6.1.07

Christian von Wernich, maldito tu eres


Christian von Wernich

El ex capellán de la Policía bonaerense Christian Von Wernich será llevado a juicio oral, donde se intentará demostrar su participación en delitos de lesa humanidad durante la última dictadura militar, mientras el jefe de esa fuerza era el represor Ramón Camps.

Al religioso se lo acusa de haber sido partícipe en casos de secuestros, torturas, homicidios y la apropiación de un menor, todos delitos cometidos en la brigada de Investigaciones de La Plata, en la comisaría 5ta de Puesto Vasco en Quilmes y el centro clandestino conocido como "Coti Martínez".

Von Wernich está detenido desde septiembre de 2003 por orden del juez Arnaldo Corazza, y permanece alojado en la División Antiterrorista de la Policía Federal.

De acuerdo con lo que se estima, entre marzo y abril próximo, luego de que se realice el sorteo de la Cámara Federal que llevará adelante el proceso, podrían comenzar las audiencias de debate contra el sacerdote.

Con esta decisión de la Justicia, es la primera vez que un miembro de la Iglesia Católica es sometido a juicio por terrorismo de Estado.


"A partir de 1984 adquirió notoriedad, acusado de complicidad con el terrorismo de Estado, el sacerdote de la diócesis de Nueve de Julio, provincia de Buenos Aires, Christian von Wernich. Se encuentra incluido en el informe de la CONADEP y está imputado en dos causas judiciales, que detallaré enseguida y cuyo patrocinio es ejercido por abogados del CELS. Ambas se encuentran demoradas en el consejo supremo de las fuerzas armadas.

Pero más allá de estos procesos, es la personalidad y son las declaraciones y la actuación de von Wernich las que lo han hecho conocer y constituido en una suerte de paradigma de clérigo fascista, identificado con las fuerzas armadas y colaborador de la represión ilegal.

Varios testimonios que inculpan a von Wernich están señalados y parcialmente transcriptos en el libro Nunca más, de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas. Pertenecen a los siguientes legajos: 683, testimonio de Julio Alberto Emmed; 2818, denuncia la desaparición de Cecilia Luján Idiart; 2820, denuncia la desaparición de María del Carmen Morettini; 2852, denuncia la desaparición de María Magdalena Mainer y Pablo Joaquín Mainer; 6982, testimonio de Luis Larralde; 6949, testimonio de Luis Velasco (22).

Me limito a reproducir parte de los últimos por cuanto los anteriores están vinculados con una de las causas judiciales que reseñaré. El 3 de agosto de 1984 prestaron declaración en la embajada argentina en Madrid, ante el diputado nacional Hugo Diógenes Piucill, miembro de la CONADEP, la señora Graciela Fernández Meijide, secretaria de esa comisión, y los consejeros de embajada Carlos Rospide y Gustavo Asis, los ciudadanos Luis Larralde y Luis Velasco. El primero de ellos dijo, entre otras cosas: “Fui detenido con mi esposa María Josefina Roncero en mi domicilio de la calle Billinghurst 2143 5° H, Buenos Aires, el día 5 de julio de 1977, a las 21.15 hs. Nos llevaron a un centro clandestino donde fuimos torturados. Oí cuando torturaban al ex ministro de Economía de la provincia de Buenos Aires señor Miralles. El padre Christian von Wernich concurría todos los días a la Brigada de Investigaciones y hablaba con los allí detenidos”.

