8.7.06

Un molesto aniversario


Por Marcelo O´Connor

Hace un par de días, el 28, se cumplieron cuarenta años del cuarto quiebre constitucional mediante un golpe de Estado. Ese día, los militares, encabezados por un torvo general, usurparon el Gobierno desalojando a un Presidente civil. Es cierto que este había sido electo por escaso porcentaje de votos, casi tan magro como el del actual Presidente, pero constituía, sin los conocidos afanes hegemónicos, la esperanza de un encauzamiento institucional para una prolongada situación inestable, en democracia y libertad. Se lo acusó de lento ("la tortuga"), bucólico, antiguo e irrepresentativo. Las Fuerzas Armadas dieron sus motivos en el Acta de la Revolución Argentina: "1) La pésima conducción de los negocios públicos; 2) la ruptura de la unidad espiritual del pueblo argentino; 3) una sutil y agresiva penetración marxista". Los años demostraron que tanto los negocios públicos como la economía tuvieron una conducción brillante, que, luego, en vez de unidad espiritual tuvimos una masacre y que el "anticomunismo sin comunistas" siempre fue un pretexto. De paso: ¿cómo se puede ser sutil y agresivo, a la vez?


Debe ser el golpe que más arrepentidos tiene, aunque muy pocos se animaron a la pública autocrítica, como sí lo hizo el coronel Perlinger años después. Por eso fue un aniversario con más vergüenzas que homenajes al defenestrado mandatario.

Ese intento de olvido contrasta con las alharacas desplegadas con motivo del cincuentenario de la revoluciones del 16 de junio y 16 de septiembre de 1955. El colmo fue que el Gobierno, con su habitual estilo grosero, impidiera el acceso a la Casa Rosada del ex Presidente Alfonsín y un grupo de correligionarios para un modesto acto recordatorio.

¿A qué se debe esa desmemoria? Simplemente, a la mala conciencia. Pero como nada queda oculto históricamente, veamos quienes apoyaron a los militares salvadores: ante todo, el peronismo en su conjunto, empezando por el propio Perón que, en entrevista con Tomás Eloy Martínez, dijo: "Para mí este es un movimiento simpático" y "simpatizo con el movimiento militar". Los dirigentes gremiales, quienes siempre prefirieron los gobiernos militares porque tienen más poder que en la democracia y que con el Plan de Lucha generaron el clima apropiado, y los legisladores peronistas, concurrieron en masa al acto de asunción de Ongania. Frondizi, entusiastamente declaró: "Esta revolución ha nacido con los objetivos establecidos por las nuevas generaciones". La mayoría de los partidos políticos incompresiblemente también apoyaron y, no obstante, los disolvieron. El Partido Demócrata Cristiano y Oscar Alende apoyaron el desestabilizador Plan de Lucha. Las entidades empresarias, Unión Industrial, C.G.E., Sociedad Rural y A.C.I.E.L., manifestaron su complacencia. El "Economic Survey" escribió: "los círculos comerciales estadounidenses y especialmente los representantes de los grandes bancos han expresado su satisfacción ante la Revolución y reafirmado su interés en el país". La Iglesia Católica puso sus mejores hombres, tal es así que no se podía ser ministro o funcionario sin haber pasado por los Cursillos de Cristiandad. La prensa con unanimidad, opinadores como Mariano Grondona, Neustad o Timerman y hasta los humoristas, se ensañaron con la gestión de gobierno. Los extremos, tanto de derecha como de izquierda, cuyas políticas jamás dependen de la realidad, hicieron lo suyo y ahí empieza esa mezcolanza de Tacuara con castrismo que predominó después.

El rechazo de empresarios, gremialistas, militares, partidos políticos, de la sociedad argentina en su conjunto, a una salida sensata, mansa, trabajosa y quizás lenta, de la crisis institucional, derivó en la creciente violencia de los años posteriores. Es cierto que así les fue a todos y que todos pagaron su error. Algunos con pérdidas materiales de salarios y capitales y otros con la vida o las dos cosas.

Ningún otro Presidente vivió su ocaso tan en soledad como el Dr. Illia. Tampoco con tanta dignidad. El viejo Illia podría haber repetido aquella cita de Ibsen y su personaje el Dr. Stockman, que tanto le gustaba a Lisandro de la Torre: "Arrojadme piedras, que cuanto más me arrojéis, más alto levantareis el pedestal para honrar a mi gloria". No lo hubiera dicho, porque la modestia era su virtud y su austero estilo de vida lo alejaba de las actitudes rimbombantes. Pero nosotros, los argentinos amantes de la libertad y la democracia, le debemos el pedestal.

Semanario "Redacción"
Salta, sábado 1° de julio de 2006

1 comentario:

Daniel Pecheny dijo...

No es casual que no hayan dejado al ex presidente Alfonsín homenajear al Dr. Illia en la Casa Rosada.