Por Matías Bailone.
Ricardo Balbín (1904-1981) nació a la vida política en los duros años de la proscripción y la persecución de la infausta década del 30. La infamia de aquellos años, sin embargo, dejó un saldo positivo: en su crisol se templaron conductores y verdaderos demócratas.
Pretender sintetizar la biografía de Don Ricardo Balbín no puede eludir el escollo de que su existencia terrena está íntimamente ligada a la vida institucional y política de la Argentina del siglo XX.
Como abogado nunca dejó de bregar por la plena y justa instauración del Estado de Derecho, como político se desveló por el pluralismo y la democracia participativa, como ser humano le perturbaba la Argentina pobre y marginada. La solidaridad y la República fueron sus armas de combate contra los despotismos, él también pensaba como Don Luis Jiménez de Asúa que "la Libertad no se puede desarmar jamás, tiene que estar siempre velando las armas, como Don Quijote, con ellas al brazo y preparadas."
La consigna institucional de Ricardo Balbín fue la misma que la de constituyentes de 1853 "que los hombres se dignifican postrándose ante la ley, para no tener que arrodillarse ante los tiranos". Nunca escribió un libro, su obra se dispersó en actos callejeros, tribunas políticas y debates parlamentarios, pero ante todo en el modelo etizante de su vida pública y privada. Como Nietzsche, de entre todo lo que se escribe, sólo amaba aquello que alguien escribe con su sangre. Y si su llama no fue arrebatada completamente por las dictaduras o las luchas por los derechos humanos, fue dejando en cada una de sus batallas un pedazo de vida, su martirio fue el de un luchador incansable
Don Ricardo Balbín fue varias veces candidato a Presidente de la República Argentina por la Unión Cívica Radical: en 1951, 1958 y 1973. Con Arturo Frondizi, Santiago del Castillo, Eduardo Gamond, y un joven Fernando De la Rúa, como candidatos a vicepresidentes, respectivamente.
Su primera gran actuación pública la vemos durante los difíciles años del peronismo absolutista, como presidente del glorioso bloque de los 44 diputados nacionales de la Unión Cívica Radical. Allí su palabra encendida comenzaba a taladrar la obsecuencia del oficialismo. La caída del régimen lo encontró con la entereza moral de quien resistió de pié frente al Goliat populista que pretendió sofocarlo. Pero apenas se desataron las cadenas que apresaban las conciencias y las libertades, la Unión Cívica Radical sufre en la piel de Don Ricardo el gran cisma. Frondizi, quien habia sido vicepresidente de aquel bloque de los 44, prefiere declinar la bandera de la Revolución del Parque.
Con la llegada al gobierno del Dr. Arturo Illia, Balbín encuentra cauce a su lucha republicana, pero poco dura esa primavera de las instituciones: se estaba gestando el nefasto golpe de 1966. Y durante los gobiernos militares, el empeño de Ricardo Balbín por conquistar para siempre una fortalecida democracia se plasma en obras colectivas como la Multipartidaria o la Hora del Pueblo.
La llegada al país de un Juan Perón distinto al que años antes había capitalizado todo el poder público con las consignas fascistas italianas, se convierte en una oportunidad para pacificar las familias argentinas divididas por años de antagonismos y estériles enfrentamientos. Y Balbín sabe leer la oportunidad histórica de aquel momento y dice que el perdedor 'acompañará' al gobierno, y se abraza en un gesto de futuro y de perdón con quien tantas veces lo llevó a la cárcel, y después lo despide en el último trance un día de julio de 1974.
Mientras en los cuarteles se gestaba la más sangrienta dictadura, Balbín hace un último llamamiento a la unidad nacional. Su palabra que enfervorizaba a las tribunas, que no conocía el doblez ni la mentira, fue silenciada, y los años por venir le dejaban el camino de la lucha subterránea, pero no por ello menos fecunda.
Cual Moisés que nos muestra la Tierra Prometida, pero no puede transitarla, así Balbín se muere sin poder ver el resultado de su desvelo más profundo: la democracia restaurada. Dos años después de que Balbín entrara al martirologio de los próceres de esta dolida y sufriente América Latina, Argentina recupera su autodeterminación republicana, de la mano de Raúl Alfonsín, quien circunstancialmente estuviera enfrentado internamente a Balbín dentro del seno de la Unión Cívica Radical. Estas cosas pasan (lo mismo que Moisés) para que no creamos que los hombres son más importantes que los ideales y las instituciones. Balbín sólo fue un luchador más por el Estado de Derecho, quizá uno de los más eximios, pero nunca podríamos vulnerar el mensaje que el mismo Balbín nos dejó: los ideales republicanos son más importantes que los circunstanciales defensores que por ellos pugnan.
Hace dos años comencé a antologizar discursos y anécdotas de la vida de Don Ricardo en una página web: http://ricardobalbin.tripod.com, la cual ha servido para rescatar la impronta de un humanista singularísimo que América Latina debe erigir como modelo para los tiempos que vienen.
Matías Bailone
matiasb@fiscalia.org
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