Velasco, por su parte, expresó lo siguiente: “Que el 6 de julio de 1977 a las 24 horas un grupo grande de hombres de civil fuertemente armado, se hizo abrir la puerta del departamento que ocupaba con su madre, en la calle 56 entre 5 y 6 de La Plata. Dijeron pertenecer al ejército argentino. Lo introdujeron en un ciche y lo tiraron al piso y lo vendaron. El 8 de julio lo llevaron de nuevo a ‘la casita’. En esa oportunidad y después de la primera sesión de tortura se acercó un sacerdote, de quien supo después que era Christian von Wernich. Lo volvió a ver varias veces y en una de esas oportunidades el sacerdote le ordenó que se sacara la venda. Como el dicente se negó a hacerlo se la retiró él mismo. Dicho sacerdote dijo que tenía la parroquia en 9 de Julio, Buenos Aires. En una oportunidad oyó cuando Christian von Wernich contestó a un detenido que pedía no morir, que ‘la vida de los hombres depende de Dios y de tu colaboración’ y a él mismo se le dirigió, tocándole los pelos del pecho y diciéndole sonriente ‘te quemaron todos los pelitos’. En otra oportunidad lo escuchó defender y justificar la tortura y reconocer que había presenciado torturas. Cuando el sacerdote von Wernich contaba a los detenidos los operativos usaba el plural, incluyéndose: cuando hicimos tal operativo”.

En el juzgado criminal y correccional número 3 de la ciudad de La Plata, a cargo del doctor Vicente Luis Bretal, secretaría número 8, tramita la causa judicial por la cual Domingo Moncalvillo, padre de una de las víctimas, con el patrocinios de los abogados del CELS, querella por apremios ilegales y privación ilegítima de la libertad calificada, entre ortros, al exjefe de policía de la provincia de Buenos Aires, Juan Ramón Camps, al comisario Miguel Osvaldo Etchecolatz y al sacerdote Christian Federico von Wernich, que revista como oficial subinspector.

Von Wernich fue designado con ese cargo por Camps, en el año 1976, para desempeñarse como capellán (Mas tarde dirá en un reportaje: “Me ordené en 1976 y como soy de Concordia el general Camps me conocía de chico, ya que él es de Paraná. Por eso y de acuerdo con monseñor Plaza, llegué a ser cura de confianza para muchas cosas en la lucha contra la subversión”).

El proceso tiene su origen en la detención, por distintos procedimientos, de Domingo Héctor Moncalvillo, Guillermo García Cano, Liliana Amalia Galarza, Cecilia Luján Idiart, María Magdalena Mainer, Pablo Joaquín Mainer, María del Carmen Morettini y Susana Salomone.

Los jóvenes estuvieron ilegalmente presos, en condiciones especiales, durante la mayor parte del año 1977, en la dirección general de investigaciones de la policía de la provincia de Buenos Aires, en La Plata. Podían alternar con sus familias y finalmente se les dio a optar por permanecer encarcelados cinco años o salir del país. Lógicamente, prefirieron lo segundo.

En ese lapso los visitaba constantemente el capellán von Wernich, a quienes sus familias recurrían como intermediario. Incluso le entregaron dinero para ir formando un fondo destinado a su sostenimiento en el exterior. El 30 de noviembre de 1977 al concurrir los padres de los detenidos a dicha dependencia, como era habitual, se les informó que ese día habían partido del lugar. Desde entonces no supieron nada de ellos. Von Wernich ha explicado en su declaración ante la cámara federal de apelaciones en lo criminal y correccional de la capital federal, en el juicio a los ex-comandantes en jefe, que participó en una despedida que se les hizo y que a pedido de ellos los acompañó en tres grupos al aeroparque y al puerto de Buenos Aires, desde donde viajaron para Montevideo (23). Pese a esa afirmación, existe la certeza que fueron asesinados al igual que millares de detenidos-desaparecidos, dado que nunca más han dado señales de vida y es imposible que se encuentren en el extranjero sin comunicarse con sus familiares. Las averiguaciones en el Uruguay no dieron resultado alguno, aunque Moncalvillo aparece como ingresado a ese país. Las autoridades policiales insistieron en su posición, sugiriendo que estarían en la clandestinidad. Y von Wernich nunca supo dar una explicación coherente, ni se interesó más por el asunto.

