, cómplices y prejuiciosos entre los dos amigos, que a su vez extienden a los televidentes. Baste ilustrar esta actitud- que es permanente- con un ejemplo: cuando aparece la caricaturesca figura de un militar brasileño amenazando con la guerra (allá por 1826), MP espeta “¿Qué dice el brasuca?”.
Las puestas en escena de eventos específicos abundan en detalles inverosímiles, como los cuadros de batalla con soldados impecablemente vestidos (y apenas unas manchas en los pantalones), el parlamento de Castelli ante el fusilamiento de Liniers, el capitán del barco envenenando a Moreno (aquí presentado como verdad indiscutible, cuyas pruebas –claro- no existen), o la grotesca dramatización del cabildo abierto del 22 de mayo.
Finalmente, el material de archivo, el despliegue gráfico y las escenas ficcionalizadas no cumplen otro papel que ilustrar las palabras. Son como estampitas destinadas a meter por los ojos lo que ya se está diciendo en el diálogo, pero carecen de toda autonomía.
Si estos son los problemas de un formato que prometía otra cosa, los que presenta a la interpretación histórica son aún más serios:

1. El programa reitera y refuerza las visiones más patrioteras de la historia argentina. Retoma las figuras de los héroes más rancios del panteón nacional y las versiones más esencialistas de la nacionalidad argentina. Como en las tradicionales historietas de Billiken, se comienza con las invasiones inglesas, que aquí sirven para denostar a los ingleses (que de allí en más serán villanos de la película), para mostrar desde la primera escena al primero de los corruptos (Sobremonte, en una escena desopilante por lo inverosímil) y para hablar ya de los buenos por venir, sobre todo Belgrano. Esta figura aparece en el primer plano de la historia de la revolución, cuyo tratamiento es, de nuevo, una réplica de los relatos escolares, con los “patriotas” a la cabeza. Todas las incertidumbres y las turbulencias de la época revolucionaria quedan subsumidas en un cuentito ejemplar.
En un segundo momento, cuando “la Argentina parecía un sueño a punto de morir… un hombre avanzaba en silencio…” para enfrentar “al imperio, a la traición y a su propio destino de héroe”: San Martín. El tratamiento de su figura recorre varios programas, pero desde la primera escena resulta indiscutible: estamos frente al virtuoso total. No hay, sin embargo, explicación o interrogante alguno acerca del porqué de su virtud y sus benéficas acciones (los héroes no se explican: SON). Solo sabemos que él luchaba y luchaba, mientras sus enemigos acérrimos buscaban su destrucción. En este punto, un nuevo villano ocupa la escena: “Buenos Aires”, antes cuna de la revolución pero de pronto nido de todos los males y los malos.
La contrafigura más importante de San Martín es Bernardino Rivadavia. Sus iniciativas de cambio son ridiculizadas como “cabalgata modernizadora que no se detiene ante nada” y mientras en pantalla se enumeran sin comentarios sus obras (como la creación de la UBA, el Museo Histórico Nacional, la Caja de Ahorro, entre muchas otras) por otro lado se lo sindica como corrupto y coimero, pero –de nuevo- no hay intentos por explicar ni al personaje ni a su época.
Lo que sigue es más de lo mismo: Lavalle es malo/tonto, Dorrego es buenísimo, Rosas es astuto y cruel, pero está con la soberanía nacional, y hasta se vuelve sobre la ya remanida (y demolida) imagen de “la anarquía” de los años 20. En suma, una historia maniquea, sin matices, sin interrogantes y que poco innova sobre esa historia “oficial” que pretende cuestionar.

