1.7.06

Un gran error y una injusticia
















Por Víctor H. Martínez

El portón de la historia argentina tiene dos bisagras que abrieron lamentablemente sus puertas a desencuentros y episodios dolorosos que aún muestran heridas profundas. El 6 de setiembre de 1930, un golpe cívico-militar derrocó al presidente constitucional Hipólito Yrigoyen y el 28 de junio de 1966, otro golpe de Estado puso fin al gobierno del presidente Arturo Umberto Illia. Aunque en distintas circunstancias, hay el común denominador de todas las quiebras de la normalidad institucional: la pretensión de sus autores de justificar lo injustificable.

El 4 de agosto de 1900 nacía en Pergamino, Buenos Aires, Arturo Illia, quien luego de obtener su título de médico se radicó hacia 1929 en Cruz del Eje para ejercer su profesión como médico de Ferrocarriles. A diferencia de otros distinguidos colegas, abrazó el quehacer político al que serviría hasta el fin de sus días.

La dictadura del general Uriburu lo apartó de su cargo en el Ferrocarril, por lo que decidió completar sus estudios en Dinamarca, Alemania, Rusia y Francia, profundizando no sólo sus conocimientos científicos sino las percepciones de la política y las cuestiones sociales.

Después de ser senador provincial entre 1936 y 1940, vicegobernador, diputado nacional y gobernador electo, llegó a la presidencia el 12 de octubre de 1963. En su larga trayectoria debió sufrir la brusca separación de sus cargos por pronunciamientos militares.

Conocimos a Illia en el llano, dirigiendo campañas políticas desde el Comité Central y tuvimos su compañía cuando fuera elegido gobernador y nosotros recibíamos el diploma de legisladores. Muchos compartimos el abandono compulsivo determinado por la dictadura; pero en tanto nosotros nos lamentábamos por ese hecho, Illia, abrevando en sus adversidades, con postura “gandhiana”, nos alentaba con la frase que repetía en varias tribunas: “Hay que proseguir la lucha”.

Para comprender la sinrazón del despotismo que terminó con el gobierno democrático de Illia que, como todos los pronunciamientos autoritarios invocan el orden y la renovación progresista, cabe formularse unos interrogantes, teniendo presente anteriores y posteriores gobiernos.

¿Respetaba Illia la plataforma electoral y la Constitución Nacional? Fiel al documento de Avellaneda de 1945, habiendo obtenido más del 34 por ciento de los votos afirmativos y superado los votos en blanco, levantó las proscripciones posibilitando que el PJ participara en las elecciones nacionales de 1965. Respetó el derecho de huelga, las libertades de asociación y de prensa, la independencia del Poder Judicial, la división de poderes, los derechos humanos y las libertades públicas, gobernando sin Estado de sitio. Hizo efectivos los derechos sociales sancionando la ley del salario mínimo, vital y móvil, cumplió con el pago del 82 por ciento móvil y saneó el sistema de seguridad social.

¿Defendió Illia los intereses nacionales frente a propios y extraños? Además de imponerse gran austeridad y de su probada honestidad en el manejo de la cosa pública, alentó modificaciones al Código Penal para incriminar a funcionarios ante eventuales actos de corrupción y enriquecimiento ilícito; durante su período se expresó en la Carta de Alta Gracia la estrategia en defensa de las producciones básicas, ratificó en la crisis de Santo Domingo el principio de no intervención, y obtuvo una resolución favorable en la ONU sobre la discusión por las Islas Malvinas.

Anuló los contratos petroleros considerados ilegítimos e inconvenientes para la Nación; desconoció la injerencia del Banco Mundial en la conducción de los servicios eléctricos del Gran Buenos Aires (Segba), disminuyó la deuda externa, reestructuró el sistema ferroviario desquiciado en 1956, sancionó la ley de medicamentos para lograr rebaja de precios, implantó un régimen de promoción industrial más eficiente y puso en marcha el Plan Nacional de Desarrollo.

Hoy está en uso exhibir como modelo de buen gobierno los alentadores índices económicos, aunque no compartimos el criterio de subordinar valores al éxito económico y, menos, al coyuntural.

En la buena senda

Debe recordarse que nada en el gobierno de Illia se apartaba de la buena senda en materia económica. Aplicó el presupuesto por programas. La recaudación fiscal creció en 1965 con relación a 1964 un 80 por ciento y en el primer semestre de 1966, comparado con igual período de 1965, un 32 por ciento. Como se dijo, la deuda externa se redujo a 2.650 millones. El PIB creció un ocho por ciento en 1964 y un 7,8 en 1965 y la actividad agropecuaria lo hizo en el 7,1 por ciento, en tanto la manufacturera creció un 15,8 por ciento.

Las exportaciones, medidas en millones de dólares, pasaron a 1.410 en los primeros meses de 1966. La posesión de oro y divisas, que era negativa en 400 millones de dólares al momento de asumir Illia, pasó a ser positiva en 100 millones, en 1966. El salario real se incrementó en 6,2 por ciento y el costo de vida bajó en 6,2 por ciento.

En el orden educacional, instrumentó el plan nacional de alfabetización, promocionó la investigación científica y sostuvo la autonomía universitaria, destacándose que la educación pública recibió el más alto presupuesto de la historia.

Tuvimos el privilegio de seguir a Illia como médico, político y funcionario y sentirlo apegado al sistema de partidos, particularmente a la UCR. Tenía todas las cualidades del gran estadista, sin improvisaciones fáciles, con su accionar basado en el conocimiento profundo del país. Cuando jóvenes, nos convenció y formó sin imposiciones ni estridencias, pero con energía, sometidos sólo a la ley.

Los escenarios son distintos, pero siempre lo comparamos con Mahatma Gandhi, liderando con humanismo ejemplar a los pueblos, al servicio de las causas nobles, en favor de la paz y de la justicia social. Fue, pues, médico de almas y estadista de ciudadanos.

Nos complace que los protagonistas directos hayan reconocido la injusticia y el error del 28 de junio de 1966, pero los peligros que acechan a la democracia, aun dentro de su seno, siguen latentes y nos exigen estar vigilantes y actuantes en defensa de las instituciones.

Para ello, nada mejor que mirar atrás sin parcializar la historia ni avivar rencores, pero sí para recoger conductas y apreciar el valor de hombres que dieron lo mejor de sí, permitiendo que la juventud ejerza su derecho a conocerlos, en la búsqueda de futuras opciones.

Dr. Víctor Hipólito Martínez.
Ex Vice Presidente de la Nación Argentina (1983-1989), Ex Intendente de la Ciudad de Córdoba durante el Gobierno nacional del Dr. Illia (1963-1966). Actual Presidente del INSTITUTO NACIONAL YRIGOYENEANO, www.yrigoyen.gov.ar . Profesor emérito de Derecho Minero de la Universidad Nacional de Córdoba.
(Foto: El Dr. Illia junto al Dr. Víctor Martínez en la ciudad de Bs. As., circa 1973, foto tomada por Luisa Cerutti). El presente artículo fue publicado en el diario cordobés 'La Voz del Interior' el día 28 de junio de 2006.

1 comentario:

Daniel Pecheny dijo...

Gracias por la nota sobre Illia, quien debería ser un ejemplo para la política de hoy.

Es lamentable que no le hayan permitido la entrada a la Casa de Gobierno al ex presidente Dr. Alfonsín quien, aunque lo voté creo que se equivocó en el aspecto económico y en el Pacto de Olivos y similares acuerdos, es un ex Presidente de la Nación y como tal se merece el respeto del actual gobierno, más para una acción tan loable como homenajear al Dr. Illia.