Ante la CONADEP, un ex-agente de la policía de la provincia de Buenos Aires, Julio Alberto Emmed, que actuó como chofer e intervino en operativos, hizo un minucioso relato del cual resulta que los integrantes del grupo fueron transportados en distintos vehículos con el pretexto de sacarlos del país y asesinados en el trayecto de manera brutal. Según Emmed, el presbítero von Wernich presenció, al igual que él, esos hechos. De regreso, el comisario Etchecolatz, felicitó al personal interviniente y “el cura von Wernich –agrega Emmed– me habló de una forma especial por la impresión que me había causado lo ocurrido. El cura me dijo que lo que habíamos hecho era necesario para bien de la Patria, que era un acto patriótico y que Dios sabía que lo que se estaba haciendo era para bien del país” (24). En cuanto a la constancia de ingreso al Uruguay, Emmed explica que se elaboraron documentos con los nombres de los presos pero con fotografías de personal policial. De tal manera que serían éstos quienes habrían viajado.

Es cierto que Emmed, sin duda amenazado, negó esos detalles en su declaración ante la cámara federal de la causa de los ex-comandantes y anunció que rectificaría la declaración prestada en el mismo sentido ante el juzgado federal en lo criminal número 4 de la capital federal, a cargo de la doctora Amelia Berraz de Vidal (25). Sin embargo todo indica que fue veraz en la primera ocasión, dado que el homicidio es la conclusión racional de la desaparición indefinida de los jóvenes mencionados y no es ésta la única vez en que se utilizaron procedimientos de ese tipo. Recuérdese, como un ejemplo, el caso de Marcelo Dupont.

En su larga declaración ante la cámara federal von Wernich reconoce su vinculación con este grupo de detenidos-desaparecidos y confirma que los acompañó para despedirlos, pero niega conocer su condición. Explica igualmente que conversó en un puesto policial de Don Bosco con Jacobo Timerman y con el ex-ministro Oscar Miralles, a quien encontró muy decaído. Sostiene no haberse enterado que fueron torturados (26).

Otra causa judicial en la cual se encuentra involucrado von Wernich es la caratulada “Lorusso Arturo Andrés s/denuncia privación ilegítima de libertad”. Tramitó ante el juzgado en lo criminal y correccional federal de la capital federal número 4, a cargo de la doctora Amelia Berraz de Vidal, secretaría número 12, hasta que ésta se declaró incompetente y el expediente pasó al consejo supremo de las fuerzas armadas. En ella intervengo, junto con los padres de otras víctimas, como parte querellante, con el patrocinio de abogados del CELS.

El proceso se origina a causa de la detención, en la madrugada del 14 de mayo de 1976, por agentes de las fuerzas armadas, de Beatriz Carbonell de Pérez Weiss, César Amadeo Lugones, María Esther Lorusso Lammle, Horacio Pérez Weiss, Mónica María Candelaria Mignone, Mónica Quinteiro y María Marta Vásquez Ocampo de Lugones. Ninguno de ellos apareció. Por distintos elementos de juicio, que sería largo explicar, existe la certeza que se los trasladó a la Escuela Mecánica de la Armada, donde sin duda fueron torturados y asesinados. Este grupo de jóvenes se encontraba ligado entre sí por la abnegada labor de promoción humana, social, política y religiosa que llevaron a cabo en la villa de emergencia del Bajo Flores y en zonas aisladas de la Patagonia. Esta fue también la razón de su eliminación.

Un hermano de César Lugones, de nombre Eugenio, mantenía una estrecha amistad con el presbítero von Wernich. De tal manera que producido el episodio fue la primera persona a quien recurrió en busca de ayuda. Conocía, por cierto, su ideología, su identificación con las fuerzas armadas, su condición de capellán de la policía de la provincia de Buenos Aires y su amistad con Camps. Sabía que era cuñado del coronel Morelli, que ocupó la jefatura de la superintendencia de seguridad de la policía federal. Esperaba por ello que le proporcionase alguna luz.

Von Wernich se ocupó de averiguar y a los pocos días le trasmitió a Eugenio Lugones que su hermano César vivía. Eugenio nos informó de la novedad inmediatamente. Entonces le escribí al obispo de 9 de Julio, Alejo Gilligan, a quien conocía de Mercedes y le pedí que le preguntara a von Wernich, entonces párroco de la catedral de esa ciudad, qué noticias poseía de mi hija Mónica. El 4 de agosto de 1976 monseñor Gilligan me contestó, diciendo textualmente: “El único dato recogido por P. Christian es que César Lugones está bien; nada sabe de las demás personas, lugar en que se encuentran ni quienes intervinieron”.