2. El programa remite a una forma muy tradicional de escribir la historia. “Algo habrán hecho…” se acerca al pasado ignorando toda la historiografía de los últimos cincuenta años (por lo menos). En primer lugar, no hay ningún intento por analizar procesos ni estructuras. Los hechos se suceden por obra y gracia de los héroes y antihéroes.
En segundo lugar, no se atiende a ninguna de las dimensiones del pasado que hoy constituyen la materia principal de los historiadores en todo el mundo: lo social, la economía, la vida política, el mundo de las representaciones y la cultura. Si de vez en cuando se introduce alguna mención que supone una referencia a un actor social o político (“la oligarquía”, “el pueblo”, “los caudillos”, “los estancieros” etc.), no se hace ningún esfuerzo por ubicarlos en el tiempo, describir sus características o analizar sus transformaciones. Y no es que la historiografía argentina carezca de estudios sobre esos temas: los hay y con diferentes orientaciones, que podían haber servido para introducir una visión menos limitada y estereotipada de nuestro pasado.
En tercer lugar, en esta visión la historia es cosa de hombres. No solo las mujeres no aparecen como protagonistas, sino que las referencias a ellas son a la vez prejuiciosas (“¡Qué bagarto!” dice MP frente a la imagen de una mujer que no conoce; “No, pará - lo instruye FP- que esa es Encarnación Ezcurra, la mujer de Rosas”) y equivocadas. Así, por ejemplo, de las tertulias se dice que servían “básicamente para que las familias engancharan a sus hijas con algún doctor o militar soltero”, mientras que los varones participaban -como verdaderos hombres- de otras tertulias, las revolucionarias. De este modo, se ignora todo lo que se ha escrito sobre esas formas de sociabilidad donde la mujer cumplía diversos e importantes roles.

3. Para acomodar la realidad a su versión del pasado, el programa incluye omisiones, errores, anacronismos y tergiversaciones sobre hechos que son conocidos y están largamente analizados por la bibliografía existente. Apenas algunos ejemplos: el rol revolucionario de Saavedra y de las milicias que él comandaba queda totalmente desdibujado, pues entraría en contradicción con su imagen de antihéroe (frente a Moreno); se tergiversa el lugar de Gran Bretaña en las guerras de independencia, pues solo se habla de presiones que habría ejercido ese país contra la “voluntad independentista” y no de todas las conocidas actuaciones en sentido inverso; se reducen los conflictos entre unitarios y federales a la disputa por las rentas de aduana; se distorsiona la historia del sufragio, pues al presentar ese tema para la coyuntura de 1820/21 y el ministerio de Rivadavia –“el malo”- se omite toda referencia concreta a la innovadora ley de 1821 que estableció el voto activo para todos los varones adultos libres, pero en cambio se pasan dos imágenes: la primera refiere a un discurso sobre el tema pronunciado por Dorrego –“el bueno”- cinco años más tarde y la segunda, teatraliza una escena de comicios inverosímil considerando los estudios actuales sobre elecciones.

4. El programa aplana el pasado, lo simplifica y lo equipara al presente, sin preguntarse por las diferencias y por los cambios que atravesó la sociedad argentina a lo largo de dos siglos. Para subrayar las continuidades y mostrar que todo es lo mismo, utiliza un recurso de manera reiterada: en el relato del siglo XIX inserta imágenes del pasado reciente para forzar así la identificación entre aquella historia y los traumáticos sucesos que vivimos en los últimos treinta años: Cuando el cadáver de Moreno es arrojado al agua (como se hizo durante siglos con todos los muertos en alta mar), MP y FP reflexionan en la costanera del Río de la Plata y una voz en off acota: “era el comienzo de una oscura tradición argentina” (a nadie escapa que están refiriéndose a la práctica criminal de la última dictadura militar, de arrojar a ese río los cuerpos de detenidos-desaparecidos). Cuando se menciona el 24 de marzo como fecha de inicio del Congreso de Tucumán, ocurre el siguiente intercambio: MP:”Un 24 de marzo!” FP: “pero por aquel entonces esa fecha no tenía la connotación tan nefasta que tiene hoy en día”. Esta modalidad se exacerba en la referencia a la ley de amnistía de Rivadavia (“ley del olvido”) pues, con ignorancia absoluta de cómo funcionaba entonces la vida política y las instituciones, se la equipara a las leyes de Punto Final y Obediencia Debida de 1987 y al indulto a los militares de la última dictadura y se incluye, de manera totalmente anacrónica, una larga escena con imágenes de las protestas frente a esas medidas encabezadas por los organismos de derechos humanos. Algo equivalente ocurre con el levantamiento de Lavalle (un levantamiento entre muchos otros) al que se sindica como “el primer golpe de estado de la historia argentina” para colocarlo en serie con los golpes militares del siglo XX.
Estas operaciones no son inocuas. No solamente obstaculizan cualquier intento de pensar el pasado en sus propios términos sino que mitigan los problemas del presente. En efecto, si todo siempre fue igual, si la Argentina desde sus orígenes más remotos tuvo golpes de estado, desaparecidos, militares asesinos e indultos, entonces los crímenes recientes solo son un eslabón más de una larga cadena y sus responsables pueden lavar sus culpas en el altar de una historia siempre igual a sí misma.

