Por Umberto Eco
Tengo un amigo del Opus Dei con quien intercambio opiniones de vez en cuando, pero eso no significa que yo sea miembro del Opus. Tengo un amigo masón, pero eso no quiere decir que yo sea masón. Tengo muchos amigos hebreos, pero lamentablemente no soy hebreo. Tengo amigos homosexuales, pero por desgracia soy heterosexual y (como dicen ellos) no sé lo que me he perdido. La curiosidad, los casos profesionales, la simpatía, pueden llevar a contactos de distinto tipo sin que el contacto quiera decir adhesión.
Esto sucedió con Descartes. Su biógrafo Baillet dice que, cuando salieron los manifiestos rosacruces, Descartes intentó a toda costa ponerse en contacto con los que prometían doctrinas secretas. En aquella época, magia o alquimia y ciencias naturales, ocultismo y física iban a la par, y una persona culta estaba autorizada a interesarse por todo. Newton, el padre de la ciencia moderna, tenía un pie en sus ecuaciones y el otro en reflexiones cabalistas.
No hay nada extraordinario, por lo tanto, en que Descartes, tras aparecer los manifiestos de los rosacruces en 1614 en Alemania, buscara un contacto con ellos.
Lo que sabemos por su biógrafo es que, tras su regreso a París, todos decían que se había convertido en un rosacruz, cosa que no le hacía ninguna gracia.
Así pues, considerado que los rosacruces eran considerados invisibles, Descartes se dejó ver un poco por doquier, sobre todo en los teatros, porque si era visible, eso quería decir que no era rosacruz.
Descartes no podía haber encontrado a los rosacruces porque no existían. Existen los manifiestos rosacruces, pero sus presuntos autores o negaron su paternidad o dijeron que lo habían hecho de broma. Aun así, esos manifiestos expresaban una tensión hacia una concordia universal y una superación de los conflictos religiosos de su época, y muchas personas ilustres intentaron ponerse en contacto con los autores, con lo que se produjo una inmensa bibliografía rosacruz, donde todos precisaban que nunca habían podido entrar en contacto con un rosacruz.
El hecho de que después hayan surgido un sinnúmero de fraternidades rosacruz es obvio: visto que no existían, cualquiera podía declararse uno de ellos sin miedo a que le desmintieran.
En cualquier caso, todos estaban convencidos de que existían y para ello véase la espléndida argumentación de un tal Neuhaus (1623): "Por el hecho mismo de que cambian y alteran sus nombres, que enmascaran su edad, y que por su propia confesión llegan sin dejarse reconocer, no hay lógico que pueda negar que necesariamente es preciso que existan".
Resulta difícil, entonces, decir si Descartes se encontró con alguien que decía haberse visto con un rosacruz, aunque es presumible que hubiera leído algunos libelos al respecto y que quizá en parte se hubiera dejado influir por ellos.
Ahora bien, después del Código Da Vinci, la gente necesita secretos revelados, y si uno los revela, se lleva a casa unos cuantos dólares más.
He aquí entonces a un matemático como Amir Aczel (autor de un libro sobre el enigma de Fermat) que publica un libro sobre el cuaderno secreto de Descartes, donde, además de numerosas y fidedignas informaciones sobre los descubrimientos matemáticos y la vida del filósofo, pretende demostrar que Descartes era un rosacruz.
Las pruebas brillan por su ausencia, pero basta con apuntar una serie de coincidencias curiosas que para el lector ingenuo el juego está hecho: Descartes tuvo contactos con un matemático y místico como Faulhaber, ergo queda demostrado que Descartes, cuando menos, intercambió ideas con los rosacruces.
Aun admitiendo que Faulhaber fuera rosacruz, es como decir que Juan Pablo II tuvo contactos con teólogos protestantes, ergo era protestante.
Leibnitz (y es verdad) encuentra una serie de apuntes cartesianos sobre el cubo (seis caras), el octaedro (seis vértices) y el tetraedro (seis aristas). Seis veces tres hace 666, el número apocalíptico de la Bestia, ergo Descartes buscaba el poder oculto de los rosacruz (señalo que tres por seis como mucho hace dieciocho y que era natural que Descartes se interesara por la geometría). Kepler se interesaba por lo oculto (probable, en su época), su alumno Burgi era rosacruz (no demostrado) e inventó un compás de reducción parecido al que imaginó Descartes, ergo he ahí una prueba de la relación entre Descartes y los rosacruces.
Desafortunadamente, no tenemos en cuenta toda una serie de cosas que igualmente dice Aczel en otras partes del libro: que el compás le servía a Descartes para el problema de la trisección del ángulo, y que el compás de Burgi era una variante de un compás de Galileo. ¿Rosacruz también él?
Además, Aczel, que se basa en una dudosa bibliografía, dice que copias originales de los textos rosacruces existen todavía hoy en día, lo cual es falso, y comenta algunas sugerencias suyas con "¿Una coincidencia? Puede ser". Que es la forma típica de los engañabobos de tratar las coincidencias casuales para sacarles dinero a los necios. Puro Dan Brown.
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