En 1984, cuando inicié la querella en el juzgado de Berraz Vidal agregué la misiva y propuse como testigos al obispo Gilligan y al presbítero von Wernich. Al primero, para que reconociera su firma y el contenido de la carta y al segundo para que dijera quién le había proporcionado la información. De esa manera podíamos avanzar en la identificación de los autores del delito. La noticia salió en los diarios y produjo una conmoción en 9 de Julio. A esta cuestión se agregaron las declaraciones de Mona Moncalvillo, conocida periodista de Hunor y hermana de Domingo Héctor, sobre el caso del grupo de La Plata. El obispo, que seguramente se había olvidado de la comunicación, se molestó mucho y quería sacar una declaración negándola. Le mandé una fotocopia para que la recordara y no metiera la pata, por intermedio del párroco de Trenque Lauquen, Guillermo Noé. Entonces solicitó hacer uso del derecho de ser interrogado por oficio. (Este es un privilegio del cual gozan, en virtud del artículo 290 del código de procedimientos en materia penal para la justicia federal, los integrantes de los tres poderes del Estado, los miembros de los tribunales militares, las dignidades del clero, los ministros diplomáticos y cónsules generales y los militares desde coronel para arriba. Se trata de una de las tantas desigualdades, violatorias del artículo 16 de la constitución nacional, que subsisten en nuestras leyes y costumbres. Habrá que suprimirla).

Gilligan reconoció la carta y von Wernich fue citado por la juez. ¿Cómo salió del paso? Mintiendo. Manifestó que la información de que César Lugones estaba bien se la había proporecionado el mismo Eugenio Lugones. Es imaginable la indignación de éste. Solicitó un careo. La juez lo concedió. Fue una escena violentísima. Von Wernich, extremadamente nervioso, se mantuvo en su posición. Frente a su afirmación sólo estaba la palabra de Eugenio Lugones. Nos quedamos sin prueba.

La salida de von Wernich fue procesalmente ingeniosa. Pero a costa de mentir, luego de un solemne juramento ante Dios de decir la verdad, con un crucifijo delante. Recordé las palabras del Señor, en la teofonía bíblica donde Moisés recibe las tablas con los diez mandamientos: “No darás falso testimonio contra tu prójimo” (Exodo, 20, 16). Y me entristeció que un ministro de Dios, por cobardía, las hubiese olvidado.

Las imputaciones contra von Wernich atrajeron la atención de la prensa. La revista Siete Días mandó al periodista Alberto Perrone y al fotógrafo Mario Paganetti a la ciudad de Norberto de la Riestra, de la diócesis de 9 de Julio, donde von Wernich había sido trasladado como párroco. El sacerdote, dejándose llevar por su vanidad y su gusto por la publicidad, habló mucho. Sus declaraciones, publicadas en el número del 30 de julio de 1984, atrajeron la tención del público. El semanario se agotó y tuvo que reproducir el reportaje en la edición siguiente, del 1° de agosto.

El reportaje a von Wernich, titulado “Habla el cura que interrogaba a los desaparecidos” no tiene desperdicio. En él desnuda su personalidad y sus ideas. “Nunca tuve dudas –afirma– con lo que hice”. Se explaya sobre sus vinculaciones con el grupo de jóvenes prisioneros en la dirección general de investigaciones de La Plata. “Yo estaba encargado –explica– de hablarles, para ir informando como estaba armada su organización montoneros”. Respecto a los testimonios ofrecidos en la audición televisiva Nunca Más afirma: “yo quisiera ver si son ciertos. Desconfío. Temo que no sea cierto todo eso. Me parece, en cambio, que se le dio al pueblo el circo que necesita el gobierno actual para distraerlo de la falta de pan. Así trabaja la zurda en este país”. “Yo nunca estuve en ninguna dependencia policial o militar donde algún preso me confesara que había sido torturado. Y mire que estuve en relación directa con Jacobo Timerman, el ministro Miralles, Papaleo y muchos más ... Camps lo trataba (a Timerman) a cuerpo de rey ... Que me digan que Camps torturó a un negrito que nadie conoce vaya y pase. ¡Pero cómo se le iba a ocurrir torturar a un periodista sobre el cual hubo una constante y decisiva presión mundial... que si no fuera por eso...!”