En suma, más que derribar mitos y develar verdades, como pretende el programa en sintonía con la apuesta más general de divulgación histórica liderada por Felipe Pigna, “Algo habrán hecho…” funciona sobre todo retomando y consolidando viejos y conocidos mitos de la historia argentina. Y si aquel “vivimos rodeados de mentiras” se presenta como una promesa inicial de crítica profunda, al uniformar el punto de partida y de observación, termina por ofrecer un producto reaccionario, que impide la interrogación, deslegitima el debate y desalienta la reflexión, tanto sobre el pasado como sobre nuestro más cercano pero igualmente complejo presente.

4 comentarios:

Dieguistico! dijo...

Es claro que el pseudo historiador Pigna, cuya obra carece del más mínimo rigor científico, es absolutamente funcional a la ideología actualmente dominante.
Es curioso que omita, por ejemplo, destacar que una de las más famosas obras de Moreno fue un alegato a favor del libre comercio con Inglaterra.
¿Qué decir de la pintura que hace de Rosas, destacando su "defensa de la soberanía" y minimizando las persecuciones, las torturas y la falta de libertad que caracterizaron a su gobierno?
Lamentablemente, Pigna no es más que un elemento más del gran "lavado de cerebro" al que se nos quiere someter desde los principales medios de comunicación, que intentan imponer una visión maniquea de la realidad y de la historia, como modo de lograr el beneplácito público para con los privilegios que se conceden a sus intereses.

Anónimo dijo...

Los radicales siempre se dijeron populares y no dejan de ser el medio pelo de la sociedad argentina. Hablan de las instituciones pero cuando tuvieron que reprimir se cagaron en ellas. Son una clase despreciable, y lo peor es que no se dan cuenta. Salvedad hecha de don Arturo (el único que fue consecuente con su ideología)

Anónimo dijo...

Comparto lo analizado sobre el programa de Pigna pero tambien creo que no hay que demonizarlo. Es bueno que hablemos sobre historia argentina y gracias Pigna lo estamos haciendo. Supongo que ese habra sido el objetivo que buscaba Pigna, que haya mas interes en la historia. Creo que seria absurdo pensar que Pigna hizo el programa pensando en gente que lee historia mas bien lo hizo pensando en gente que no sabe ni quien es Rivadavia. Estoy completamente en desacuerdo con el tratamiento que da a determinadas personalidades historicas y su contexto pero sinceramente me alegro que Pigna haya hecho lo que hizo. Saber de historia o no depende de cada uno, el conformismo es lo mismo que la ignorancia (ambas generadoras de estupidos fanatismos)

Anónimo dijo...

les dejo el link de un error de pigna
http://www.facebook.com/photo.php?fbid=1155352969030&set=a.1155352849027.2023770.1383896768&type=3&theater