Los periodistas describen el ambiente: “Pasamos al amplio living con numerosos sillones de cuero y tapices artesanales colgando de las paredes. Christian von Wernich destacó que esa construcción californiana la había hecho él apenas un par de años antes, donde se levantaban unos míseros cuartos. De ahí lo seguimos al sacerdote al lugar acondicionado para su vocación de radioaficionado. Diplomas de diversas emisiones adornan las paredes del alfombrado cuarto. En una pequeña estantería con varios libros religiosos estaban los del general Ramón Camps. Cada uno de ellos con una extensa dedicatoria manuscrita, donde se recuerda al ‘cura y amigo’ y se señala cómo se jugaron ambos la vida. También aparece mencionada Susana, la hermana del sacerdote, casada con un militar compañero de promoción de Camps (Morelli)” Y termina: “yo sé muy bien lo que hice, por qué lo hice y con quienes lo hice. Cuando sea el momento la justicia decidirá. He vivido una guerra desde un punto de vista ideológico, que es el de un conservador de centro... Como le dije antes, espero la justicia, sobre todo la divina”.

“Por las declaraciones de Christian von Wernich el pueblo de este sacerdote se transformó en la caldera del diablo”, titula Siete Días la segunda de sus notas, ilustrada con abundante fotografías. A partir de ese momento el clérigo comprendió que no le convenía seguir hablando y se negó a nuevos reportajes. El obispo Gilligan salió en su defensa y le formuló la misma sugerencia. Como resultado de sus palabras el CELS le inició una denuncia criminal por apología del delito. Von Wernich me acusó ante el juzgado federal de Azul de ser el autor de amenazas telefónicas que recibía en Norberto de la Riestra, fundándose en su similitud con una expresión que incluí en mi carta al párroco de Trenque Lauquen Guillermo Noé. El magistrado, lógicamente, desestimó tan absurda imputación. Los procesos contra von Wernich están paralizados en el consejo supremo de las fuerzas armadas. Entre tanto el gobierno de la provincia de Buenos Aires lo ha declarado en disponibilidad en su cargo policial.

El viernes 25 de abril de 1986 fui invitado por la Comisión Nuevejuliense de Derechos Humanos, CONUDEH, para explicar el caso. Cuatrocientas personas colmaron el salón de la Municipalidad y hubo un diálogo interesante y esclarecedor. Quise invitar al obispo, pero no lo encontré. Luego supe que se había dirigido al intendente solicitándole que revocara la concesión del local. La actitud corresponde a la ideología episcopal que he descripto: la búsqueda de la protección del Estado y el temor a la libertad de debate y al pluralismo.

Otro episodio dudoso en las actividades de von Wernich es el de su estada en Nueva York a fines de 1978. Según sus manifestaciones se trasladó a esa ciudad con un contrato temporal con su arquidiócesis para atender pastoralmente a la comunidad hispanoparlante, instalándose en la parroquia de San Juan Crisóstomo, en Bronx. El caso es que en la causa “Lorusso” se presentó la ciudadana argentina María Eva Ruppert, residente en aquella época en dicha metrópoli. Entregó una carta de von Wernich de fecha 27 de septiembre de 1978 por la cual éste se interesaba por conectarse con los exiliados argentinos vinculados a la revista Denuncia que realizaba una enérgica campaña contra la dictadura militar argentina.

Según el minucioso relato de la señorita Ruppert, von Wernich se encontró con ella en repetidas oportunidades y ofreció su colaboración en las tareas vinculadas con la defensa de los derechos humanos en nuestro país, expresando su deseo de “pasar a máquina y hacer un fichero ordenado con los datos de los ‘contactos’, tanto de Argentina como del exterior, de la organización con la que la deponente colaboraba” (27). Explicó que podía facilitar un aparato de trasmisión de onda corta y una fotocopiadora con igual propósito.

Como la actitud del oferente resultara sospechosa, resolvieron no aceptar sus servicios. En la causa arriba citada von Wernich fue careado con la señorita Ruppert, manifestando no conocerla ni haber ofrecido colaboración alguna a organizaciones de derechos humanos, puesto que ello estaba al margen de su labor pastoral. Para los letrados que estuvieron presentes en dichas diligencias procesales no quedó ninguna duda que la testigo Ruppert decía la verdad.

Christian von Wernich, aunque nacido en San Isidro, provincia de Buenos Aires en 1938, pertenece a una acaudalada familia de la ciudad de Concordia (28), donde realizó sus primeros etudios. Uno de sus hermanos apareció envuelto hace algunos años en la quiebra del Alvear Palace Hotel, hecho que dio lugar a dudosas interpretaciones. En su juventud se trasladó a California, Estados Unidos, donde permaneció un tiempo. Allí aprendió inglés. Parece ser que se inclinaba por los estudios de administración de empresa.

Todas las versiones recogidas indican su inclinación por la vida fastuosa y frívola, aun en la época en que hizo saber que era seminarista y se preparaba para el sacerdocio. Eugenio Lugones, que lo conoció en la pileta de natación del Ateneo de la Juventud a comienzos de la década de 1970, dice que algunos amigos le decían “El Cura” y otros “El Conde” o “El Duque”, “porque se notaba fácilmente que era una persona de mucho dinero... programamos –agrega– un viaje juntos a Río de Janeiro, donde estuvimos cerca de quince días en la época de los carnavales... en su coche particular tenía una sirena, especialmente durante los años 76 al 78. Yo le pregunté por qué la tenía y ahora me doy cuenta de que no era para abrirse paso y que no lo molestaran en la ruta como decía. Además de eso tenía credenciales a nombre de otra persona con su foto y esto lo sé porque personalmente yo se las vi. Creo que el apellido que figuraba en esas credenciales de comisario de la policía de la provincia de Buenos Aires” (29).

La ordenación sacerdotal de von Wernich, ocurrida en 1976 a los 38 años, fue una sorpresa, porque había transitado por varios seminarios y más de un obispo se había negado a ordenarlo, entre ellos Tortolo, de Paraná. Resulta claro que su personalidad no los convencía. Quien se decidió a conferirle el sacramento del orden fue el obispo de 9 de Julio Alejo Gilligan, que pasa por ser un hombre ingenuo. Por esa razón recaló en esa diócesis, que no era la de origen.

En las tres ciudades donde ha ejercido su ministerio, 25 de Mayo, 9 de Julio y Norberto de la Riestra von Wernich gravita sobre cierto sector de la población por su ideología reaccionaria, su estilo desenfadado –nunca usa sotana y prefiere los automóviles potentes– y sus gustos mundanos. Se construyó la casa antes descripta en Norberto de la Riestra. Maneja mucho dinero, cuyo origen se supone es familiar, viaja con frecuencia al exterior y durante la época de la dictadura militar era temido por sus vinculaciones oficiales, aunque hay quien sostiene que salvó a algunos jóvenes de la zona. Cumple con sus obligaciones clericales (misa, predicación, administración de los sacramentos), pero sus actitudes son profanas. Es el suyo un sacerdocio formal y sacramental, sin ninguna vivencia espiritual. No es de extrañar, entonces, que haya sido compatible con su participación en los hechos que se le imputan.

Von Wernich suele decir a sus amigos que ha optado por ser cura, porque es una profesión en la cual, a diferencia de otras, se trabaja los domingos y se descansa el resto de la semana."

del libro: "Iglesia y Dictadura" de Emilio F. Mignone.

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